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miércoles, 10 de febrero de 2016

Diario de un sovietófilo (capítulo VI)

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Cementerios y memoriales soviéticos en Berlin 

Una de las sensaciones más estimulantes para los flâneurs que gustan de vagar por las ciudades de todo el mundo es la que proviene de la percepción de las ausencias, del vacío humano en un contexto físico conocido, sobre todo en lugares donde la Historia ha dejado impresa una huella indeleble. Y no hay una urbe más baudelairiana que Berlín, la arcadia de los paseantes. 

El día 3 de enero de 2005 se despertó tan nublado y frío como lo había estado la tarde anterior, la de mi llegada a la ciudad. Salí de mi hotel a primera hora de la mañana sintiendo la típica emoción del viajero que sabe que está a punto de enfrentarse a un sinfín de estímulos desafiantes. Desde la Grünberger Strasse, la calle del hotel, torcí a la derecha por la Warschauer Strasse en dirección sur. En aquella amplia avenida, perteneciente antiguamente a la Alemania del Este, un paso elevado sobre las vías del tren dejó frente a mí, por el lado izquierdo, un inmenso paisaje industrial lleno de fábricas con fachadas de ladrillo visto. Mi imaginación convirtió inmediatamente aquel panorama en un escenario proletario de comienzos del siglo XX. Unas fotografías encontradas en internet muchos años después me confirmaron que esos desvaríos no lo eran tanto. Aquel lugar apenas había cambiado.



Bajando por la Warschauer Strasse, desde las vías del tren se puede ver un paisaje industrial que no ha cambiado excesivamente (fotografías de 1930 y 2005)

Mimetizado con ese entorno desconocido, crucé el río Spree por el maravilloso Oberbaumbrücke, el puente de ladrillo rojo, con dos torres en su parte central, construido en 1896.



Continué andando por la Schlesische Strasse y la Puschkinallee –un odónimo con reminiscencias rusas– en dirección hacia el Treptower Park, cuyos árboles se hacen visibles un centenar de metros antes de pisar su alfombra verde. En este parque se halla el Sowjertisches Ehrenmal Treptow, un espacio mítico en la historia bélica de la Unión Soviética y de la Alemania Oriental. Estaba a punto de encontrarme con uno de los lugares más impresionantes que he visto en toda mi vida. Quizás no el más grandilocuente pero sí el más simbólico y emotivo, por lo menos para mí. 

Accedí al interior del memorial por una entrada situada en el lado norte del parque. Aquel espacio, sin nadie visitándolo a esas horas de la mañana, parecía trasladado directamente desde otra época, con un silencio que resultaba incluso amenazador. Vi un coche patrulla de la polizei aparcado en una explanada, justo en la entrada del monumento. Me sentí observado y temí que mi presencia en aquel lugar desolado me acarrease algún problema con la ley. Afortunadamente, no fue así. Me dirigí por un paseo embaldosado hacía lo que parecía un triángulo vertical partido por la mitad. Fue entonces cuando pude disfrutar de uno de los momentos más mágicos de mi vida: la visión de un enorme símbolo comunista, la hoz y el martillo, grabado en un muro de color rojizo. Nunca hasta aquel momento había podido contemplar personalmente aquel emblema desnudo de cualquier otro ornamento alegórico. Lo que había en aquella pared era algo auténtico, no se trataba de una representación artificial con el fin de explicar un hecho del pasado. Era un símbolo esculpido en una época en la que aún tenía un significado ideológico. Y lo colocaron allí pensando que lo que representaba perduraría para siempre. La tarde previa había estado en el memorial soviético del Tiergarten, un monumento en el que hoces y martillos forman parte de un tupido collage más confuso y diverso. Además, había anochecido cuando lo visité y apenas pude ver nada. Sin embargo, aquello que veía en el Treptower Park era original y tenía carácter. Me di cuenta entonces de que con aquella visita estaba interiorizando para siempre un fragmento de la memoria colectiva a la cual yo pertenecía. Tenía razón Walter Benjamín cuando afirmaba que cada objeto guarda en su interior una parte de la historia. La contemplación de un símbolo con semejante carga nostálgica resultó ser un momento realmente excepcional en mi vida. Plantado en aquel oasis silencioso, en medio del paisaje urbano de Berlín, me sentí como fulminado por un rayo. Porque con lo que me topé realmente ese día fue conmigo mismo en otra época de mi vida: era el final de trayecto de un viaje en el tiempo hacia mi propio encuentro.







