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viernes, 10 de septiembre de 2021

La tumba desaparecida de Kazimir Malévich

El 15 de mayo de 1935 una aglomeración de personas se concentró en la puerta de la Casa de los Artistas de Leningrado para despedir al pintor que había revolucionado el arte de la primera mitad del siglo XX. Kazimir Severínovich Malévich había fallecido de cáncer de próstata en un piso de esa misma ciudad después de haberle sido denegado el permiso para ser tratado en el extranjero. Tenia cincuenta y seis años. Su funeral se convirtió en un acto de homenaje al creador del suprematismo, la corriente artística que apostaba por el uso de figuras geométricas para cambiar el lenguaje expresivo del arte y cuya obra icónica es "Cuadrado negro sobre fondo blanco", del año 1915. Malévich justificaba su pintura argumentando que el cuadrado es una forma que no se encuentra en la naturaleza y que eso lo convierte en una creación exclusiva de la inteligencia humana.

Pero su funeral fue también un desafío al estalinismo, que abogaba únicamente por un arte realista que ensalzase los logros del socialismo y de la Unión Soviética. Además, pese a haber apoyado abiertamente la Revolución de Octubre de 1917 en nombre de la libertad de creación, Malévich (nacido en Ucrania) había sido acusado recientemente de espiar para los polacos, la nacionalidad de sus padres. La sala principal de la Casa de los Artistas se convirtió en una capilla suprematista con el cuerpo del artista rodeado de algunas de sus obras más icónicas, como su último autorretrato, de 1933, donde se le puede ver como un artista del Renacimiento.

Consciente de su inminente final, Malévich ideó sus exequias para que fuesen un triunfo personal sobre sus detractores. Sin embargo, casi nada de lo que planificó acabó sucediendo. En primer lugar, pidió ser depositado en un ataud con forma de cruz. Como sus amigos no encontraron la forma de construirlo y de que pasase a través de las puertas, su discípulo Nikolái Suetin diseñó un precioso féretro suprematista con un cubo negro en la parte donde debía ir la cabeza del difunto. En segundo lugar, quiso ser enterrado en un lugar de su elección, lejos de cualquier cementerio. Su primera opción fue Barvikha, aunque ese pintoresco lugar había sido anegado por el pantano Rublevsky. Así que finalmente decidió que sus cenizas fuesen soterradas bajo un roble de la finca de Nemchinovka, una zona en el sudoeste de Moscú donde Malévich tenía una dacha. Se daba la circunstancia, además, de que en el entresuelo de la casa número 18 de la calle Borodinskaya, sita en esa misma localidad, el artista había vivido unos años junto a su segunda esposa, Sofia Malévich-Rafalóvich. La idea era que sobre sus cenizas se levantase un edificio basado en uno de los architekton, las maquetas suprematistas diseñadas por él y que aún pueden verse en algunos museos rusos. Imaginaba un bloque coronado por un telescopio enfocando siempre hacia Júpiter, para convertir su tumba en una experiencia cósmica. Pese a la popularidad del artista, las autoridades soviéticas jamás se plantearon realizar semejante proyecto. Consideraban que bastante habían hecho permitiendo el funeral y haciendo que la ciudad de Leningrado corriese con los gastos. Lo que sí consiguió Malévich fue que miles de personas desfilasen tras una bandera con un gran cuadrado negro y que el coche que trasladó su ataud a la estación de tren de Moscú llevase también un cuadrado negro pegado al radiador. Fue un funeral lleno de cubos y triángulos. Su cadáver se vistió con ropas brillantes, zapatos de colores y, según una leyenda, con una túnica roja. Gracias a uno de sus admiradores, jefe de los ferrocarriles de la URSS, el féretro viajó solo en uno de los vagones del tren. Fue incinerado en el crematorio Donskoy de la capital soviética.


