sábado, 13 de julio de 2024

Necrológica: Ha muerto Eduard Moreno Ibáñez, experto en la batalla de Stalingrado


El pasado 4 de mayo falleció en Barcelona el abogado y escritor Eduard Moreno Ibáñez, especialista en derecho urbanístico, miembro y tertuliano del Ateneu Barcelonès y gran experto en la batalla de Stalingrado. Había nacido en Freila (Granada) y tenia 92 años de edad. 
 
Mi amistad con él fue breve pero intensa, llena de un entusiasmo casi juvenil. Nos conocimos a través de internet en septiembre de 2006, un par de semanas después de mi primera visita a Rusia, un viaje que incluyó una breve incursión de tres días en la ciudad de Volgogrado, denominación de Stalingrado a partir de 1961. Por esas fechas él y dos ateneístas amigos suyos tenían previsto viajar a esa misma ciudad movidos por un interés histórico. Buscando información en diferentes páginas web, Eduard dio por casualidad con el foro de casarusia.com, antiguo punto de encuentro virtual de amantes de todo lo ruso y lugar donde yo había publicado mis impresiones sobre la visita que acababa de realizar por los escenarios de llamada "madre de todas las batallas", un enfrentamiento bélico que decidió el destino de la humanidad. Porque fue en las calles de aquella población junto al río Volga donde los soviéticos consiguieron detener la invasión alemana ordenada por Hitler. Ocurrió en enero de 1943 y fue el principio del fin del III Reich.  
 
Tras su regreso de Rusia iniciamos una relación de amistad que se extendió de forma ininterrumpida a lo largo de los siguientes cinco años. En ocasiones, nuestras conversaciones telefónicas se llegaron a prolongar durante más de una hora, y siempre hablando de lo mismo: la URSS y la Gran Guerra Patria, es decir, la Segunda Guerra Mundial. Todavía recuerdo la voz de Carme, su mujer, sonando de fondo insistiéndole en que me dejase descansar un rato después de tanto detalle sobre tanques T-34 y movimientos de pinza. Aquella amistad incluyó algunos viajes a Barcelona para asistir a sus conferencias en el Ateneu Barcelonès y mi participación en 2009 en las Jornadas Don-Volga que él mismo organizó y a las que asistieron Yuri Fedosov y Oksana Fedosova, un matrimonio de profesores de la Universidad de Volgogrado que dieron varias charlas sobre la cultura en el Cáucaso. Mi relación con Oksana, viuda de Yuri desde 2010, ha perdurado hasta hoy.

Lo que más me impactó de Eduard fue la historia que lo había llevado a estudiar la batalla de Stalingrado de una manera casi obsesiva. En el invierno de 1942, cuando era un niño de tan solo diez años y cursaba estudios primarios en un colegio de Badalona, un grupo de falangistas hizo formar en el patio a todos los alumnos y les obligo a repetir, a voz en cuello y de forma sincopada, la frase: «¡Hemos tomado Stalingrado! ¡Hemos tomado Stalingrado!». Aquella escena se repitió unas cuantas veces más, hasta que un día, de forma repentina, los falangistas dejaron de hacer acto de presencia en la escuela y nadie, a partir de entonces, les obligó a repetir aquel eslogan cuyo significado aquellos niños no llegaron nunca a entender. Tuvieron que pasar algunos años hasta que Eduard comprendió que fue el vuelco súbito en los combates por las calles de la ciudad del Volga y la victoria final del Ejército Rojo lo que ahuyentó a los fascistas del patio de su colegio. A partir de entonces, comenzó su obsesión por dicha batalla. Quiso leerlo todo, saberlo todo y coleccionarlo todo sobre aquella contienda, heroica e inhumana a partes iguales. Entre sus allegados se hicieron famosas sus excursiones dominicales a las paradas de libros de segunda mano del mercado de Sant Antoni de Barcelona, donde compraba cualquier obra sobre Stalingrado, aunque ya la tuviese en su casa. He conocido a pocas personas que hayan hecho de una simple anécdota de la infancia el motto del resto de su vida. Porque en esa afición se escondían muchos de los valores que le marcaron el camino como abogado y militante del partido socialista: su admiración por las conquistas sociales del pueblo, su compromiso con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos y su rechazo a cualquier forma de dictadura, desde el franquismo al stalinismo.
 