El Sowjertisches Ehrenmal Treptow fue construido en 1949 como memorial soviético de la Gran Guerra Patria. Conservado hoy en día prácticamente inalterado, tiene forma de rectángulo con un semicírculo en uno de sus costados cortos. Se encuentra limitado, en el lado oeste, por ese peculiar muro rojizo y, en el este, el semicircular, por un montículo con una estatua en lo alto. Dieciséis sarcófagos colocados simétricamente rodean el camino que a su vez circunda un parterre rectangular ornamentado con césped, setos y lápidas. Esos dieciséis cenotafios simbolizan simbolizaban en aquel entonces cada una de las repúblicas que formaban parte de la Unión Soviética, las quince más conocidas y también la RSSA de Carelia, reorganizada en 1956.





En la segunda imagen, el segundo por la izquierda es el escultor soviético Yevgeni Vuchétich, autor de la estatua del soldado con el niño en brazos. La fotografía fue tomada el 8 de mayo de 1949

Nada más descender por las suaves escalinatas que conducen hasta ese camino que da la vuelta a todo el memorial, una atmósfera gélida me golpeó con fuerza, y no solo por el frío que hacía esa mañana. En medio de aquel silencio, adornado con el gorjeo de los cuervos, comencé la sesión de fotos que debía inmortalizar aquella mañana tan plena de emociones. Ese sería, por cierto, el último viaje en el que usaría mi vieja cámara analógica, una cámara que ahora descansa para siempre en el fondo de una caja donde reposan los recuerdos de mis aventuras por todo el mundo. Comencé a sacar instantáneas de forma casi frenética, intentando captar cada centímetro de aquel lugar, desde todos los ángulos posibles. Mirando a través del visor me hice una perfecta composición de aquel espacio, percibiendo su increíble simetría. Me di cuenta de que había realmente dos muros de color rojo y de que cada uno de ellos tenía una hoz y un martillo grabados en una esquina. Aunque había leído en mi guía de viaje que, según una leyenda, ese mármol rojizo provenía de la Cancillería de Hitler, no fue hasta pasadas unas cuantas semanas cuando averigüé que ambas paredes tienen forma de banderas soviéticas rindiendo honores. Sin embargo, aquel día fui incapaz de intuir esas formas. La combinación de grandiosidad, equilibrio y soledad me pareció avasalladora. Generaba una sensación, buscada evidentemente por los arquitectos, de solemnidad. En la esquina de cada bandera de piedra vi dos estatuas representando a dos soldados haciendo una genuflexión, con el casco en la mano. No recuerdo si las toqué, ni si pasé la mano por el mármol. Comencé a caminar alrededor del jardín central en sentido antihorario. Pasé junto a los sarcófagos de piedra donde sobresalían altorrelieves con el rostro de Lenin e inscripciones en alemán y ruso con el nombre de Stalin en la parte inferior. Todo perfectamente conservado, sin una letra borrada ni una pintada ensuciando las paredes, mancillando la memoria de los que allí reposan. Porque el Sowjertisches Ehrenmal Treptow es, ante todo, un gran cementerio de soldados del Ejército Rojo. Unos cinco mil cuerpos se encuentran enterrados en ese lugar.

En aquel instante observé que estaba acompañado por otra persona, de que había alguien más en el parque, un joven visitante que miraba todo aquello con los mismos ojos de asombro que yo. Han pasado muchos años desde entonces y ciertas reacciones por mi parte me resultan ahora mismo difíciles de entender. No recuerdo el motivo, pero lo cierto es que evité tropezarme con aquel desconocido e hice todo lo posible por evitarlo. Me llegué a alegrar de que desapareciera de allí después de hacer el mismo recorrido que yo. En lugar de compartir una experiencia como aquella, prefería eludir todo contacto social, como si fuese a robarme parte de las sensaciones que aquel lugar me estaba generando. Quizás el problema era simplemente la barrera idiomática, no lo sé. Lo cierto es que completé la vuelta a aquel ruedo subiendo a lo alto del montículo donde está la estatua del soldado soviético, un miembro del Ejército Rojo que sostiene una niña con un brazo y sujeta una espada con la otra. No lo sabía entonces, pero años más tarde logré localizar una estatua de su mismo autor, Yevgeni Vuchétich, en un parque de Moscú. Una estatua defenestrada en tiempos de la contrarrevolución de finales de los ochenta: la de Félix Dzerzhinski. Aquel 3 de enero, en Berlín, no sospechaba hasta donde me llevaría mi pasión por todo lo soviético. Muchas de las historias sobre este lugar las he conocido mucho después a través de innumerables lecturas y búsquedas por internet. Por ejemplo, que el de la estatua pudo haber sido Masalov Nikolai Ivanovich (1921-2001), un soldado que salvó a una niña alemana el 30 de abril de 1945, el día del asalto a la Cancillería. Una historia real, celebrada con este monumento, que los más reaccionarios en Occidente se han dedicado a negar sistemáticamente pese a la documentación existente que demuestra su veracidad. A pesar de mi ignorancia en 2005 sobre todos aquellos datos históricos, subir hasta aquel túmulo fue un momento culminante, superado solamente, tan solo año y medio después, por la excursión a pie hasta lo alto de Mamáyev Kurgán de Stalingrado.







