martes, 28 de julio de 2015

Comienza la demolición de la mítica Terminal B del aeropuerto Moscú-Sheremétievo

La demolición de edificios soviéticos está alcanzando en Rusia un ritmo tan acelerado que antes de poder publicar en este blog sus respectivas historias, ya tenemos que informar sobre la desaparición de muchas de estas obras emblemáticas. Es el caso de la Terminal B del aeropuerto de Sheremétievo, con el exclusivo y legendario 'vaso de vino' ('pюмка' en ruso, 'ryumka' en ruso transliterado), el popular bloque cilíndrico que daba acceso a la pista. Esta semana la prensa rusa, como el diario digital Aviation EXplorer (AEX), se está haciendo eco de una noticia que era un rumor a voces desde hace muchos meses: con motivo de la celebración del Mundial de Fútbol 2018, la Terminal B está siendo derribada por completo para ser substituida por otra más moderna. Así pues, la imagen que muestra esta fotografía es ahora mismo tan sólo un recuerdo, otro más en el Moscú soviético. Ni siquiera los intentos de especialistas en urbanismo y personalidades interesadas en la arquitectura moderna han podido evitar lo que en Rusia se está convirtiendo en inevitable: la eliminación sistemática del patrimonio del siglo XX. Es una verdadera lástima que muchas ciudades rusas estén perdiendo los rasgos definitorios de una forma de concebir los espacios públicos, sobre todo los de tránsito, que ha sido única e irrepetible. Todo ello a favor de una uniformidad globalizadora y anodina que está transformando en no-lugares unas geometrías sociales antaño representativas de toda una época.


 El aeropuerto Moscú-Sheremétievo está situado a 29 km de distancia al noroeste del centro de la ciudad. Fue inaugurado el 11 de agosto de 1959 con un vuelo doméstico con destino a Leningrado (un Tupolev-104). El primer vuelo internacional partió en dirección al aeropuerto Berlín Schönefeld el 1 de junio de 1960. Sheremétievo consta (contando este edificio que está siendo demolido) de seis terminales, tres al norte de la pista (A, B y C) y tres al sur (D, E y F). La Terminal B (la flecha en el mapa señala el 'vaso de vino') era conocida también como Sheremétievo-1. Se inauguró en 1964, cinco años después de la apertura del aeródromo, como la primera terminal diseñada formalmente para los pasajeros. La Terminal F (Sheremétievo-2) fue estrenada el 1 de enero de 1980 con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos de Moscú. Las otras terminales pertenecen a la era post-soviética 




 Sheremétievo-1 (hasta hoy Terminal B) fue diseñada por los arquitectos G. Elkin y Yuri Kryukov siguiendo las normas arquitectónicas de finales de los años cincuenta para este tipo de construcciones. En su momento fue considerada la mejor obra en su categoría que se había hecho nunca. Se inauguró oficialmente el 3 de septiembre de 1964. Constaba, en primer lugar, de un edificio ortogonal de poca altura dedicado a la gestión de las salidas y llegadas de vuelos. En segundo lugar, de un bloque acristalado con forma cilíndrica, situado a pie de pista y conectado con el anterior mediante una pasarela elevada. Este espacio, apodado 'ryumka' entre los moscovitas, estaba rematado por un enorme tejado circular ligeramente elevado en los extremos, dándole la apariencia de una antena parabólica. Los pasajeros, distribuidos en el interior del cilindro de forma radial, accedían a los aviones guarecidos de las inclemencias del tiempo gracias a que los aparatos podían aproximarse a la terminal aprovechando al máximo el espacio circundante

 La 'ryumka' o 'vaso de vino' visto desde el edificio central de la Terminal B 




  Imágenes actuales del interior y el exterior de la 'ryumka', hasta su clausura hace algunas semanas


 El tejado estaba sujeto mediante un sistema de cables de acero. Se encontraban fijados en unas vigas situadas en el centro del círculo y se distribuían hasta puntos equidistantes sobre sus radios. Esta estructura ha permanecido estable durante más de cincuenta años (1964-2015)

 Fotografía con algunos periodistas sobre el tejado de la 'ryumka'. Al fondo, la Terminal F (antigua Sheremétievo-2). Esa terminal de 1980 se ha convertido ahora en la estructura más antigua de todo el aeropuerto y en la única que queda en pie de las construidas en tiempos soviéticos

 Una campaña de recogida firmas en la plataforma Change.org intentó detener el año pasado la demolición de la 'ryumka'. Esta foto, insertada en dicha página, convirtió en popular una construcción prácticamente desconocida fuera de Rusia. El autor del blog se adhirió a esta petición, aunque de forma infructuosa. Todo el conjunto está siendo demolido para construir en su lugar una nueva terminal con motivo de la celebración del Mundial de Fútbol 2018. Hubo presiones por parte del Departamento de Construcciones Modernas del Ministerio de Cultura de la Federación Rusa para preservar el emblemático edificio cilíndrico. Presiones que no han sido atendidas
 

El autor del blog pasó por esta terminal el 28 de agosto de 2006, para coger un vuelo a las 12:45 con destino a Volgogrado. La primera foto, con la 'ryumka' al fondo, está tomada desde el interior del Tupolev-134 que lo llevó a su destino. La segunda imagen es del aeropuerto de Volgogrado, con el Tupolev en primer término

sábado, 25 de julio de 2015

Los socios americanos de Hitler

Siguiendo con el tema de los aliados occidentales de la Alemania Nazi, vamos a conocer personalmente a los socios americanos que fueron agasajados y condecorados por Hitler. Así sabremos quiénes fueron los verdaderos beneficiarios de la Segunda Guerra Mundial.

