sábado, 25 de julio de 2015

Los socios americanos de Hitler

Siguiendo con el tema de los aliados occidentales de la Alemania Nazi, vamos a conocer personalmente a los socios americanos que fueron agasajados y condecorados por Hitler. Así sabremos quiénes fueron los verdaderos beneficiarios de la Segunda Guerra Mundial.

La Cruz del Mérito del Águila Alemana (Das Verdienstkreuz des ordens vom Deutschen Adler) era la máxima condecoración que Hitler otorgaba a diplomáticos y personalidades extranjeras. Había nueve clases de medallas, desde la Cruz de Oro con Diamantes hasta la medalla de bronce. La recibieron, entre otros, Henry Ford, James D. Mooney (Standard Oil) y Thomas J. Watson (IBM). También Mussolini, Franco, Ribbentrop, Himmler y Antonescu. Esto da una idea de la estimación que la Alemania Nazi tuvo por estos empresarios de los Estados Unidos.

El norteamericano Walter C. Teagle fue director de la petrolera Standard Oil (posteriormente llamada ESSO, acrónimo formado con sus dos iniciales) al mismo tiempo que Hermann Schmitz lo era de I.G. Farben, su homóloga en la Alemania Nazi. En septiembre de 1939, poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los dos empresarios acordaron proseguir con sus relaciones comerciales pese a que sus países podían acabar siendo enemigos (EE.UU. aún no había entrado en la guerra). Años antes se habían mostrado interesados en la construcción en Alemania de dos fábricas de un compuesto químico llamado Tetraetilo de plomo. Sin embargo, fueron los Estados Unidos quienes finalmente les vendieron a los germanos este aditivo imprescindible para el combustible de los aviones. Ambos países habían conseguido monopolizar la elaboración de gasolina sintética y la de goma para neumáticos. En aquel entonces, Standard Oil explotaba la mitad de los campos petrolíferos de Rumanía, que pasaron a ser protegidos íntegramente por la Luftwaffe. Así mismo suministró a los nazis lubricante de petroleo residual, una sustancia necesaria para los motores de los tanques. Y lo hizo durante toda la guerra en cantidades más que suficientes para proveer las necesidades del ejército alemán. La empresa I.G. Farben, con el fin de proteger sus intereses durante el conflicto bélico, transfirió a Standard Oil la patente para la fabricación de goma con un contrato que subordinaba su producción a los alemanes. Poco después, los ciudadanos norteamericanos comenzaron a sufrir restricciones de caucho debido al inicio de la guerra con Japón. Y, pese a esto, Standard Oil prefirió respetar los acuerdos mercantiles con sus socios europeos antes que ayudar a sus propios compatriotas. Aunque EE.UU. es un país productor de petroleo, sus ciudadanos también padecieron limitaciones en el consumo de carburantes, todo ello mientras barcos con bandera panameña transportaban combustible americano a Alemania. El senador Harry S. Truman, futuro presidente de los Estados Unidos, acusó a la empresa Standard Oil de “traidora”. Finalmente, el gobierno autorizó el uso de la patente de la goma en beneficio de los EE.UU. Teagle cayó en desgracia pero Standard Oil fue sancionada con una simple multa de 1.000 dólares. 

Otro magnate norteamericano que defendió la causa de Hitler fue el presidente de Texaco Torkild Rieber, de origen noruego. Fue, además, íntimo amigo del Führer.


James D. Mooney, vicepresidente de General Motors (GM), fue un empresario automovilístico de los EE.UU. que simpatizó y colaboró con la causa nazi. Por aquel entonces, Opel era la filial alemana de la empresa norteamericana y es por ello que algunos de los ejecutivos de GM formaban parte de su consejo de administración. La factoría de Rüsselsheim (Brandeburgo) fue inaugurada en los años treinta con la intención de fabricar el mítico Opel-Blitz, al principio para uso exclusivamente civil entre la población germana. Sin embargo, a medida que se aproximaba el inicio de la guerra, fue incluido en los planes militares del Reich. A ello contribuyó de forma entusiasta James D. Mooney, quien en 1938 fue condecorado por Hitler con la Verdienstkreuz des ordens vom Deutschen Adler, por haber colaborado en la fabricación de un medio de trasporte que facilitó la invasión de los Sudetes (Checoslovaquia). Después de escribir una carta al Führer, en la que le expresaba su más profunda admiración (ver segunda imagen), Mooney viajó a Berlín en 1940 y se entrevistó con Hitler y con Göring, actuando como portavoz del presidente Roosevelt. Sin embargo, debido a la defensa que hizo a su vuelta de las exigencias megalómanas de Hitler, el vicepresidente de GM fue ninguneado por sus propios compatriotas y tildado de "fascista". Pese este desencuentro, los enormes réditos de guerra de General Motors no se resintieron en absoluto, sino todo lo contrario. Para cubrir el expediente con su gobierno, la empresa anuló las posesiones alemanas que tenía en los EE.UU. En cambio, no vendió su participación en Opel, que siguió produciendo ingentes beneficios. El 6 de agosto de 1944 bombarderos norteamericanos destruyeron la fábrica de Brandeburgo. Años más tarde, GM cobró por ello una indemnización de 32 millones dólares con cargo a las arcas públicas de los EE.UU. Acabada la guerra algunos nazis reconocieron que la Blitzkrieg no habría sido posible sin Opel (y sin General Motors).