La tercera fotografía corresponde a un acto de homenaje de la organización de Pioneros de la RDA celebrado en el mes de julio de 1989

Abandoné el parque Treptower por un acceso en el lado sur del recinto, a través de un arco decorado con una hoz y un martillo de piedra bajo las fechas 1941-1945. Una vez en la calle, me dirigí en dirección noroeste hasta desembocar de nuevo en la esquina formada por la Schlesische Strasse y la Puschkinallee. Debían ser las once de mañana, más o menos. Creo que en ese instante una parte del viaje, de cualquier viaje relacionado con este capítulo de mi vida, se había acabado para siempre.

Mayakovski

lunes, 13 de julio de 2015

La estatua de Félix Dzerzhinski podría volver en breve a la plaza Lubyanka


Publicado: 10.07.2015 10:36 | Actualizado: 11.07.2015 10:40

Entre la espada y la cruz; y la hoz y el martillo

Moscú decidirá en un referéndum el próximo mes de septiembre si la estatua de Félix Dzerzhinski, un revolucionario comunista que fundó la policía secreta bolchevique, se debe restaurar en su emplazamiento original. 

ÁNGEL FERRERO

MOSCÚ.- El protagonista de Los disparos del cazador de Rafael Chirbes describe la vida de una persona como alguien que, a medio camino, trata de arrancarse la piel para dejar paso a otra nueva, sólo para descubrir que no puede y que los jirones le quedan colgando, golpeándole las piernas mientras trata de seguir adelante. Lo que vale para las personas podría decirse que también vale para los países.

El pasado 24 de junio, el Consejo Municipal de Moscú (Mosgorduma) aprobó la convocatoria, para el próximo 13 de septiembre, de un referendo para restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en su emplazamiento original, frente a la sede de los servicios secretos en la plaza Lubianka. La iniciativa, que para llevarse a cabo necesita recoger 146.000 firmas, parte del grupo comunista, que también presentó propuestas para otros dos referendos sobre los problemas del sistema educativo y de salud de la capital que, sin embargo, no fueron aprobados. Según declaró al periódico Gazeta el presidente del grupo parlamentario del Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF), la celebración del referendo es incluso más importante que su resultado final, pues abre la vía a nuevas formas de participación ciudadana. 

“¿Considera necesario restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en la plaza Lubianka?”. A esta pregunta deberán probablemente responder los moscovitas dentro de un par meses. El KPRF ya ha comenzado la campaña en su página web con el lema “¡Una voluntad de hierro, una Rusia más fuerte!”. A pesar de que los politólogos dudan de que el KPRF sea capaz de recoger, con el verano de por medio, las firmas necesarias para la convocatoria de la consulta, la luz verde de la Mosgorduma ha desatado un nuevo debate sobre el siempre espinoso asunto de la memoria histórica en Rusia.

Del creador de la Cheka...

La figura de Félix Dzerzhinski (1877-1926) siempre ha estado rodeada de polémica en Rusia. De origen polaco y aristocrático, estuvo vinculado a varias organizaciones y partidos socialistas hasta que en 1917 se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia-bolchevique (POSDR-b) tras su liberación de la prisión de Butyrka, a la que llegó tras pasar por varias cárceles zaristas en las que cumplió una dura condena impuesta en 1912. Su capacidad organizativa durante los años de clandestinidad hizo que el Consejo de Comisarios del Pueblo eligiese en 1917 a Dzerzhinski para organizar el Comité de Emergencia —más conocido por su acrónimo, Cheka—, posteriormente objeto de sucesivas reestructuraciones a lo largo de su historia.