La Cruz del Mérito del Águila Alemana (Das Verdienstkreuz des ordens vom Deutschen Adler) era la máxima condecoración que Hitler otorgaba a diplomáticos y personalidades extranjeras. Había nueve clases de medallas, desde la Cruz de Oro con Diamantes hasta la medalla de bronce. La recibieron, entre otros, Henry Ford, James D. Mooney (Standard Oil) y Thomas J. Watson (IBM). También Mussolini, Franco, Ribbentrop, Himmler y Antonescu. Esto da una idea de la estimación que la Alemania Nazi tuvo por estos empresarios de los Estados Unidos.

El norteamericano Walter C. Teagle fue director de la petrolera Standard Oil (posteriormente llamada ESSO, acrónimo formado con sus dos iniciales) al mismo tiempo que Hermann Schmitz lo era de I.G. Farben, su homóloga en la Alemania Nazi. En septiembre de 1939, poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los dos empresarios acordaron proseguir con sus relaciones comerciales pese a que sus países podían acabar siendo enemigos (EE.UU. aún no había entrado en la guerra). Años antes se habían mostrado interesados en la construcción en Alemania de dos fábricas de un compuesto químico llamado Tetraetilo de plomo. Sin embargo, fueron los Estados Unidos quienes finalmente les vendieron a los germanos este aditivo imprescindible para el combustible de los aviones. Ambos países habían conseguido monopolizar la elaboración de gasolina sintética y la de goma para neumáticos. En aquel entonces, Standard Oil explotaba la mitad de los campos petrolíferos de Rumanía, que pasaron a ser protegidos íntegramente por la Luftwaffe. Así mismo suministró a los nazis lubricante de petroleo residual, una sustancia necesaria para los motores de los tanques. Y lo hizo durante toda la guerra en cantidades más que suficientes para proveer las necesidades del ejército alemán. La empresa I.G. Farben, con el fin de proteger sus intereses durante el conflicto bélico, transfirió a Standard Oil la patente para la fabricación de goma con un contrato que subordinaba su producción a los alemanes. Poco después, los ciudadanos norteamericanos comenzaron a sufrir restricciones de caucho debido al inicio de la guerra con Japón. Y, pese a esto, Standard Oil prefirió respetar los acuerdos mercantiles con sus socios europeos antes que ayudar a sus propios compatriotas. Aunque EE.UU. es un país productor de petroleo, sus ciudadanos también padecieron limitaciones en el consumo de carburantes, todo ello mientras barcos con bandera panameña transportaban combustible americano a Alemania. El senador Harry S. Truman, futuro presidente de los Estados Unidos, acusó a la empresa Standard Oil de “traidora”. Finalmente, el gobierno autorizó el uso de la patente de la goma en beneficio de los EE.UU. Teagle cayó en desgracia pero Standard Oil fue sancionada con una simple multa de 1.000 dólares. 

Otro magnate norteamericano que defendió la causa de Hitler fue el presidente de Texaco Torkild Rieber, de origen noruego. Fue, además, íntimo amigo del Führer.


James D. Mooney, vicepresidente de General Motors (GM), fue un empresario automovilístico de los EE.UU. que simpatizó y colaboró con la causa nazi. Por aquel entonces, Opel era la filial alemana de la empresa norteamericana y es por ello que algunos de los ejecutivos de GM formaban parte de su consejo de administración. La factoría de Rüsselsheim (Brandeburgo) fue inaugurada en los años treinta con la intención de fabricar el mítico Opel-Blitz, al principio para uso exclusivamente civil entre la población germana. Sin embargo, a medida que se aproximaba el inicio de la guerra, fue incluido en los planes militares del Reich. A ello contribuyó de forma entusiasta James D. Mooney, quien en 1938 fue condecorado por Hitler con la Verdienstkreuz des ordens vom Deutschen Adler, por haber colaborado en la fabricación de un medio de trasporte que facilitó la invasión de los Sudetes (Checoslovaquia). Después de escribir una carta al Führer, en la que le expresaba su más profunda admiración (ver segunda imagen), Mooney viajó a Berlín en 1940 y se entrevistó con Hitler y con Göring, actuando como portavoz del presidente Roosevelt. Sin embargo, debido a la defensa que hizo a su vuelta de las exigencias megalómanas de Hitler, el vicepresidente de GM fue ninguneado por sus propios compatriotas y tildado de "fascista". Pese este desencuentro, los enormes réditos de guerra de General Motors no se resintieron en absoluto, sino todo lo contrario. Para cubrir el expediente con su gobierno, la empresa anuló las posesiones alemanas que tenía en los EE.UU. En cambio, no vendió su participación en Opel, que siguió produciendo ingentes beneficios. El 6 de agosto de 1944 bombarderos norteamericanos destruyeron la fábrica de Brandeburgo. Años más tarde, GM cobró por ello una indemnización de 32 millones dólares con cargo a las arcas públicas de los EE.UU. Acabada la guerra algunos nazis reconocieron que la Blitzkrieg no habría sido posible sin Opel (y sin General Motors).