Al acto de enterramiento de las cenizas de Malévich asistieron su madre, Ludwika; su viuda, Natalia; y su hija, Una. Nikolái Suetin se limitó a plantar un cubo blanco con un cuadrado negro para marcar la localización de la tumba. Una foto realizada por el mismo Suetin inmortalizó el momento. En el roble se clavó un letrero que rezaba: "Aquí están enterradas las cenizas del gran artista K.S. Malévich".

Una y Natalia, hija y viuda del pintor, respectivamente, frente al monumento de Nikolái Suetin en la tumba de Malévich

Durante los siguientes dos años, ese lugar fue objeto de un discreto peregrinaje por parte de sus seguidores y discípulos. Pero en 1937, el nombre del pintor, junto con su recuerdo y su obra, acabaron siendo censurados por Stalin, arrepentido probablemente de haber permitido la celebración del funeral multitudinario. Se dice que debido a que aquel rincón de las afueras de Moscú fue cayendo poco a poco en el olvido, unos niños del pueblo vecino de Romashkovo, buscando quizás algún objeto de valor, extrajeron la urna, la rompieron y echaron las cenizas en un agujero, llevándole flores durante algún tiempo. Sea o no cierta esta historia, en 1942 las tropas nazis ocuparon Nemchinovka de camino hacia la ciudad de Moscú. La zona fue escenario de duros combates, la tumba resultó destruida y el roble acabó siendo talado para construir estructuras defensivas. Aunque los alemanes llegaron a ver a lo lejos las torres del Kremlin, nunca conquistaron la capital. En 1944, Una, la hija de Malévich, junto a su amiga Tamara Shipóvich, visitaron aquel emplazamiento encontrando únicamente la cepa del árbol unida a sus raíces y la base de ladrillo sobre la que antaño reposó el cubo suprematista. Tras la guerra, sobre las tierras ennegrecidas de Nemchinovka, las autoridades soviéticas mandaron edificar una granja colectiva que acabó con todo vestigio tanto del roble como de la tumba. La granja funcionó como tal hasta bien entrados los años ochenta.

Fue entonces cuando un grupo de artistas mostró interés por encontrar la tumba de Malévich. Sin embargo, pese a los nuevos aires de perestroika y glásnost que soplaban en la URSS, la presencia de la granja se lo impidió. Resignados, erigieron un pequeño monumento a unos dos kilómetros de aquel lugar: un cubo blanco con un cuadrado rojo pintado en una de sus caras.

El final de la Unión Soviética en 1991 no sirvió para resucitar la figura de Malévich. Hubo que esperar hasta finales de la primera década del nuevo siglo, setenta y cinco años después de su fallecimiento, para que el físico Alexander Matveev, gran admirador de su obra, reemprendiese la búsqueda del lugar de enterramiento del pintor suprematista. Con ayuda del banquero alemán Jochen Wermuth fundó la Asociación Nemchinovka-Malévich y durante varios meses visitaron la zona, consultaron archivos, hablaron con los más viejos del lugar y analizaron mapas militares. El esfuerzo obtuvo finalmente sus frutos y en 2011 anunciaron que habían localizado con toda seguridad el sitio exacto donde se encontraban las cenizas de Malévich (o lo que quedaba de ellas).

Pero el destino se burló de nuevo de sus seguidores: cuando ese año anunciaron el resultado de la investigación, descubrieron que sobre ese mismo terreno estaba previsto construir uno de los edificios del complejo de pisos de lujo Romashkovo-II. Pese a las peticiones de paralización enviadas al por entonces Ministro de Cultura ruso Vladímir Medinski, su respuesta fue que con los permisos concedidos, no se podía parar el proyecto urbanístico. Sin embargo, Matveev alega que su búsqueda, de la cual tenía conocimiento el Primer ministro Vladímir Putin, data de unos años atrás y que el Ministerio de Cultura conocía sus trabajos y podía haber protegido la zona con vistas a construir la torre suprematista soñada por Malévich. Para dificultar todavía más la operación, la empresa constructora presentó un informe, a todas luces falso, intentando demostrar que sobre ese solar nunca estuvo enterrado pintor alguno. Sea como fuere, el hecho es que la connivencia de los poderes públicos y privados han acabado dejando los restos de la tumba del artista ucraniano bajo toneladas de hormigón armado. Y que todos los signos visibles del enterramiento han desaparecido para siempre. Paradojicamente, lo que Stalin sí permitió en su día lo ha impedido en la actualidad lo que los rusos llaman la diktaturu deneg (диктатуру денег), la dictadura del dinero.