Cheka —cuyo nombre completo era Comité de Emergencia de toda Rusia para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje— se inspiraba en los principios del Comité de Salud Pública de la I República francesa, cuyo cometido era proteger las conquistas sociales de la revolución de cualquier intento de restauración conservadora, recurriendo a métodos expeditivos si así lo consideraba necesario. No se trataba de un organismo independiente: su actividad estaba supeditada al Consejo de Comisarios y particularmente a los Comisariados de Justicia y Asuntos internos. Para formar parte de él había que cumplir la divisa acuñada por el propio Dzerzhinski: “Un chequista debe tener el corazón ardiente, la cabeza fría y las manos limpias”.

No obstante, el fracaso de la revolución en Europa, la guerra civil en Rusia y la intervención aliada contra el Gobierno soviético condujeron a la decisión de ampliar el poder de este organismo y, con él, alimentar buena parte de sus defectos posteriores. En sus memorias, Victor Serge ofrece un buen resumen de este cambio cuando escribe que “el Partido se esforzó por que la encabezasen hombres incorruptibles como el antiguo preso Dzerzhinski, un idealista sincero, despiadado pero caballeroso, con el perfil demacrado de un inquisidor: frente alta, nariz huesuda, perilla despeinada y una expresión de cansancio y austeridad. Pero el partido tenía pocos hombres de esta madera y muchas Chekas. Creo que la formación de las Chekas fue uno de los peores y más impermisibles errores que los líderes bolcheviques cometieron en 1918, cuando las conspiraciones, los bloqueos y las intervenciones les hicieron perder la cabeza”.

El problema para los rusos hoy es que por una parte está Felix Dzerzhinski, el personaje histórico, y Félix Dzerzhinski, el símbolo de los extensos servicios secretos, por la otra. En condición de tal, su estatua —una obra de Yevgueni Vuchetich, instalada en la plaza Lubianka en 1958— fue derribada por un grupo de manifestantes el 22 de agosto de 1991, un día después de que finalizase el fracasado golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Posteriormente, el monumento fue trasladado al llamado Muzeón, en Park Kultury, donde se formó un improvisado cementerio de desmanteladas estatuas soviéticas. En el año 2014 la estatua fue renovada y se retiraron las pintadas que los manifestantes escribieron en el pedestal veintitrés años atrás.

El resultado de un referendo como el que podría celebrarse en septiembre es impredecible. Según un sondeo del Centro de investigación de la opinión pública (VTsIOM) en diciembre de 2013, el 45% de los encuestados se mostraba a favor del retorno del monumento a la plaza Lubianka, mientras que el 25% se oponía. Pero Moscú Rojo, el órgano del Partido Comunista en la capital, elevaba recientemente ese porcentaje hasta un 58% de los residentes en Moscú y un 45% de los rusos en todo el país a favor de que el monumento a Dzerzhinski vuelva a su emplazamiento original. Los costes de la restauración de la estatua no están contemplados en el presupuesto municipal para 2016-2017.

… al fundador del Kiev de Rus

El recurrente debate sobre el restablecimiento del monumento a Dzerzhinski coincide con otro más nuevo, pero en el que se mezclan los mismos ingredientes. La construcción de una enorme estatua dedicada al príncipe Vladímir (958-1015) es el otro foco de la polémica político-cultural de estos últimos meses.

La iniciativa parte de una sociedad histórica, que planea erigir una estatua de 24 metros de altura de Vladímir sujetando una enorme cruz. En el momento de escribir estas líneas aún se desconoce el lugar donde se instalará finalmente el monumento. El lugar inicial era Vorobye Gori —las colinas próximas al estadio Luzhnikí— y la fecha, el 15 de julio, coincidiendo con el aniversario de los mil años de la muerte de Vladímir. Sin embargo, decenas de miles de moscovitas firmaron hace semanas una petición rechazando su instalación en aquel lugar, alegando que sus dimensiones alterarían el paisaje de la zona, relegando a un segundo plano al icónico edificio de la Universidad Estatal de Moscú (MGU).