Henry Ford, el empresario norteamericano fundador de la legendaria fábrica de coches e impulsor del método de producción 'fordista', escrib una obra antisemita titulada 'El judío internacional'. Este libro, traducido al alemán en 1931, sirv de inspiración para el 'Mein Kampf' de Adolf Hitler. Mientras afirmaba que los sindicatos son obra del diablo“, apoyó económicamente al Führer antes incluso de que éste llegase al poder. Un retrato suyo pendía de una pared en la sede del Partido Nazi en Múnich. Los coches fabricados en su factoría de Colonia consiguieron el sello de “producto alemán“, una verdadera proeza teniendo en cuenta el origen de la marca. En 1938 Ford y Opel fueron incluidos en la planificación de las fuerzas armadas alemanas. Fue entonces cuando el III Reich le encargó un primer gran pedido de mil vehículos militares. Debido a las limitaciones de su fábrica en Alemania, los motores, chasis y cabinas eran importados de EE.UU., montados de noche en Colonia y recogidos por la Wehrmacht a la salida del sol. Gracias a este encargo los nazis pudieron invadir los Sudetes checoslovacos con una superioridad aplastante. En 1938 el vicecónsul alemán en Detroit hizo entrega a Henry Ford de la Cruz del Mérito del Águila Alemana en gratitud por su contribución a la causa nazi. A continuación, éste realizó una donación de 35.000 marcos a una fundación llamada 'A.H.' Lo más irónico del caso es que Ford se opuso a la fabricación de motores para la Royal Force británica alegando que sólo lo haría para los EE.UU, cuando éstos eran potenciales aliados de los ingleses. Está perfectamente documentado que su fábrica empleó a trabajadores forzados y que en los años finales de la guerra utilizó a miles de presos de los campos de concentración como mano de obra esclava. Las SS recibieron por ello dos euros al día por cada trabajador. Cuando los EE.UU. entraron en la Segunda Guerra Mundial, Henry Ford se convirtió en un ferviente patriota. Produjo masivamente aviones, cañones, tanques y barcos para el ejército de su país. La factoría de Colonia se libró “milagrosamente” de los bombardeos aliados, excepto al final del conflicto en que sufrió algunos daños leves. En 1965 Ford exigió a una comisión norteamericana el pago de una indemnización de siete millones de dólares por “daños de guerra”. Cobró solamente medio millón debido a un defecto de forma en la solicitud. Todo ello pese a haber fabricado miles de vehículos para el enemigo.


Thomas J. Watson era presidente de IBM cuando Hitler llegó al poder. IBM fabricaba por entonces los precursores de los ordenadores actuales. En Alemania los construía su filial Deutsche Hollerith Maschinen Gesellschaft (DEHOMAG), una empresa con un gran desarrollo antes de la guerra. El ministro Albert Speer utilizó estas máquinas, que usaban tarjetas perforadas, para controlar la producción armamentística. Pese a su carácter primitivo, permitían controlar cada detalle del proceso, incluidos los nombres de los trabajadores forzados y su país origen, con absoluta precisión. En 1937 Watson viajó a Alemania para una reunión de la cámara de comercio. Una noche, mientras asistía a la representación de una ópera, celebró la entrada de Hitler haciendo el saludo fascista. Admiraba al Führer y lo apoyaba, incluso antes de su ascenso en 1933. En 1939, con la ayuda de DEHOMAG, se llevó a cabo un gran censo de población para saber cuántos judíos quedaban en Alemania, los Sudetes y Austria. Poco después se creó en Cracovia un gran departamento estadístico que fue llamado “Watson Business Machine”, con empleados de IBM ocupando puestos clave en sus instalaciones. En 1943 se comenzaron a crear 'registros Hollerith' para controlar a la población reclusa en los campos de concentración y así poderla utilizar en la maltrecha producción alemana. Los datos de los presos, tomados a mano por un ejército de escribientes -también judíos- se pasaban después a tarjetas perforadas en la central berlinesa de Hollerith. Algunas de estas máquina fueron enviadas posteriormente a campos de exterminio, aunque su uso allí no ha quedado del todo claro. Al final de la guerra la mayor parte de estas tarjetas, que llegaron a sumar más de un millón, acabaron siendo destruidas. En el verano de 1940, viendo que la reputación de los nazis decaía en los EE.UU., Watson devolvió la condecoración de Hitler. Algunos años después, una investigación gubernamental norteamericana calificó a IBM de “monstruo internacional” a la misma altura que los nazis. El informe no tuvo consecuencias.


Ford, IBM, ESSO y General Motors son empresas que continúan existiendo en la actualidad, algunas con los nombres cambiados (como en el caso de Exxon) y otras formando parte de corporaciones financieras. La historia no les ha pasado factura, aunque lo que no ha hecho la justicia sí lo ha conseguido hacer la última recesión, sobre todo en el caso de GM que sobrevive gracias a las subvenciones del gobierno norteamericano. Mientras que personalidades del otro lado del Telón de Acero pagaron hace veinticinco años con la muerte, el ostracismo o la prisión su pertenencia a regímenes comunistas, los personajes aquí señalados disfrutaron de absoluta impunidad. Ni siquiera el poderoso lobby judío parece haber presionado contra ellos con la contundencia con la que lleva haciéndolo contra los palestinos desde hace cerca de setenta años. Está claro que la justicia no es igual para todo el mundo. Y en ello tienen mucho que ver los gobiernos, los medios de comunicación y la mayoría de los historiadores. Todos ellos hechos de la misma naturaleza: el dinero.

 

martes, 21 de julio de 2015

BMW, Hugo Boss y el nazismo: ¿Contra quién tuvo que enfrentarse realmente la Unión Soviética?

La crisis en el seno de la Unión Europea y el asunto del Grexit han hecho que Alemania vuelva a exhibir los tics autoritarios a los que nos tiene acostumbrados desde hace un siglo y medio, cuando se fundó el Imperio Alemán en 1871. Un buen número de intelectuales occidentales están actuando de voceros de este sistema neoprusiano atacando a los que no se someten a los dictados del nuevo Reich. Aparte de criticar a aquellos que se salen de la fila, como Tsipras y Varufakis en Grecia, se han apuntado al carro del revisionismo histórico añadiendo muchos ceros a los muertos del comunismo soviético y callando sobre las víctimas del otro bando. Si Stalin hubiese matado a 100 millones de personas, como algunos afirman, hubiese necesitado la maquinaria exterminadora de los nazis multiplicada por diez o por doce. Una maquinaria soviética y unos millones de cadáveres que, muy a su pesar, nadie ha encontrado. Para el historiador alemán Karl Schlögel, existen actualmente en el mundo algunos gobiernos totalitarios que son una versión evolucionada del nazismo y el estalinismo. Sin embargo, por los ejemplos que cita en las entrevistas que ha concedido, sólo merecen este calificativo aquellas administraciones de izquierdas (incluido Putin, aunque no lo sea) que se oponen al flujo indiscriminado de los fondos de inversión a través de las redes financieras planetarias. Nada que decir acerca de las violaciones de los derechos humanos o la falta de libertades en Arabia Saudita, China, Guinea Ecuatorial o Uzbekistán. Todos ellos países muy dispuestos a vender baratos los recursos energéticos de que disponen o a abrir sus fronteras a intercambios comerciales masivos. Ni nada que decir tampoco sobre la falta de garantías legales en la situación de reclusión de los prisioneros de Guantánamo, la base militar de la gran democracia norteamericana. Se trata de criticar, con total cinismo, el "totalitarismo" de aquellos que no comulgan con los principios europeístas y occidentalistas. El que se opone a todo esto, afirman, está a favor del terrorismo y en contra del aumento de la riqueza y la creación de empleo. Aunque sea una riqueza, como sabe todo el mundo, que va a parar a los de siempre y un empleo que cada vez se parece más al esclavismo del siglo XIX. 