Los esfuerzos de la Asociación Nemchinovka-Malévich se han traducido, de momento, en una calle y una escuela con el nombre del artista. También en una imitación de su monumento funerario titulado "El cubo de Malévich", obra de A. Matveev y M. Guseva. Se trata de un hexaedro con motivos geométricos construido sobre un pedestal en forma de prisma cuadrangular pintado de blanco y negro, un homenaje al que Malévich construyó para la producción operística "La victoria sobre el sol". Un esbozo, de hecho, de su famoso "Cuadrado negro". Se encuentra situado en una pequeña rotonda para peatones en medio del jardín comunitario de la urbanización de lujo, donde también se ha plantado un roble. No es, desde luego, el sito exacto en el que se depositaron sus cenizas aquel lejano día del mes de mayo de 1935. Así mismo, montones de tierra del terreno donde estuvo la tumba se han introducido en diversas cápsulas que serán enterradas en lugares simbólicos relacionados con el fundador del suprematismo. Una de ellas ya se encuentra bajo este nuevo monumento.

Los miembros de la organización de Matveev siguen trabajando para ver construido algún día el architekton soñado por el pintor ucraniano, cuya maqueta continúa expuesta en la Galería Tretiakov de Moscú. Todo ello en esta zona exclusiva de la nueva burguesía rusa que quizás, en un futuro próximo, se convierta en una ciudad de las artes donde se alcen los proyectos frustrados de la arquitectura soviética. Como el bloque de nueve pisos con telescopio de Malévich o la mítica torre de Vladímir Tatlin. Sueños utópicos con cadáveres abandonados.

Mayakovski











Monumento dedicado a Malévich en la urbanización Romashkovo-II (no "Nemtxinovka-II", tal como consta erróneamente en el excelente artículo del Diari Ara que ha inspirado esta entrada en el blog). Se encuentra, eso sí, en Nemchinovka, una localidad situada al sudoeste de Moscú, en una zona conocida como Skolkovo. Pese al esfuerzo de sus seguidores, el monumento no se halla en el lugar exacto donde fue enterrado el pintor ucraniano. Sus cenizas están mezcladas con el hormigon de los cimientos de alguno de los edifcios que se ven alrededor del jardín



Monolito erigido en los años ochenta en la localidad de Buratinovka, a dos kilómetros de distancia del lugar original del enterramiento de las cenizas de Malévich. Se parece al de la urbanización Romashkovo-II

(Fuentes: Padilla, T. (2020) Kazimir Màlevitx: pisos de luxe sobre la tomba d'un artista (Diari Ara Diumenge, 30/05/2020), Google Maps [05/08/2021], https://pilottttt.livejournal.com/307975.html, https://www.bbc.com/russian/society/2013/08/130827_russia_malevich_tomb i https://novayagazeta.ru/articles/2015/12/01/66617-kazimir-malevich-sensatsii-2015-goda)

jueves, 13 de abril de 2017

"Constructing the New Man", últimos 15 días para visitar la exposición sobre la Revolución Rusa en el Museo Stedelijk de Amsterdam

¡Iza la bandera de Marx, Engels, Lenin y Stalin! (Gustav Gustavóvich Klutsis, 1936)


La Revolución Rusa tuvo lugar hace cien años. El Museo Stedelijk conmemora su centenario con una exposición en la que se muestran carteles, documentos impresos, películas y obras de arte de su colección.