El punto álgido de nuestra amistad llegó en septiembre de 2011 con el viaje que Eduard organizó a Moscú y Volgogrado, ciudad esta última donde Oksana nos haría de anfitriona, traductora y cicerone. Le acompañamos su amigo y ateneísta Enric Crusat, su nieto Ivo Recoder y yo. Fueron once jornadas apasionantes, frenéticas y agotadoras. Tras unos días en la capital rusa, a modo de preámbulo, un tren nocturno nos llevó a Volgogrado en un interminable trayecto de diecinueve horas. Allí visitamos la mítica colina del Mamáyev Kurgán, el museo Pamyat en los almacenes Univermag (el búnquer donde el mariscal Friedrich Paulus tenía su cuartel general), el museo Panorama de la batalla de Stalingrado, la gigantesca estatua de Lenin en la riba del río Volga, los trabajos de exhumación de soldados muertos durante la batalla (aún hoy en día se siguen desenterrando cadáveres), la Asociación de veteranos en la casa Pávlov y un largo etcétera culminado con comidas, cenas y tertulias con la maravillosa Oksana Fedosova, que sacó tiempo para nosotros de donde no lo tenía. Poder hablar y saludar a los viejos combatientes que lucharon contra en nazismo fue un privilegio y un honor.
 
Aquella experiencia fue tan extraordinaria que estaba claro que lo que viniese a continuación nunca podría superarla. Significó la cumbre de todo lo hablado y vivido durante los últimos cinco años. Y esta fue precisamente la frase textual que le dije mientras nos fotografiábamos junto a la tumba del mariscal y Héroe de la Unión Soviética Vasili Chuikov en lo alto del Mamáyev Kurgán: «Esta foto es la culminación de nuestra amistad». Él me dio la razón. Eduard y yo éramos de mundos diferentes y teníamos personalidades y entornos profesionales y familiares muy distintos. Vivíamos, además, en ciudades separadas por el mar. Es por todo ello que a la vuelta de nuestro periplo, un domingo 18 de septiembre de 2011 a eso de las cinco de la tarde, nos dijimos adiós en el aeropuerto de Barcelona y nunca más nos volvimos a ver. Hubo alguna llamada teléfonica en los meses posteriores, pero aquí acabó todo. El destino hizo que nos conociéramos a raíz de nuestros respectivos viajes a Rusia, y un último viaje a Rusia hizo que nuestra relación se viese interrumpida para siempre.
 
Hace aproximadamente nueve meses una amiga me hizo llegar un whatsapp en el que me decía que estaba asistiendo a un curso de escritura en el Ateneu Barcelonès y que había oido que Eduard Moreno aún seguía por allí con sus tertulias y conferencias de siempre. Saber de él de esa forma casual me alegró muchísimo. Le pedí que lo saludara de mi parte y, aunque ella lo intentó, no llegaron nunca a coincidir por los pasillos de aquel edificio ancestral junto a Las Ramblas de Barcelona. Una necrológica leída hace tan solo unos días me hizo saber que mis saludos ya nunca llegarían hasta el venerable y sabio amigo que me permitió conocer y dar la mano al mismísmo sargento de la 38º Brigada motorizada del Ejército Soviético que un día 31 de enero de 1943 detuvo a punta de ametralladora al mariscal de campo Friedrich Paulus, del VI Ejército alemán.
 
Descansa en pau, amic Eduard. Los que nos quedamos aquí no dejaremos que lo sucedido en Stalingrado caiga en el olvido. Es lo que tu querías. 
 
Mayakovski
 

domingo, 12 de mayo de 2024

La tumba de Alexandra M. Kolontái en el cementerio de Novodévichi

"El 8 de marzo de 1952, apenas unos días antes de su ochenta cumpleaños y curiosa coincidencia− del cuarenta y un aniversario de la creación del Día Internacional de la Mujer, Kolontái sintió un terrible dolor en el pecho. Al amanecer del día siguiente murió. Vyshinski comunicó a su familia las decisiones que se habían adoptado sobre su entierro y sobre el lugar en que descansarían sus restos. De acuerdo con estas instrucciones, se celebró una pequeña ceremonia en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Semiónov, que la había substituido en Estocolmo cuando estaba enferma, fue el encargado de pronunciar un discurso en su honor. Ensalzó a «la diplomática» y evitó evocar a la revolucionaria, a aquella bolchevique tan comprometida con el Partido desde 1915 y, en general, su dimensión política y sus actividades. Aquel discurso y la persona elegida para darlo −un diplomático mediocre− indicaban ya el lugar que Stalin pretendía reservar a Kolontái en la historia de su país.
 