Stalin envió a la muerte a mucha gente y esos asesinatos no se pueden justificar de ningún modo, porque no hay muertos que sean mejores o peores que los otros. Sin embargo, escribir "millones" donde debería poner "miles" al final se acaba girando en contra de la legitimidad de los propaladores de tales infundios, que pasan de ser intelectuales a convertirse en propagandistas a sueldo del régimen. Lo curioso del caso es que buena parte de las víctimas de Stalin fueron comunistas como él. Camaradas del partido que le podían hacer sombra o simples obreros y campesinos poco dóciles con las normas del sistema y con un punto de vista diferente sobre la revolución. Siguiendo el principio jurídico de la ley del talión, este detalle debería alegrar, más que indignar, a los apologetas del fin de la historia. Pero el problema de toda esta controversia no es lo que se cuenta en las universidades, las tertulias televisivas, los libros y la prensa en general. El problema estriba en lo que se silencia en esos entornos para que ciertos sectores sociales puedan reescribir la historia a la medida de sus intereses. Da la sensación de que la triada libertad-derechos-dignidad ha sido equiparada, o incluso transmutada, a la de riqueza-lujo-consumo. Y que este proceso de santificación de los mercados y del estilo de vida postcapitalista sirve de cortina de humo para controlar las conciencias y crear una pseudorealidad próxima a la inexistente versión política de la película Matrix.

Los nazis, contrariamente a lo que pretenden hacernos creer los lobbies de la comunicación, no fueron cuatro psicópatas fanáticos que tomaron el poder en Alemania y lanzaron al mundo a una espiral de autodestrucción y debacle. O, por lo menos, no fueron sólo eso. Tras sus ideas racistas, clasistas, antisemitas y anticomunistas, el NSDAP sirvió de catalizador para los intereses económicos de unas élites que a quien temían realmente era a la Unión Soviética. Sobre todo al "mal ejemplo" que daba ese país con todas esas "monsergas" de igualdad y fraternidad entre la clase obrera. Por eso el lobby económico se alió con el nazismo y creó el mayor conglomerado de poder de la historia. Lo tuvieron todo a su disposición: fuerza, armas, disciplina, apoyo social, dinero e impunidad. La empresa norteamericana Ford fabricó los camiones militares de la Wehrmacht que Standard Oil se encargó de llenar de combustible sin restricciones. IBM clasificó científicamente a los judíos de los guetos para enviarlos de forma ordenada a los campos de exterminio, mientras Hugo Boss confeccionaba las camisas de las Sturmabteilung (SA) de Hitler. Otros empresarios, como los Quandt de BMW, se dedicaron simplemente a financiar al Partido Nazi para obtener contrapartidas como el uso de mano de obra gratuita para sus fábricas. Una masa obrera que, una vez desgastada y famélica, era enviada a algún Konzentrationslager para ser gaseada.

Incluso Felipe González sacó partido muchos años después de esa alianza entre el poder económico y el poder político focalizada en Alemania. Desde 1969 hasta 1980, el empresario alemán Friedrich Karl Flick obtuvo ingentes beneficios fiscales a cambio de sobornar a todos (repito, a todos) los partidos políticos del Bundestag, desde los democristianos hasta los socialdemócratas. La justicia alemana pasó de puntillas sobre este asunto. Mientras tanto, la Fundación Friedrich Eber desvió 1.000.000 de marcos a las arcas del PSOE a cambio de que estos, con sus cantos de sirena ("La OTAN: de entrada, salida"), absorbiese a la masa de votantes del PCE e impidiese que las ideas soviéticas fuesen importadas a la España de la Transición. El resto de la historia ya la conocemos. González (con su célebre "ni flick, ni flock") no fue condenado porque por entonces no existía una ley de financiación de partidos. Con su maquinaria electoral bien engrasada (con marcos alemanes) pasó de ser un desconocido abogado laboralista con americana de pana a ganar las elecciones generales de 1982 con una mayoría absoluta apabullante, reduciendo el comunismo español a una anécdota del pasado. Ahora se dedica, desde su casa en La Moraleja, a acusar de "totalitarios" a todos los gobiernos de izquierdas del mundo, pero no dice nada de su amigo Teodoro Obiang, de los disidentes chinos o de los dirigentes de Oriente Medio que dan dinero a los equipos de fútbol españoles mientras decapitan públicamente a sus condenados a muerte.

El Grexit no es nada más que otro capítulo de la misma historia. La historia de los ricos y los pobres, del control social y la manipulación. A nadie debería sorprenderle nada de lo que está sucediendo. La victoria de la Unión Soviética sobre el III Reich en la Segunda Guerra Mundial fue, seguramente, una de las grandes excepciones imprevistas que ha habido en un mundo controlado al milímetro por grupos de presión bien organizados. Porque recordemos que fue la URSS la que ganó la guerra en Europa, a costa de más de veinticinco millones de víctimas soviéticas. Otros invitados llegaron tarde a la fiesta, y lo hicieron cuando les interesó, con su territorio completamente intacto y con el frente alemán muy desgastado. Aquello debió alterar los planes de muchos magnates que soñaban con un mundo sin ni un solo judío vivo y con todas las riquezas del extenso territorio ruso a su entera disposición. Por eso la lucha contra la Unión Soviética, a lo largo de la Guerra Fría, tuvo tintes de venganza.