Tras la Revolución Rusa y la subsiguiente guerra civil (1917-1922), el régimen introdujo reformas económicas utilizando los pósters y las películas como poderosas herramientas de propaganda. Como forma de arte, el cine se desarrolló rápidamente después de la Revolución. Más de un centenar de películas fueron rodadas cada año en todo el mundo, incluyendo las películas de directores rusos como Serguéi Eisenstein y Dziga Vértov.

Los carteles que se convirtieron en parte integral de la vida cotidiana eran un medio atractivo para los artistas dedicados a la construcción de la sociedad socialista. Algunos pensaban que la caricatura satírica tradicional era la mejor manera de llegar al proletariado. Otros utilizaron técnicas de edición fotográfica y cinematográfica en un nuevo lenguaje visual constructivista. Se esperaba que el estilo del collage inspirara a la gente de la calle para atraerla activamente con las imágenes, y para que meditara de forma introspectiva sobre el mensaje transmitido. Pero esta esperanza pronto resultó infundada y, al darse cuenta de que el fotomontaje tenía un atractivo limitado para las masas, en 1932 Stalin lo rechazó como un «formalismo» oscuro, sustituyéndolo por el documental del Realismo Socialista que se centraba en el retrato heroico del nuevo hombre soviético.

El cartel político más antiguo de la colección del Museo Stedelijk, expuesto en esta muestra, es una orden para los soldados del Ejército Rojo que data de 1918. Se exhiben así mismo muchos otros pósters políticos producidos en su mayoría en los años 20 y 30. También exploran temas sociales las portadas de los libros que se editaban en la época y los tipos de imprenta utilizados entonces. Sin embargo, lo que marcó el punto álgido en la era de la Revolución fue una pintura de Kazimir Malévich (1917-1918) y la película “Octubre” (1927) de Serguéi Eisenstein, con la famosa escena del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo.

La obra de Kazimir Malévich “Construcción en disolución” (1918) cuelga junto a una selección de carteles de películas. Esta misma galería cuenta también con la proyección de dos largometrajes: la comedia “The Three Million Trial” (1926) de Yákov Protazanov (que, a pesar de ser declarada demasiado occidental por la censura, no fue prohibida) y “Enthusiasm: Symphony of the Donbas” (1931) de Dziga Vértov, la primera cinta rusa con un montaje de audio creado con sonidos industriales y documentales.

Día Internacional de la Mujer Trabajadora (Valentina Nikifirovna Kulagina, 1930)

Entusiasmo: Sinfonía del Donbas (Dziga Vertov, 1931)

Hoyos (Anónimo, 1927)

Por la construcción del Socialismo bajo la bandera de Lenin (Gustav Gustavóvich Klutsis, 1936)

Saba (Anatoli Pávlovich Belsky y M. Chiaureli, 1929)

sábado, 11 de febrero de 2017

"Revolution: Russian Art 1917–1932", exposición en la Royal Academy of Arts de Londres entre el 11 de febrero y el 17 de abril de 2017


Hoy se inaugura en Londres una de las mejores exposiciones sobre el Centenario de la Revolución Rusa que se podrá ver este año en todo el mundo. Con el título Revolución: El arte ruso 1917-1932, su texto de presentación en la página web de la Royal Academy of Arts nos da una idea del concepto de la instalación y del alcance de su propósito, sin obviar en ningún momento el lenguaje siempre tendencioso en todo lo relacionado con Rusia y el Comunismo

Es el siguiente:

Cien años después de la Revolución Rusa, esta potente exposición explora uno de los períodos más trascendentales de la historia del mundo moderno a través de la lente de su arte pionero. 

Artistas renombrados como Kandinski, Malévich, Chagall y Ródchenko estuvieron entre los que vivieron los fatídicos acontecimientos de 1917, que acabaron con siglos de gobierno zarista y sacudieron a la sociedad rusa hasta sus cimientos.