Alexandra fue enterrada en el cementerio de Novodévichi, en el que se encuentran tantas glorias rusas y soviéticas. Su tumba se encuentra en el «camino de los diplomáticos», cerca de los dos ministros a los que prestó sus servicios, Chicherin y Litvínov. La proximidad con respecto a ellos es positiva, desde luego, pero en el caso de una blochevique de tan larga trayectoria ¿no habría correspondido que su última morada fuera la muralla del Kremlin?
 
Todo indica que a Kolontái se le negó el reconocimiento de su pasado bolchevique, empezando por la manera en la que se anunció su muerte.
 
Había una costumbre −a la que Alexandra siempre le dio mucha importancia− por la que se consideraba que la muerte de un comunista importante debía comunicarse en Pravda a través de una necrológica oficial, firmada por un miembro de alto nivel en la jerarquía del Partido. De ese modo, se reconocía su papel en la historia. Sin embargo, Pravda guardó silencio sobre la muerte de Kolontái. Marcel Body escribió al respecto: «Desde la muerte de Alexandra Kolontái, abrí cada día Pravda para buscar una necrológica y tal vez incluso un artículo en memoria de esta gran figura de la revolución, a la que Lenin tenía en alta estima y a la que Stalin consideró oportuno respetar. Pravda, tan prolijo cuando se trataba de hacer un elogio póstumo de cualquier representante del aparato, no dedicó ni una sola línea a Alexandra Kolontái. No anunció ni su muerte ni su funeral. Aquella ingratitud hacia una vieja camarada que, a pesar de sus reservas, sirvió con toda su alma al país de la revolución permite juzgar a un Partido y a un régimen».
 
En lugar del anuncio de Pravda, lo que sí hubo fue una breve necrológica en Izvestia, medio de comunicación del Gobierno. Pero tampoco se trataba de un homenaje oficial, ya que el texto estaba firmado simplemente por «un grupo de amigos y colaboradores». Además, en él no se reconocía el pasado bolchevique de Kolontái. La necrológica ensalzaba a «la primera mujer embajadora» y su carrera diplomática.
 
Su nieto se encargó de reparar aquel agravio y de completar una biografía tan breve, haciendo grabar en la estela que se yergue sobre su tumba el siguiente texto: «Alexandra Mijáilovna Kolontái, 1872-1952, revolucionaria, tribuna, diplomática». Un excelente resumen  de aquella vida tan plena.
 
Menos de un año después de su muerte, falleció Stalin. Alexandra Kolontái consiguió una hazaña casi única en la atormentada historia del país de la revolución: fue la única −o prácticamente la única− de todos los protagonistas de aquel movimiento que logró escapar de la furia exterminadora de Stalin sin romper jamás con su país. Vivió casi tanto tiempo como él, mes arriba, mes abajo. Pero mientra que Stalin, antes de su muerte, había vuelto a hundir a su país y a su Estado en el terror −acababa de estallar el asunto de los médicos judíos−, Alexandra terminó sus días en paz, al menos aparentemente, sin compartir el miedo de la sociedad y sin referirse nunca a él, salvo en conversaciones sumamente secretas. Esto demuestra, ante todo, su personalidad fuera de lo común, que solo es posible comprender si la situamos en el contexto de la larga historia de Rusia y de aquella otra, más breve, de la URSS. Porque Alexandra Kolontái perteneció a ambas y, en muchos sentidos, fue también su reflejo".
 