Recupero dos artículos y un documental de hace algunos años sobre los amigos occidentales del nazismo.



REPORTAJE: EL SECRETO DE LOS QUANDT

Emerge el pasado nazi de los dueños de BMW

La familia Quandt, una de las más ricas de Alemania, evitó durante décadas que se investigara su pasado. Hasta que un documental reveló el oscuro origen de su patrimonio. Hoy confiesan sin tapujos que el tercer Reich apuntaló su imperio 

JUAN GÓMEZ 15/10/2011 

Además de su maña para sobrevivir a guerras y cambios de régimen, los Quandt reúnen otras cualidades de la más rancia oligarquía empresarial alemana: rechazan la publicidad, amontonan cantidades fabulosas de dinero, tienen fama de tacaños y saben que entre sus patriarcas hubo nazis redomados.

La familia Quandt se cuenta entre las más ricas e influyentes del país y, por tanto, del mundo. La fortuna combinada de sus integrantes, propietarios entre otras cosas de la automotriz BMW, supera los 23.000 millones de euros. La bancarrota moral de Alemania entre 1933 y 1945 no acarreó la bancarrota económica de la que pervive como última gran dinastía fabril del país. Al contrario. Según certifica la concienzuda biografía familiar que presentó este lunes en Múnich Joachim Scholtyseck, los 12 años de nazismo apuntalaron un imperio en pleno ascenso al olimpo corporativo. 

Günther y Herbert Quandt, nazi el padre y nazi el hijo, participaron desde primera fila en el esfuerzo bélico de Hitler y en el gran expolio de bienes judíos orquestado por el régimen hasta 1945. Han corrido ríos de tinta sobre la supuesta "fascinación" que los nazis ejercían sobre los alemanes, pero se habla menos de la colosal rapiña que llamaron arisierung: la apropiación de los bienes de los judíos de Alemania y los territorios ocupados. El Deutsche Bank, por poner un ejemplo ilustre, afanó la berlinesa Banca Mendelssohn. Pero también muchos pequeños tenderos se lucraban gracias al boicot a la competencia judía, lo mismo que algunos funcionarios ascendían gracias al despido de sus superiores por razones "raciales". A principios del siglo XX había más de 600.000 judíos en Alemania. Su paulatina deshumanización legal desde 1933 y su posterior exilio o supresión biológica (asesinato y cremación) presentaron una oportunidad de medro y de lucro para millones. No solo de ideología vive el hombre.

Al teléfono desde Baviera, Scholtyseck confirma que el nazismo de Günther y Herbert Quandt fue "oportunista". Günther decía que los nazis lo "persiguieron implacablemente". Es cierto que pasó unas semanas en la cárcel de Moabit, víctima de una oscura intriga sin mayores consecuencias. El empresario, ya entonces muy rico, tomó buena cuenta de la arbitrariedad de la dictadura y "decidió conscientemente sacar partido de ella". Las grandes empresas alemanas, lo mismo que el Ejército y las instituciones públicas, se convirtieron en los compinches necesarios de Hitler. Los Quandt "fueron parte del régimen". 

Así pudieron, entre otras maniobras "contrarias a la decencia", apropiarse de las fábricas del judío Henry Pels en 1937. Durante la guerra siguieron ojo avizor sobre cualquier otra presa. La fábrica de baterías AFA (hoy Varta) de Hanóver obtuvo además su propio campo de trabajos forzados. Allí se fabricaban acumuladores eléctricos para la flota submarina y para los cohetes V-2. Günther (1881-1954) y Herbert (1910-1982) eran nazis de última hora, pero bastaba. El padre se hacía fotografiar con varias condecoraciones en la solapa: su insignia del NSDAP, la medalla al Mérito de Guerra y una que lo distinguía honoríficamente como wehrwirtschaftsführer (líder de la industria de defensa). 

Günther decía tras la guerra que fue un "enemigo acérrimo" de Joseph Goebbels. Amigos no eran. El ministro de Propaganda se casó con su exmujer, Magda, en 1931. Le quitó a su hijo Harald para educarlo junto a los seis vástagos que tuvo con esta. Por suerte para él, Harald estaba preso de los británicos cuando Joseph y Magda Goebbels envenenaron a sus seis hijos para que no vieran el hundimiento del régimen. Harald Quandt murió en 1967 en un accidente de su avión privado. Su hija Gabriele dice que él "quería mucho a sus seis hermanastros" asesinados por los Goebbels en el búnker de Hitler. La mayor solo tenía 12 años.

Nazis los hubo en las mejores familias. Fritz Thyssen, magnate del acero y tío político de Carmen Thyssen-Bornemisza, escribió él mismo un libro titulado Yo financié a Hitler. Tuvieron sus nazis los Krupp, fabricantes de tremendos cañones y otros ingenios para las carnicerías europeas. También nazi y también archimillonario fue Friedrich Flick, el mismo que se hizo famoso en España cuando el entonces presidente Felipe González aseguró en el Parlamento que "ni Flick, ni Flock" habían financiado ilegalmente al PSOE. Krupp y Flick (sin noticias de Flock) fueron condenados por crímenes de guerra en los juicios de Núremberg. La reputación de los Quandt, en cambio, salió indemne de sus muy lucrativas aventuras nazis. Hasta 2007. 