En medio del tumulto, las artes prosperaron a medida que los debates giraban en torno a qué forma debía adoptar un nuevo arte "popular". Pero el optimismo no iba a durar mucho: a finales de 1932, la brutal represión de Stalin corrió las cortinas de la libertad creativa. 

Inspirada en una notable exposición inaugurada en Rusia justo antes de las restricciones impuestas por Stalin, con esta instalación celebraremos el centenario histórico de la Revolución de Octubre centrándonos en el período de quince años que va desde 1917 a 1932, cuando las posibilidades parecían inicialmente ilimitadas y el arte ruso floreció en todos los medios. 

Esta exposición de gran alcance -por primera vez- examinará todo el paisaje artístico de la Rusia posrevolucionaria, que abarca las audaces innovaciones de Kandinsky, las abstracciones dinámicas de Malévich y los suprematistas y la aparición del realismo socialista, que llegaría a definir el arte comunista como el único estilo aceptado por el régimen. 

También incluiremos fotografías, esculturas, cine de pioneros como Eisenstein y carteles de propaganda evocadores de lo que fue una época de oro para el diseño gráfico. La experiencia humana será llevada a la vida con una recreación a gran escala de un apartamento diseñado para la vida comunal, y con objetos cotidianos que van desde cupones de racionamiento y textiles a la brillante y original porcelana soviética. 

Revolucionarias por derecho propio, el conjunto de todas estas obras capta tanto las aspiraciones idealistas como la dura realidad de la Revolución y sus secuelas.


Estas son algunas de la obras que se podrán ver a partir de hoy en la Royal Academy:

"Suprematismo Supremus Dinámico" (Kazimir Malévich, 1915)

"Cresta Azul" (Vasili Kandinski, 1917)

"V.I. Lenin y Manifestación" (Isaak Brodsky, 1919)

"Bolchevique" (Borís Mijaílovich Kustodiev, 1920)

"Fantasía" (Kuzma Petrov-Vodkin, 1925)

   "Hiladora Roja" (Andréi Golubev, 1930)

"Campesinos" (Kazimir Malévich, 1930) 

Publicidad "Por supuesto, crema-soda!" (Anónimo, 1926)

La dirección postal de la Royal Academy of Arts es Burlington House, Piccadilly, Mayfair, London W1J 0BD, Reino Unido. Se encuentra situada muy cerca de Picadilly Circus y Regent Street.


Su horario es: De sábados a jueves de 10h de la mañana a 6h de la tarde y los viernes de 10h de la mañana a 10h de la noche. Una entrada cuesta 18 libras esterlinas (los Amigos de la RA y los menores de 16 años entran gratis).

jueves, 28 de julio de 2016

"Oxygen in Moscow": el concierto de música más multitudinario de la historia


Ocurrió el 6 de septiembre de 1997, durante las celebraciones del 850º aniversario de la fundación de la ciudad de Moscú. Jean-Michel Jarre, con su espectáculo de música electrónica "Oxygen Tour", consiguió reunir la cifra récord de 3,5 millones de personas frente a la entrada principal del rascacielos estalinista de la Universidad Estatal Lomonósov, en las Léninskiye Gory ("Colinas de Lenin", renombradas dos años más tarde Vorobiovy Gory, "Colinas de los gorriones").

Pese a la magnificencia indiscutible del acontecimiento, esta descomunal asistencia al concierto de Jarre, que fue real, hay que desgranarla añadiendo unos cuantos matices. En la explanada ajardinada del campus, comprendida entre las columnas propileas del edificio, donde se instaló el escenario, y el mirador situado a 220 metros de altura sobre el río Moscova, se congregaron tan solo medio millón de espectadores (no había espacio para más), una séptima parte de la cantidad de asistentes oficialmente contabilizados. El resto se repartió por las inmediaciones del lugar o se emplazaron en zonas muy alejadas del collado donde se encuentra el rascacielos. Entre estos últimos, muchos tuvieron que contemplar -o intuir- el montaje del músico francés desde las calles que hay más allá del estadio Luzhnikí, situado a una distancia de 2 kilómetros en línea recta del edificio universitario. Algunas fuentes afirmaron en su día que, en momentos puntuales, 5 millones de personas siguieron en directo el espectáculo de Jean-Michel Jarre, la mitad de la población que vivía en aquel entonces en la capital rusa.