(Carrère d'Encausse, H. (2021) Alexandra Kolontái. Una feminista en tiempos de la Revolución Rusa. Barcelona: Ed. Crítica, 2023, pp. 227-229)
 

La tumba de Alexandra Mijáilovna Kolontái está catalogada con el número 70 del cementerio de Novodévichi. Se halla situada en el sector 1, en el extremo nordeste del recinto, junto al muro que separa la necrópolis del monasterio homónimo. Curiosamente, en el plano que hay en la entrada del cementerio destinado a orientar a los visitantes, al lado de su nombre aparece la palabra "дипломат" ("diplomática"). Ni siquiera setenta y dos años después de su fallecimiento ha conseguido recuperar su status como revolucionaria y feminista
 
La tumba está presidida por una estatua donde se ve a Alexandra Kolontái sentada mirando hacia la derecha, con un vestido que le llega hasta los pies. Fue obra del escultor soviético Vladímir Kobyl
 
Imagen de la placa con la inscripción encargada por su nieto: «Excepcional y plenipotenciaria embajadora de la Unión Soviética Alexandra Mijáilovna Kolontái (1872-1952). Revolucionaria. Tribuna. Diplomática»
 

Su hijo Mijaíl Vladimírovich "Misha" Kolontái solo la sobrevivió cinco años. Está enterrado en esta misma tumba y su lápida, suelta, aparece en estas fotografías colocada en distintos puntos alrededor de la estatua de su madre
 
Alexandra Mijáilova Kolontái (de soltera, Domontóvich) fue una revolucionaria bolchevique, oradora brillante y gran defensora de los derechos de las mujeres en Rusia. A lo largo de su vida ejerció de periodista, escritora, comisaria del pueblo y diplomática soviética, faceta esta última por la que ha pasado a la posteridad. Nacida en San Petersburgo el 19 (31) de marzo de 1872, en el seno de una família aritócrata de origen finés y ucraniano, creció rodeada de sirvientes y de las comodidades propias de la clase alta, pasando largas temporadas en la finca familiar de Kuusa (Finlandia, por aquel entonces un ducado que pertenecía al imperio ruso). Se casó a los 21 años con un ingeniero, Vladímir Liúdvigovich Kolontái, con quien tuvo el que fue su único hijo, Misha. En 1898 se marchó sola a Zúrich para estudiar marxismo y unirse al movimiento socialdemócrata. A su vuelta a Rusia, se incorporó al Partido Obrero Socialdemócrata y se involucró en actividades ilegales. Participó en la Revolución de 1905, exiliándose en 1908 a diferentes países europeos (Alemania, Suiza, Dinamarca, Noruega). Vivió fuera de su país hasta poco después de la Revolución de Febrero de 1917. En 1915 se incorporó a los bolcheviques y fue una de las personas que en abril de 1917 acudió a la frontera ruso-finesa para recibir a Lenin en su viaje de Zúrich a Petrogrado. Fue también uno de los doce miembros del Comité Central que participó en la mítica reunión celebrada el 23 de octubre de 1917 en el piso franco de Nicolái N. Sujánov, en la por entonces capital rusa. Tras el triunfo de los bolcheviques, fue designada Comisaria del Pueblo de Asuntos Sociales, convirtiéndose de esta forma en la segunda mujer ministra de toda Europa, después de Sofía Panina, Ministra de Asuntos Sociales con el Gobierno Provisional. En 1919 creó, junto a Inessa Armand, el Zhenotdel, la Sección Femenina del Comité Central. Contraria a la NEP de Lenin, en 1920 encabezó el movimiento de oposición dentro del régimen soviético (la Oposición Obrera), disuelto en 1921. En lugar de ser expulsada del Partido, fue enviada como diplomática a Noruega, México y Suecia, teniendo que esperar hasta 1943 para ser ascendida a embajadora soviética en Estocolmo. Desde 1927 hasta el final de sus días defendió los principios del estalinismo y fue de los pocos bolcheviques próximos a Lenin que sobrevivió a las purgas de Stalin. Afectada de problemas cardíacos y en silla de ruedas debido a un accidente vascular, en 1945 se retiró a un piso de la calle Kazán de Moscú , hasta su muerte el 9 de marzo de 1952.
 