Nadie antes que Scholtyseck había podido hurgar sin restricciones en los archivos de los Quandt. Se lo permitieron hace tres años, después de que un documental de la televisión pública NDR llevara a las salas de estar de toda Alemania la historia de los dueños de BMW. Muestra el regreso del superviviente del campo de trabajo de AFA Carl-Adolf Soerensen. Uno de los 50.000 esclavos que trabajaron gratis para los Quandt: "Siempre que sueño estoy aquí de vuelta, en el campo". Habla en danés sobre las condiciones de trabajo que mataron a decenas de sus compañeros. "Era el infierno". El partisano antinazi danés rompe a llorar y se disculpa en alemán, "es demasiado". 

En el documental de 2007, esta escena viene seguida de una entrevista a Sven Quandt. Resulta pasmoso cómo el hijo de Herbert y nieto de Günther, nacido en 1956, se enreda en una estrambótica negación del pasado nazi de su padre y de su abuelo antes de zanjar: "Todas las familias tienen su lado oscuro". La fortuna familiar y ciertos negocios le permiten dedicarse a lo que más le gusta, que es correr rallies y conducir deportivos. Aquellas declaraciones pusieron a los Quandt en la picota y les llevaron a encargar el informe del profesor Scholtyseck.

Del resto de los Quandt se sabe poco. Johanna Quandt, tercera y última esposa de Herbert, fue al principio su secretaria. Los 5.200 millones de euros en los que se tasa el patrimonio de la octogenaria empalidecen solo en comparación con los 9.000 millones de su hija Susanne.

Susanne Klatten (49 años), hermanastra de Sven, comparte BMW con su madre y su hermano Stefan. Es dueña absoluta de la química Altana, uno de los gajos de AFA. No concede entrevistas. Hace tres años destapó (muy a su pesar) un sonado escándalo de chantaje, cuando un suizo llamado Helg Sgarbi le sacó 7,5 millones de euros a cambio de no revelar sus relaciones íntimas. Klatten está casada desde 1990, pero terminó denunciando al gigoló. Fue condenado a seis años de prisión en 2009. Las escapadas de Klatten al adulterio de clase media en el Holiday Inn de Múnich dieron que hablar en medio mundo. Rüdiger Jungbluth, uno de los pocos periodistas que ha tratado a Klatten, cree que el escarnio público "debió de resultarle muy duro". Pero supo regresar a su vida normal de madre de familia, conductora de un Mini y mujer más rica de Alemania.

Empujado por la inminente publicación del libro de Scholtyseck, Stefan Quandt (45 años; 4.900 millones de euros) concedió el 23 de septiembre su primera entrevista, junto a su prima Gabriele. Preguntados por el semanario Die Zeit, ambos aceptan con pocas reservas el contenido del libro. Explica la hija de Harald Quandt que su contenido "es doloroso y nos avergüenza".

Las potencias aliadas no persiguieron a Günther ni a ningún otro Quandt. Recompusieron el imperio tras la rendición incondicional. En 1959, Herbert se hizo con BMW en las mismas narices de la omnímoda Mercedes-Benz. Su anciana esposa y sus hijos Susanne y Stefan controlan el gigante automotriz de 100.000 empleados y 35.000 millones de euros.

Benjamin Ferencz, que fue fiscal en los juicios de Núremberg, evaluó en 2007 la implicación de Günther Quandt en el entramado económico del nazismo a la luz de las nuevas investigaciones: fue "tan culpable como todos los demás". Como Krupp, como Flick y como Thyssen. Criminales de guerra.

 Harald Quandt, uno de los fundadores de BMW, fotografiado con 15 años mientras saluda a Hitler (1936)

 Günther Quandt, patriarca de la familia fundadora de BMW, enriquecido gracias al 'arisierung'

Harald Quandt (a la derecha), hijo de Günther e hijastro de Joseph Goebbles (a la izquierda), Ministro de Propaganda del III Reich
 
Hugo Boss, el sastre que nunca vistió a Hitler

» Desmontando mitos. Entre las muchas patrañas que corren sobre los nazis, persiste el bulo de que Hugo Ferdinand Boss (1885- 1948, en la imagen) fue el sastre personal de Adolf Hitler. Lo mismo que BMW trata de evitar que sus coches desaparezcan de las calles acomodadas de Nueva York o Tel Aviv, la multinacional suaba Hugo Boss teme que se acabe imponiendo la noción de que el sastre Boss diseñó los trajes de los nazis o le midió el tiro del pantalón a Hitler. El historiador Roman Köster acaba de publicar un informe en el que descarta ambos extremos. Es verdad que Hugo Boss fue un nazi convencido que se afilió al NSDAP en 1931, pero los jerarcas nazis tenían sus propios sastres en Berlín. Los tristemente famosos uniformes negros de la SS fueron diseñados por sastres de la organización. Boss, como otros empresarios textiles, los fabricaba con los patrones que le llegaban de los cuarteles generales de Berlín. 

» Los vínculos nazis. Dice Köster que su "temprana militancia" nazi le sirvió para que se dispararan sus beneficios "y le salvó de la bancarrota en 1931". Sus amigos nazis le encargaron la fabricación de camisas pardas para la SA. Lo que es peor: Boss usó trabajadores esclavizados en sus talleres de Metzingen, todavía hoy sede de la empresa. 140 mujeres y 40 prisioneros de guerra polacos. Hugo Boss solo empezó a operar internacionalmente a partir de 1970. La empresa nada tiene ya que ver con los descendientes del sastre pardo y pertenece en buena medida a un grupo de inversión británico. Aseguran sus portavoces que ha contribuido a fondos de compensación de las víctimas de los trabajos forzados en la época nazi.

 Hugo Ferdinand Boss (1885-1948) utilizó mano de obra esclava en Metzingen para fabricar uniformes de las SA


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Los empresarios de Hitler y el negocio de los campos de concentración 

Si hubo un grupo de cómplices del nazismo que se fue “de rositas” tras el final de la II Guerra Mundial, ese fue el de los empresarios. Hombres de negocios alemanes, austriacos, franceses y también estadounidenses que se enriquecieron bajo el capitalismo fascista que impuso el III Reich. Nombres tan conocidos como Bayer, Ford, Standard Oil o Siemens colaboraron activamente con Hitler y no dudaron en utilizar como trabajadores esclavos a los prisioneros judíos, soviéticos o españoles de los campos de concentración.