Además de motivos estéticos, hay, por descontado, otros de tipo político. El monumento ha sido modelado por el escultor Salavat Sherbakov, autor, entre otras, de las esculturas en la capital dedicadas al zar Alejandro I y Piotr Stolipin —el primer ministro zarista que impulsó un amplio programa de reformas a comienzos de siglo XX—, por lo que se le considera copartícipe de la restauración ideológica de determinadas figuras del pensamiento conservador. “Puede que haya discusiones sobre el papel histórico de Iván el Terrible o Iósif Stalin o incluso Pedro el Grande, pero en el caso del príncipe Vladímir se trata sin duda de una figura positiva”, ha dicho Sherbakov a la prensa, “es como George Washington para los americanos, todos los países tienen sus figuras históricas y hay que respetarlas”.

Puede que, como dice Sherbakov, la de Vladímir sea una figura poco cuestionada, pero actualmente se la disputan por igual Rusia y Ucrania, lo que no facilita las cosas a la iniciativa. El presidente ucraniano, Petró Poroshenko, firmó recientemente un decreto por el cual en este año se conmemorará el aniversario de la muerte del “fundador del Rus-Ucrania”. Un retrato de Vladímir —en ucraniano: Volodimir— aparece en el reverso del billete de 1 grivna, la divisa nacional ucraniana, y el escudo del país no es sino una versión del sello de Vladímir.

Que tanto Kiev como Moscú reclamen para sí a Vladímir tiene lógica. Tras haber tomado la ciudad de Quersoneso, el príncipe Vladímir, señor del Kiev de Rus, se casó con Ana Porfirogéneta, hija del emperador de Bizancio. Para que esta unión fuese legal, Vladímir abandonó el paganismo eslavo, se hizo bautizar en Crimea y adoptó el cristianismo ortodoxo en el año 988, convirtiendo esta religión, que luego mandó a sus súbditos adoptar, en uno de los pilares de Rus. Muchos rusos consideran este hecho el comienzo del primer Estado ruso y exactamente lo mismo piensan no pocos ucranianos.

Sin embargo, numerosos historiadores cuestionan tanto la interpretación rusa como la ucraniana, puesto que el Kiev de Rus no puede considerarse, en ningún caso, como un Estado moderno. Borís Kagarlitsky va más allá al desafiar las interpretaciones de historiadores occidentalistas y eslavófilos al afirmar que “desde mediados del siglo XIX, los historiadores liberales han visto en la adopción del rito oriental del cristianismo una desdicha suprema para Rusia, puesto que en materia de religión significó que el país se estableció en oposición a Occidente”. Sin embargo, escribe Kagarlitsky, “la verdad es que en tiempos del príncipe Vladímir la escisión entre iglesias orientales y occidentales aún no era completa o definitiva”. “El efecto del bautismo, incluso si fue por el rito bizantino, no fue contraponer Rus a Europa occidental, sino, por el contrario, acercarlo”, ya que Bizancio actuaba como puente entre Occidente y Oriente, escribe Kagarlitsky en Empire Of The Periphery (Pluto Press, 2008). Para el marxista ruso, la consolidación del Kiev de Rus se debió, sobre todo, a la necesidad de establecer un mayor orden social en un territorio en el que se cruzaban múltiples rutas comerciales.

Sea como fuere, estos debates históricos, políticos y culturales nunca son fáciles en Rusia. De momento, el último se encuentra entre la cruz y la espada y la hoz y el martillo. Los jirones de piel siguen, como siempre, golpeándole las piernas, pero Rusia avanza.

Público 11/07/2015

lunes, 1 de diciembre de 2014

"Los sueños de la época soviética", un documental de Russia Today sobre el VDNJ

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Además de las impresionantes imágenes aéreas sobre el complejo del VDNJ (y por encima del monumento El obrero y la koljosiana), destacan las reflexiones del alcalde de Moscú Serguéi Sobianin sobre el significado de este lugar y las críticas demoledoras del hijo de Yevgeni Vuchétich (autor, entre otras, de la conocida estatua de Félix Dzerzhinski) contra el papel propagandístico que jugó su padre en la Unión Soviética. Vuchétich creó el altorrelieve de la Sala de la Paz en el Pabellón Central del VDNJ.