 Después de su divorcio y al más puro estilo revolucionario de aquella época, Alexandra Kolontái mantuvo relaciones sentimentales con varios de sus camaradas bolcheviques. Entre ellos, Alexandr Satkévich, Piotr Maslov, Alexandr Shliápnikov, Pável Dybenko (el «gigante sereno de rostro barbudo», según John Reed) y Marcel Body. Curiosamente, Kolontái y Dybenko tienen en San Petersburgo dos calles que llevan sus nombres. Pero son dos calles paralelas que no se cruzan en ningún punto, como sí se cruzaron las vidas de estos dos luchadores y amantes
 
Para conocer la vida y obra de esta revolucionaria, nada mejor que el libro de 2021 de Hélène Carrère d'Encausse titulado "Alexandra Kolontái. Una feminista en tiempos de la Revolución Rusa". Está publicado en castellano por la editorial Crítica (2023). Aunque nacida en París, la escritora, académica y política conservadora Hélène Carrère, madre del famoso escritor francés Emmanuel Carrère, procedía de una familia de aristócratas georgianos. Falleció el 5 de agosto de 2023 a los 94 años de edad
 

jueves, 18 de abril de 2024

La segunda vida de la 'Dom Narkomfina'


Han transcurrido nueve años desde la publicación en este blog de la entrada titulada La Casa-Comuna del Narkomfin, el emblemático edificio constructivista de 1928-1932 proyectado por los arquitectos soviéticos Moiséi Y. Ginzburg y Ignati F. Milinis y el ingeniero Serguéi L. Prokhorov. Por aquel entonces, este immueble residencial, conocido también como Segunda Casa del Sovnarkom de la RSFSR, era una completa ruina abocada a la desaparición, tras décadas de abandono y mutilaciones incontroladas. La entrada en el blog fue de hecho una especie de epitafio, un canto del cisne sobre un estilo arquitectónico completamente olvidado y sobre el que nadie parecía tener el más mínimo interés. Sin embargo, como por obra de uno de esos hechizos mágicos tan populares en la cultura tradicional rusa, desde 2020 la Dom Narkomfina ha retornado a la vida con el aspecto original de vivienda «de transición de la casa burguesa a la comuna socialista», tal como la definió hace algunos años el antropólogo británico Victor Buchli. Vuelven a ser pisos habitados que han recuperado su diseño primigenio, pero su uso actual ya no se corresponde con los de la «casa experimental de tipo transicional» pensada por Ginzburg y patrocinada por el Comisario del Pueblo de Finanzas Nikolái A. Miliutin (1889-1942), autor de los planes de reasentamiento y los conceptos urbanísticos de la ciudad socialista. Según Miliutin, esta construcción debía fomentar un «nuevo estilo de vida» con el desarrollo de formas socializadas para la atención de las necesidades cotidianas de los trabajadores (comedores públicos, guarderías, clubs, gimnasios, lavanderías). Pese a los buenos propósitos del nuevo Estado soviético, no pasó mucho tiempo antes de que todos estos principios sociales fuesen obviados y la casa-comuna viese alterado su objetivo inicial, comenzando un agónico e imparable proceso de decadencia. En su libro "Autobiografía de Moscú", publicado en 2001, Tatiana Pigariova decía del Narkomfin que era el «recuerdo de un barco náufrago de la utopía estrellada contra la realidad».
 
Ya en 1986, en plena Perestroika, el arquitecto Vladímir M. Ginzburg inició la investigación y el proyecto de restauración del edificio diseñado por su padre. Dicho proyecto fue premiado póstumanente en 1998, un año después de su fallecimiento, con el primer premio del festival Zodchetvo. En la década de 1990, la Dom Narkomfina se encontraba en un estado tan avanzado de degradación que fue incluida tres veces en la lista de los "Cien edificios importantes del mundo en peligro de destrucción". Desde inicios de los años 2000 se planteó el dilema entre la reconstrucción o el derribo. En 2004, el por entonces alcalde de Moscú Yuri Luzhkov, en el discurso de inaugración de las vecinas galerías comerciales Novinsky Passage, dijo: «Qué alegria que estos centros comerciales tan maravillosos aparezcan en la ciudad, y no esa basura de ahí», señalando hacia el Narkomfin. Luzhkov fue un enemigo declarado de lo que él calificaba de «arquitectura nociva y errónea».
 