Aunque las noticias sobre lo sucedido aquella noche han quedado convenientemente ocultadas en una opacidad de la cual se renegaba en tiempos soviéticos, testimonios de asistentes al evento hablan de actos de vandalismo, saqueos masivos, transportes públicos colapsados, autopistas y carreteras bloqueadas, peleas multitudinarias, coches destrozados, escenas de pánico y, como consecuencia de todo ello, un número indeterminado de personas fallecidas por asfixia y aplastamiento. La organización, desbordada seguramente por lo novedoso de las circunstancias, falló en sus previsiones. Transcurridos casi veinte años desde entonces, siguen sin conocerse exactamente las consecuencias humanas de aquella fiesta tumultuosa.

Jean-Michel Jarre, gran admirador del pintor Kazimir Malévich, es hijo de Maurice Jarre, el compositor de la famosa banda sonora de la película "Doctor Zhivago", del director británico David Lean. Su guionista, Robert Bolt, se inspiró en la novela homónima del escritor soviético Borís Pasternak, ambientada parcialmente en Moscú. Así pues, en cierta manera el círculo (musical) se cerró esa noche durante los festejos por el aniversario de la ciudad. Para colmo de las casualidades, existe una conexión española en este rompecabezas artístico: el film se rodó en Madrid en 1965 y Jean-Michel, de 68 años de edad, vive en Ibiza desde hace unas cuantas décadas. 


Para entender lo sucedido aquel día hay que situarse en el contexto del país, con la palabra "exceso" como concepto que lo explica casi todo, comenzando por la esencia misma del concierto. El pueblo ruso era en aquella época, seis años después de la desaparición de la URSS, como un niño sobreprotegido y reprimido que salía de un cascarón en el que había estado metido casi tres cuartos de siglo. Algo parecido a un adolescente colocado frente a una mujer desnuda e incitado a las más absurdas y extravagantes formas de onanismo. Borís Yeltsin, su presidente, estaba enfermo del corazón (sufrió un quíntuple baipás en 1996) y aparecía ebrio en la mayoría de los actos oficiales a los que asistía -casi siempre tambaleante, para vergüenza de sus compatriotas-. No se sabe si el ataque de risa que sufrió Bill Clinton en la Casa Blanca en 1995, durante la visita oficial de Yeltsin a los EE.UU., fue por haberle visto tocar el trasero a alguna funcionaria (una costumbre muy arraigada en él) o por el placer de contemplar al gran oso ruso de rodillas y humillado frente al mundo capitalista. Lo cierto es que en aquellos años los ex ciudadanos soviéticos no le hacían ascos a pasarse horas haciendo cola para comer una hamburguesa en el McDonald's de la plaza Pushinskaya. O para comprar productos cuya necesidad les era desconocida una década atrás. El objetivo era parecerse a sus vecinos del Oeste, vistiendo sus pantalones vaqueros e imitando sus costumbres, multiplicándolas por cinco o por veinte, si hacía falta, hasta rozar el ridículo.

Hablamos de la época del gran saqueo del plan de privatizaciones "préstamos por acciones" de Anatoli Chubáis, el mayor expolio institucional de la historia llevado a cabo por miembros corruptos de la corte de Yeltsin. El patrimonio estatal de la URSS, con la excusa de su privatización, fue repartido entre la población rusa en forma de vales gratuitos, pasando a ser los nuevos "propietarios" de los bienes nacionales. A continuación, bancos y oligarcas rusos, financiados con préstamos ventajosos ofrecidos por el mismo Estado, recompraron esos vales a precios irrisorios. Un timo que merece estar entre los más grandes que ha conocido el mundo moderno y que deja las acciones preferentes españolas como un vulgar juego de trileros. La consecuencia de todo aquello es que el 85% del país fue a parar al bolsillo de una minoría que, paradojicamente, había tenido carnet del PCUS o del Komsomol soviético.  