Carlos Hernández - Madrid   23/03/2015 - 20:27h 

El adjetivo "fanático" es el que más se ha empleado en la historia para definir a Hitler y al amplio grupo de lugartenientes que dirigieron el destino de la Alemania nazi. Sin embargo, hay otro calificativo mucho menos utilizado que resulta igual de imprescindible para explicar su estrategia política y militar. Hitler y el resto de su camarilla eran grandes "hombres de negocios". En sus mentes pesaban más el dinero y las cuestiones económicas que su deseo de exterminar a los judíos. Su modelo de capitalismo fascista, pese a estar basado en una fuerte intervención estatal, resultó muy atractivo para los empresarios alemanes y también para importantes magnates extranjeros, principalmente estadounidenses. 

Las SS crearon sus propias empresas para beneficiarse del trabajo esclavo de los millones de prisioneros capturados por el ejército alemán. La DEST y la DAW fueron las dos más destacadas. El objetivo de Himmler era que, gracias a estas compañías, las SS pudieran jugar un papel predominante en la economía alemana, incluso en el escenario de paz que se abriría tras la guerra.


Hacer negocio a cualquier precio

Las empresas de armamento, automoción, productos farmacéuticos y tecnología no podían contar con los jóvenes alemanes para trabajar en sus fábricas porque estos se encontraban en los frentes de batalla. Los prisioneros de los campos y los trabajadores forzosos se convirtieron en la mejor opción y también en la más barata. El negocio de los campos era redondo. La DEST suministraba los trabajadores, las SS ofrecían la seguridad y las empresas aportaban el resto. En el reparto de papeles todos ganaban. Todos menos los deportados, que morirían a millares en las canteras y las fábricas controladas por el emporio de las SS y por las empresas privadas alemanas y norteamericanas. 

La lista de firmas alemanas que colaboraron y se beneficiaron de las políticas bélicas y genocidas del régimen nazi es interminable. Desde gigantes de la automoción hasta pequeñas empresas familiares e incluso particulares que utilizaron prisioneros de los campos de concentración para cultivar sus tierras o trabajar en sus granjas. Estas son algunas de las más destacadas: 

- IG Farben. Este consorcio fue el que mejor exprimió todas las opciones de negocio que facilitaba el régimen nazi. Fabricó combustible y un tipo de caucho sintético llamado "Buna" para el ejército alemán, suministró los productos químicos para la exterminación masiva de "enemigos" del Reich y se aprovechó del trabajo esclavo de miles de prisioneros de los campos. Tres empresas químicas y farmacéuticas constituían el corazón de IG Farben: Bayer, Basf y Hoechst. 

- Audi empleó en su cadena de producción a 20.000 trabajadores forzados.

- Daimler utilizó a gran escala trabajadores forzados para la fabricación de automóviles. 

- Bosch empleó a unos 20.0000 trabajadores forzados. 

- Volkswagen colocó en gran parte de su producción a trabajadores forzados. 

- Krupp (actualmente Thyssenkrupp) tuvo la consideración de empresa modelo del nacionalsocialismo y empleó a más de 75.000 trabajadores forzados. 

- Deutsche Bank. El historiador Harold James analizó el periodo nazi en 1995. James tildó la actitud del banco en aquella época como "complaciente". 

- Lufthansa autorizó al historiador Lutz Budraß la realización de un estudio sobre su participación en la creación de la Luftwaffe. Los datos oficiales del estudio no se han publicado todavía. La pregunta permanece en el aire. 

- Bertelsmann encargó al historiador Saul Friedländer un estudio que fue presentado en 2002. El gigante de los medios de comunicación se aprovechó del régimen nazi de forma masiva. 

- Quandt (propietaria de BMW). Según la investigación llevada a cabo por el historiador Joachim Scholtyseck, Günther Quandt se enriqueció en el periodo comprendido entre 1933 y 1945. La empresa del magnate utilizó a 50.000 trabajadores esclavos. 

- Oetker abrió sus archivos en 2007 tras la muerte del patriarca, Rudolf August Oetker. El historiador Deren Erkenntnisse reveló que Rudolf A. había pertenecido a las Waffen-SS y colaborado activamente con el régimen nazi. 

- Adidas y Siemens han permitido que se investiguen sus archivos. Se sabe que, ambas empresas, emplearon a miles de trabajadores esclavos. 


Cómplices en Detroit y Nueva York 

Historiadores y economistas coinciden en que a Hitler le habría resultado imposible lanzarse a la conquista de Europa sin el apoyo de cuatro grandes multinacionales estadounidenses: Standard Oil, General Motors, Ford e IBM. 

- General Motors. Fabricó miles de camiones militares en sus factorías de Alemania. Su modelo bautizado con el nombre de Blitz, Relámpago, sirvió a Hitler para entrar con sus tropas en Austria. La admiración del Führer por la tecnología de Opel y su agradecimiento por contar con su colaboración le llevó a conceder la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana a su director ejecutivo, James Mooney. GM utilizó a prisioneros de los campos como trabajadores esclavos. 

- Ford. El fundador de la compañía, Henry Ford, era ya conocido a finales de los años 20 por su profundo antisemitismo. Hitler admiraba profundamente a Ford, del que llegó a decir que era su inspiración. Ese amor era mutuo y permitió que la empresa automovilística estadounidense se convirtiera en el segundo productor de camiones para el ejército alemán, superado únicamente por Opel-General Motors. Henry Ford también fue distinguido por Hitler con la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana en 1938. Tras la invasión de Francia, la empresa estadounidense continuó trabajando para el Reich y se negó a fabricar motores para los aviones de la Royal Air Force británica. Al igual que GM se aprovechó del trabajo esclavo de miles de deportados. 