Aunque en 2012 la estructura del bloque de servicios comenzó a colapsar, hubo que esperar hasta 2017 para que el estudio Ginzburg Architects, dirigido por Alexéi Ginzburg, hijo de Vladímir Moiseévich (1930-1997) y nieto de Moiséi Yakovlévich (1892-1946), presentase el proyecto de restauración que fue finalmente aprobado y cuyas obras llevaría a cabo la empresa Liga prav. El objetivo de dicho trabajo era recuperar las disposiciones originales tanto en el exterior como en el interior del inmueble, restaurando completamente las características arquitectónicas y urbanísticas singulares del edificio. En 2020, año de finalización de las obras, las tres filas de columnas de la planta baja, que cumplen la función de estructura de carga del bloque residencial, volvieron a quedar al descubierto y se restablecieron las tiras de acristalamiento en la fachada, gracias precisamente a que las paredes de la casa actúan en este caso como marco y no como disposición portante de todo el conjunto. Con este principio de la arquitectura vanguardista, los frontispicios podían diseñarse sin ninguna restricción, al gusto de sus creadores. Así mismo, se restituyeron los antiguos esquemas de color y los elementos individuales desaparecidos durante los largos años de abandono. Nueve décadas después de su inauguración, la Dom Narkomfina ha recuperado su aspecto original, ahora como monumento residencial y expositivo. Un verdadero milagro teniendo en cuenta el triste final que han tenido muchas construcciones realizadas durante los primeros años de existencia de la URSS.
 
El interior de los apartamentos nada tiene que ver ahora con la austeridad y la estética imperante en tiempos soviéticos. Cada unidad se ha rehabilitado con elementos de diseño, conviertiendo las viviendas de los antaño "buenos socialistas" (según el lema del constructivismo) en pisos de lujo, lo que los rusos denominan "tipo club". La planta baja del bloque comunitario se ha convertido en una sala de exposiciones y conferencias, y en el primer piso se ha abierto una confortable y sofisticada cafetería, de uso exclusivo para mecenas y residentes. En lugar de lavandería, comedor, gimnasio y guardería, sigue habiendo un espacio colectivo, pero en otro sentido al pensado hace casi un siglo. 
 
En 2021, el Museo de Arte Contemporaneo Garazh y la editorial Strelka Press reeditaron la obra de Moiséi Y. Ginzburg titulada "Estilo y época". Tras un estudio a gran escala sobre la casa y su historia, desde 2022 Garazh realiza visitas guiadas y presentaciones de libros sobre la Dom Narkomfina y la arquitectura de vanguardia. Además del bar, se ha abierto una librería en la antigua vivienda del portero, en la planta baja del bloque residencial. En ella se pueden adquirir obras sobre constructivismo y también todo tipo de merchandising relacionado con la casa. Dos pequeños apartamentos de "tipo F" (a dos niveles, destinados originalmente a personas solteras o parejas sin hijos) servirán de muestra para estas visitas dentro del programa "El Narkomfin como experiencia de utopía", en las cuales se explicará al público asistente «no solo todo lo relacionado con la arquitectura, sino con la vida en la sociedad de aquella época», en palabras del director del museo Anton Belov. 
 
El análisis pormenorizado de la historia de la Dom Narkomfina, desde su creación hasta su decadencia y rehabilitación, permite contemplar una visión completa no solo del edificio y de la arquitectura de vanguardia en general, sinó también de la sociedad soviética y postsoviética de los últimos cien años. Al margen de algunos funcionarios del Comisariado de Finanzas, en este lugar vivieron figuras prominentes de la nomenklatura y la intelligentsia de la URSS. En el apartamento número 48 residió Vladímir Antonov-Ovseenko, cónsul de la Unión Soviética en Barcelona durante la Guerra Civil Española. Y en el número 13, Piotr P. Kryuchov, secretario durante muchos años del escritor Maksim Gorki y, posteriormente, director del Museo que llevaba su nombre. El mismo Ginzburg instaló su taller en un apartamento de los llamados de "Tipo 2F", con un balcón redondeado en uno de sus extremos. Como sucedió en la famosa Casa del Malecón de Moscú, situada frente al Kremlin, muchos de los inquilinos de la Dom Narkomfina cayeron en desgracia durante las purgas del estalinismo. Fue el caso precisamente de Antonov-Ovseenko y Kryuchov que, junto con sus respectivas esposas, fueron fusilados en 1938.
 