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martes, 12 de febrero de 2013

La estatua de Félix Dzerzhinski, de la plaza al Museión


"El 'tierno', 'el poeta', 'el astrónomo' Dzerzhinski, se convirtió en monumento en 1958, por obra y gracia del escultor Vutelich [o Vuchétich, según Wikipedia] y del deseo político de Kruschev que quiso distinguir la represión idealista de reafirmación revolucionaria diseñada por Dzerzhinski, del terror estaliniano, instaurado simplemente para consagrar la dictadura de una persona y de sus incondicionales. La Checa nació para la lucha contra "el sabotaje y la contrarrevolución", pero Dzerzhinski la utilizó para apuntalar el poder bolchevique, considerando técnicamente contrarrevolucionarios a todos los sectores políticos opuestos".

(Vázquez Moltalbán, M. (1990) Moscú de la Revolución. Barcelona: Ed. Random House Mondadori, 2005, p. 82)


Plano de 1980 con la situación de la Plaza Dzerzhinski y fotografía aérea actual de la misma plaza (ahora Lubyanka), con la rotonda despojada de la estatua de Félix Dzerzhinski
(Fuente: Google Maps 07/02/2013)

Fotografía de los años sesenta con la estatua de Yevgeni Vuchévich presidiendo la plaza Dzerzhinski

La plaza Lubyanka (en la actualidad) con el edificio del Ministerio a la izquierda, uno de sus dos anexos a la derecha y el espacio ajardinado sin la estatua de Félix Dzerzhinski 
(Fuente: Google Street View 21/12/2012)

 Fotografía del siglo XIX de la plaza de la Lubyanka, tomada desde el actual edificio de la Lubyanka en dirección hacia la plaza Roja. La foto es de Karl Andreyevich Fischer

Imagen de la sede del 'All-Russia Insurance Company', edificio que ocupaba el lugar donde actualmente se encuentra la sede de la Lubyanka. La foto fue tomada por P. von Girgensohn aproximadamente a comienzos del siglo XX

 Hasta 1983 (con Andrópov como secretario general del PCUS), la sede de la KGB presentó el aspecto que muestra la fotografía. Durante muchos años el viejo edificio de seguros convivió con un anexo construido en los años cincuenta, hasta que la nueva construcción lo "engulló" del todo en 1983. En el lado izquierdo de esta imagen, la estatua de Vuchétich

 La desaparición de la URSS marcó también el final de la estatua de Vuchétich. El día 22 de Agosto de 1991, tras el fallido golpe de estado contra Gorbachov protagonizado por la 'nomenklatura' del PCUS, el monumento a Dzerzhinski fue retirado del lugar donde había permanecido durante 33 años
La estatua reapareció en el llamado "Museión" (o "Muzeón", según algunas guías), el "cementerio" de las estatuas y monumentos soviéticos en el parque Iskusstv de Moscú. Se encuentra frente al parque Gorki, en la ulitsa Krimskii, junto a la filial del Museo Tretyakov en el malecón Krimskaya. 

El parque Iskusstv no figura en el plano de 1980 (el lugar vacío aparece señalado con un punto rojo). Naturalmente tampoco se cita el "Museión" porque este espacio fue descubierto en tiempos de la Perestroika a resultas de unas obras en ese barrio (según parece, la iniciativa de ese "cementerio de estatuas" no fue en ningún caso ni oficial ni intencionado). En la fotografía de Google Maps de 2011 se aprecia perfectamente la geometría del parque (el punto rojo indica el lugar por donde se entra). La estatua de Yevgeni Vuchétich se encuentra a unos cincuenta metros de la entrada, a la derecha del camino. Este parque gratuito ofrece una exposición impresionante de lo que fue el arte propagandístico de la Unión Soviética durante más de setenta años. Las fotografías fueron tomadas por el autor de este blog en agosto de 2006.

 

















Contrariamente a lo sucedido en la plaza Dzerzhinski de Moscú, en Leningrado (actual San Petersburgo) continúa en su lugar -y perfectamente conservada- una estatua de Félix Dzerzhinski frente a un edificio gubernamental de la calle Shpalernaya, a medio camino entre el palacio de Tauride y el Smolni. En el plano de Google Maps de 2008 aparece señalado (con un punto rojo) el lugar exacto donde se encuentra esta estatua. El rectángulo delimita una zona alrededor del Smolni que fue el centro neurálgico de los acontecimientos de la Revolución de Octubre (por estas calles iban y venían las tropas que asaltaron el Palacio de Invierno el día 25 de octubre de 1917). Las fotografías fueron tomadas por el autor de este blog en julio de 2007.