- Standard Oil. Le proporcionó a Hitler el combustible y el caucho necesario para emprender la invasión de Europa. El Gobierno nazi, consciente de que las importaciones de petróleo se reducirían con el estallido de la guerra, decidió fabricar combustible sintético. El complejo proceso de elaboración no habría sido posible sin la alianza entre el consorcio alemán IG Farben y la Standard Oil norteamericana. Los buques cisterna de la Standard suministraron combustible a barcos alemanes en Tenerife y otros puertos de la España franquista. 

- IBM. Su "mérito" fue dotar al régimen nazi de sus aún primitivos pero eficaces sistemas informáticos. Sus máquinas, que funcionaban con tarjetas perforadas, precursoras de los ordenadores, resultaron de enorme utilidad para el Gobierno alemán. Himmler fue consciente de las posibilidades que le ofrecía la tecnología de IBM para organizar, distribuir, explotar y eliminar a los millones de judíos y prisioneros de guerra que cayeron en sus manos durante la guerra. Se realizaron censos de la comunidad judía que servirían para identificar y eliminar con mayor facilidad a sus miembros. En la mayoría de los campos de concentración se abrió un "departamento Hollerith" (nombre de la filial alemana de IBM) en el que se realizaban fichas de cada deportado, incluyendo su profesión y su raza o religión.


Esclavos españoles 

El grueso de los republicanos que pasaron por los campos de concentración trabajó y murió a las órdenes de la DEST, la empresa propiedad de las SS. Las canteras de Mauthausen y Gusen, así como el molino de piedra ubicado junto a esta última, se cobraron el mayor número de vidas entre los españoles. El emporio dirigido por los hombres de Himmler también controlaba la mayor parte de los trabajos que los republicanos realizaron en subcampos como Schlier-Redl-Zipf, Bretstein o Vöcklabruck. No obstante, hubo algunas empresas privadas alemanas y austriacas que, especialmente después de 1942, explotaron a los republicanos que quedaban con vida. 

La mayor de ellas fue la Steyr-Daimler-Puch que empleó internos de Mauthausen, desde 1941, para trabajos de construcción en su factoría de Steyr. En 1942 negoció con los altos mandatarios del régimen la utilización de prisioneros en el proceso de fabricación de armamento y vehículos para el ejército. Fruto de esas conversaciones, Himmler aprobó la construcción de un subcampo, dependiente de Mauthausen, que dotase de operarios a la factoría. Medio millar de españoles se vieron obligados a trabajar en condiciones infrahumanas. Un diez por ciento de ellos murió en el propio subcampo, asesinados violentamente o por una mortal combinación de hambre, agotamiento y frío. La empresa también gestionó factorías en los túneles de Ebensee y de Gusen, por las que pasaron un menor número de republicanos. 

La otra gran compañía armamentística que se aprovechó de los trabajadores de Mauthausen fue Messerschmit, que instaló una de sus mayores plantas en los túneles de Bergkristall, cerca de Gusen. Fueron pocos los españoles que trabajaron en ella fabricando fuselajes y otras piezas para diversos modelos de aviones de combate. Sin embargo, como ocurrió con la factoría de la Steyr-Daimler-Puch de Ebensee, decenas de republicanos perecieron junto a miles de soviéticos, polacos, judíos y checos en la perforación de las galerías subterráneas en que se albergaron sus fábricas.

Las prisioneras españolas deportadas a Ravensbrück trabajaron en diversas empresas que fabricaban armamento y piezas para vehículos y aviones del Ejército alemán. La más conocida de ellas fue Siemens & Halske, que en 1942 construyó una fábrica junto al campo para la producción de componentes electrónicos destinados a los misiles V1 y V2. En un principio las mujeres seguían durmiendo en Ravensbrück y se desplazaban cada día hasta la fábrica. A finales de 1944, para ahorrar tiempo, Siemens construyó unos barracones en la propia factoría en los que alojó a sus trabajadoras forzosas. Las condiciones de vida eran igual de duras que en el campo central y los capataces se encargaban de que las mujeres débiles y enfermas fueran devueltas a Ravensbrück donde, generalmente, acababan siendo ejecutadas. 

Junto a estas grandes compañías, hubo también pequeñas empresas que se aprovecharon del trabajo esclavo de los prisioneros. En Mauthausen destacó, por encima del resto, la empresa local de materiales de construcción Poschacher. Su dueño, Anton Poschacher, pagó a la DEST para tener a su disposición un grupo de reclusos. En total, en su pequeña cantera trabajaron 42 españoles menores de 18 años. La empresa sacó un gran beneficio del empleo de estos jóvenes, por los que pagaba a la DEST menos del 50% del salario que habría cobrado un trabajador austriaco. Tras la guerra, sus responsables no fueron perseguidos. La empresa no solo consiguió mantener sus posesiones, sino que las amplió y hoy en día es la propietaria de la mayor parte de los terrenos en los que murieron 120.000 prisioneros de Mauthausen, entre ellos, 5.000 españoles. 

(Este artículo recoge extractos del libro Los últimos españoles de Mauthausen de Ediciones B. En él se citan debidamente las diversas fuentes consultadas)

 Ficha de un prisionero español con el sello "Hollerith", que quiere decir que fue procesado por IBM

Prisioneros de Mauthausen (Austria). Buena parte de estos terrenos siguen siendo propiedad de la empresa de materiales de construcción Poschacher, cómplice con los nazis de la explotación de estos trabajadores
 
Prisioneras esclavas en el campo de concentración de Ravensbrück. En este lugar permaneció cautiva Neus Català i Pallejà


Documental: Los socios americanos de Hitler (Hitlers amerikanische Geschäftsfreunde)
Año: 2003
Duración: 44'
Ficha Filmaffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film794984.html