Henry Ford, el empresario norteamericano fundador de la legendaria fábrica de coches e impulsor del método de producción 'fordista', escrib una obra antisemita titulada 'El judío internacional'. Este libro, traducido al alemán en 1931, sirv de inspiración para el 'Mein Kampf' de Adolf Hitler. Mientras afirmaba que los sindicatos son obra del diablo“, apoyó económicamente al Führer antes incluso de que éste llegase al poder. Un retrato suyo pendía de una pared en la sede del Partido Nazi en Múnich. Los coches fabricados en su factoría de Colonia consiguieron el sello de “producto alemán“, una verdadera proeza teniendo en cuenta el origen de la marca. En 1938 Ford y Opel fueron incluidos en la planificación de las fuerzas armadas alemanas. Fue entonces cuando el III Reich le encargó un primer gran pedido de mil vehículos militares. Debido a las limitaciones de su fábrica en Alemania, los motores, chasis y cabinas eran importados de EE.UU., montados de noche en Colonia y recogidos por la Wehrmacht a la salida del sol. Gracias a este encargo los nazis pudieron invadir los Sudetes checoslovacos con una superioridad aplastante. En 1938 el vicecónsul alemán en Detroit hizo entrega a Henry Ford de la Cruz del Mérito del Águila Alemana en gratitud por su contribución a la causa nazi. A continuación, éste realizó una donación de 35.000 marcos a una fundación llamada 'A.H.' Lo más irónico del caso es que Ford se opuso a la fabricación de motores para la Royal Force británica alegando que sólo lo haría para los EE.UU, cuando éstos eran potenciales aliados de los ingleses. Está perfectamente documentado que su fábrica empleó a trabajadores forzados y que en los años finales de la guerra utilizó a miles de presos de los campos de concentración como mano de obra esclava. Las SS recibieron por ello dos euros al día por cada trabajador. Cuando los EE.UU. entraron en la Segunda Guerra Mundial, Henry Ford se convirtió en un ferviente patriota. Produjo masivamente aviones, cañones, tanques y barcos para el ejército de su país. La factoría de Colonia se libró “milagrosamente” de los bombardeos aliados, excepto al final del conflicto en que sufrió algunos daños leves. En 1965 Ford exigió a una comisión norteamericana el pago de una indemnización de siete millones de dólares por “daños de guerra”. Cobró solamente medio millón debido a un defecto de forma en la solicitud. Todo ello pese a haber fabricado miles de vehículos para el enemigo.


Thomas J. Watson era presidente de IBM cuando Hitler llegó al poder. IBM fabricaba por entonces los precursores de los ordenadores actuales. En Alemania los construía su filial Deutsche Hollerith Maschinen Gesellschaft (DEHOMAG), una empresa con un gran desarrollo antes de la guerra. El ministro Albert Speer utilizó estas máquinas, que usaban tarjetas perforadas, para controlar la producción armamentística. Pese a su carácter primitivo, permitían controlar cada detalle del proceso, incluidos los nombres de los trabajadores forzados y su país origen, con absoluta precisión. En 1937 Watson viajó a Alemania para una reunión de la cámara de comercio. Una noche, mientras asistía a la representación de una ópera, celebró la entrada de Hitler haciendo el saludo fascista. Admiraba al Führer y lo apoyaba, incluso antes de su ascenso en 1933. En 1939, con la ayuda de DEHOMAG, se llevó a cabo un gran censo de población para saber cuántos judíos quedaban en Alemania, los Sudetes y Austria. Poco después se creó en Cracovia un gran departamento estadístico que fue llamado “Watson Business Machine”, con empleados de IBM ocupando puestos clave en sus instalaciones. En 1943 se comenzaron a crear 'registros Hollerith' para controlar a la población reclusa en los campos de concentración y así poderla utilizar en la maltrecha producción alemana. Los datos de los presos, tomados a mano por un ejército de escribientes -también judíos- se pasaban después a tarjetas perforadas en la central berlinesa de Hollerith. Algunas de estas máquina fueron enviadas posteriormente a campos de exterminio, aunque su uso allí no ha quedado del todo claro. Al final de la guerra la mayor parte de estas tarjetas, que llegaron a sumar más de un millón, acabaron siendo destruidas. En el verano de 1940, viendo que la reputación de los nazis decaía en los EE.UU., Watson devolvió la condecoración de Hitler. Algunos años después, una investigación gubernamental norteamericana calificó a IBM de “monstruo internacional” a la misma altura que los nazis. El informe no tuvo consecuencias.


Ford, IBM, ESSO y General Motors son empresas que continúan existiendo en la actualidad, algunas con los nombres cambiados (como en el caso de Exxon) y otras formando parte de corporaciones financieras. La historia no les ha pasado factura, aunque lo que no ha hecho la justicia sí lo ha conseguido hacer la última recesión, sobre todo en el caso de GM que sobrevive gracias a las subvenciones del gobierno norteamericano. Mientras que personalidades del otro lado del Telón de Acero pagaron hace veinticinco años con la muerte, el ostracismo o la prisión su pertenencia a regímenes comunistas, los personajes aquí señalados disfrutaron de absoluta impunidad. Ni siquiera el poderoso lobby judío parece haber presionado contra ellos con la contundencia con la que lleva haciéndolo contra los palestinos desde hace cerca de setenta años. Está claro que la justicia no es igual para todo el mundo. Y en ello tienen mucho que ver los gobiernos, los medios de comunicación y la mayoría de los historiadores. Todos ellos hechos de la misma naturaleza: el dinero.

 

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