El edificio, en su intento riguroso de ser "experimental", combinó apartamentos que iban desde el más puro estilo burgués prerrevolucionario (de "Tipo K" y "Tipo 2F") hasta viviendas pensadas para una vida plenamente socializada ("Tipo F"). Las primeras disponían de cocina y lavabo, algunas con bañera y otras con plato de ducha. Las segundas, en cambio, eran "celdas" de trenta y cinco metros cuadrados con unas funcionalidades mínimas: una habitación para dormir, un pequeño cuarto de baño para la higiene básica y un salón de techo alto para las actividades privadas. Dicho salón incluía una estufa de gas para calentar alimentos. Las tareas de cocina, comedor, entretenimiento y cuidado de los hijos tenían que realizarse en el edificio comunitario. La idea era que, con el tiempo, todos los residentes de las viviendas "estilo burgués" eligieran libremente hacer uso de los espacios compartidos. En esto consistió el carácter "transicional" de la Dom Narkomfina. Denominarla casa-comuna es, desde luego, un error. Nunca pretendió ni llegó a ser una comuna. Al final, lo único "comunal" fue la lavandería y la guardería, ya que el comedor público se limitó a hacer comidas para llevar.

El arquitecto suizo Le Corbusier (1887-1965) visitó la Dom Narkomfina en repetidas ocasiones mientras planificaba la construcción en Moscú del edificio del Tsentrosóyuz (1928-1936). Él y Ginzburg  se conocían personalmente e intercambiaron ideas durante la década de 1920. De hecho, la Dom Narkomfina sigue los cinco principios de Le Corbusier: fachada libre, pilotis, terraza-jardín, ventanas longitudinales y planta libre. Uno de los motivos por los que este edificio nunca pudo ser reformado fue por la imposibilidad de localizar dibujos y planos detallados del mismo en los archivos de la ciudad. Como si la historia quisiera cerrarse en forma de círculo, en 2012 dichos documentos aparecieron entre los papeles personales de Le Corbusier, en Zurich. Estos planos, junto con los bocetos conservados por la familia de Alexéi Ginzburg, son los que han permitido la maravillosa restauración de la cual disfrutan actualmente todos los que visitan este lugar.
 
Mayakovski
 
Fotografia de 2019 con la fachada principal del bloque residencial aún en obras
 
Fachada posterior del edificio residencial completamente restaurada en 2020
 
Fotografía reciente, de diciembre de 2023, donde se puede ver con claridad la espectacularidad de todo el conjunto, con el corredor en el primer piso del edificio residencial que comunica directamente con el bloque de servicios, ahora reconvertido en cafeteria y sala de exposiciones, a través del pasillo elevado que hay en el centro de la imagen
 
La cafetería en el antiguo bloque comunitario fotografiada en 2022
 
La librería, abierta recientemente en la casa del portero, en los bajos del edificio residencial. La imagen es de diciembre de 2023
 

Maqueta y croquis de la 'Dom Narkomfina' en los que se aprecia con claridad como los apartamentos de dos niveles y los corredores de las plantas uno y cuatro encajan perfectamente como piezas de 'tetris'
 

Vista del interior de dos de los apartamentos de la renovada 'Dom Narkomfina'
 

Dos muestras de las visitas guiadas que se realizan actualmente en el interior de los bloques comunitario y residencial, respectivamente. La segunda imagen es del año 2017, justo cuando se iniciaron las obras de restauración de todo el edificio. En aquella época convivieron apartamentos renovados como el de la fotografía con las antiguas viviendas degradadas aún sin reformar
 
Un paseo por la reformada 'Dom Narkomfina' de la mano del arquitecto Alexéi Ginzburg. El vídeo, en ruso y solo con subtítulos generados automáticamente, fue realizado en 2020, justo cuando habían finalizado las obras
 
Zhanna Sevostyanova, guía del Museo 'Garazh', nos muestra el interior y la azotea del bloque comunitario de la 'Dom Narkomfina', ahora reconvertido en café y sala de exposiciones y conferencias. Este vídeo (en ruso, de nuevo solo con subtítulos en este idioma) fue grabado en el mes de marzo de 2024