Era la Rusia del golpe de Estado de Yeltsin en septiembre de 1993 para frenar a sus detractores en el parlamento, con el silencio cómplice de la Unión Europea y los EE.UU. O la del pucherazo electoral de 1996, cuando los comunistas de Ziugánov obtuvieron más votos que el partido del presidente alcohólico pero fueron alejados del poder mediante la manipulación en el recuento de votos. Y todo ello pese a la campaña de desinformación que padecieron los rusos durante ese año, fruto de los 500 millones de dólares que recibió Yeltsin del sector privado -cuando el máximo estipulado por ley era de 3 millones- y que invirtió en publicidad televisiva, alertando de la "vuelta al totalitarismo" si no se le votaba a él (en España sabemos mucho de estos miedos atávicos). Era, en definitiva, la Rusia de los diez millones de personas que desaparecieron del censo durante esa década, y de los cuales aún no se tiene noticia.


Las escenas de jóvenes rusos bailando esa noche como chamanes animistas, con un estilo más propio de un concierto de Jim Morrison en los años sesenta, o agarrados como si acabasen de ganar la Segunda Guerra Mundial -un pueblo no se vuelve cosmopolita en apenas un lustro-, son una buena muestra de ese momento histórico que estaba viviendo el país. El festival "Monsters of Rock" celebrado en el aeropuerto de Tushino (Moscú) en septiembre de 1991, un mes después del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov, fue la antesala de lo que vendría a partir de la inminente disolución de la URSS, ocurrida en diciembre de ese mismo año. Supuso el inicio de una serie de desmanes y de comportamientos excesivos -en todos los sentidos, como hemos visto- que duraron hasta la llegada al poder de Vladímir Putin.

"Oxygen in Moscow" fue un montaje lleno de excentricidades y contrastes que, en lugar de ensalzar la nueva Rusia democrática y postsoviética, como se supone que pretendían sus organizadores, sirvió de homenaje inintencionado a la estética revolucionaria de la década de los años veinte y treinta. Con el edificio estalinista de la Universidad Lomósonov como monumental y megalómano telón de fondo, por su fachada desfilaron proyecciones luminosas de cosmonautas soviéticos, estrellas rojas de cinco puntas, representaciones populares de la vanguardia constructivista y rótulos artísticos de Aleksandr Ródchenko (entre ellos, el magistral del "Mosselprom"). Hubo incluso una conexión en directo con la nave espacial soviética MIR. Ni en tiempos del realismo socialista se hubiesen podido imaginar un espectáculo propagandístico como éste. El por entonces alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, hizo de improvisado pregonero ataviado con una gorra leninista con la que parecía recién llegado a Petrogrado procedente del exilio. Para acabar de reforzar estas referencias simbólicas presentes aún en el imaginario del pueblo ruso, la música de Jean-Michel Jarre remitió a muchos de los asistentes a las composiciones electrónicas de Eduard Artemiev y, cómo no, a las películas de su amigo Andrei Tarkovsky.

Si querían resquebrajar el alma rusa de los moscovitas, posiblemente consiguieron lo contrario. De ahí que ahora, dos décadas después, estemos viviendo un retorno fulgurante a las esencias nacionalistas de Stalin y Nicolás II, de Pedro el Grande e Iván el Terrible, en esta amalgama ideológica tan delicada en el actual contexto internacional, pero evidente, y en cierta manera lógica, a los ojos de cualquier conocedor de la historia reciente de Rusia.

Mayakovski