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sábado, 13 de julio de 2024

Necrológica: Ha muerto Eduard Moreno Ibáñez, experto en la batalla de Stalingrado


El pasado 4 de mayo falleció en Barcelona el abogado y escritor Eduard Moreno Ibáñez, especialista en derecho urbanístico, miembro y tertuliano del Ateneu Barcelonès y gran experto en la batalla de Stalingrado. Había nacido en Freila (Granada) y tenía 92 años de edad. 
 
Mi amistad con él fue breve pero intensa, llena de un entusiasmo casi juvenil. Nos conocimos a través de internet en septiembre de 2006, un par de semanas después de mi primera visita a Rusia. Un viaje que incluyó una breve incursión de tres días en la ciudad de Volgogrado, denominación de Stalingrado a partir de 1961. Por esas fechas él y dos ateneístas amigos suyos tenían previsto viajar a esa misma ciudad movidos por un interés histórico. Buscando información en diferentes páginas web, Eduard dio por casualidad con el foro de casarusia.com, antiguo punto de encuentro virtual de amantes de todo lo ruso y lugar donde yo había publicado mis impresiones sobre la visita que acababa de realizar por los escenarios de llamada “madre de todas las batallas”, un enfrentamiento bélico que decidió el destino de la humanidad. Porque fue en las calles de aquella población junto al río Volga donde los soviéticos consiguieron detener la invasión alemana ordenada por Hitler. Ocurrió en enero de 1943 y fue el principio del fin del III Reich.  
 
Tras su regreso de Rusia iniciamos una relación de amistad que se extendió de forma ininterrumpida a lo largo de los siguientes cinco años. En ocasiones, nuestras conversaciones telefónicas se llegaron a prolongar durante más de una hora, y siempre hablando de lo mismo: la URSS y la Gran Guerra Patria, es decir, la Segunda Guerra Mundial. Todavía recuerdo la voz de Carme, su mujer, sonando de fondo insistiéndole en que me dejase descansar un rato después de tanto detalle sobre tanques T-34 y movimientos de pinza. Aquella amistad incluyó algunos viajes a Barcelona para acudir a sus conferencias en el Ateneu Barcelonès y mi participación en 2009 en las Jornadas Don-Volga que él mismo organizó y a las que asistieron Yuri Fedosov y Oksana Fedosova, un matrimonio de profesores de la Universidad de Volgogrado que dieron varias charlas sobre la cultura en el Cáucaso. Mi relación con Oksana, viuda de Yuri desde 2010, ha perdurado hasta hoy.

Lo que más me impactó de Eduard fue la historia que lo había llevado a estudiar la batalla de Stalingrado de una manera casi obsesiva. En el invierno de 1942, cuando era un niño de tan solo diez años y cursaba estudios primarios en un colegio de Badalona, un grupo de falangistas hizo formar en el patio a todos los alumnos y les obligo a repetir, a voz en cuello y de forma sincopada, la frase: «¡Hemos tomado Stalingrado! ¡Hemos tomado Stalingrado!». Aquella escena se repitió unas cuantas veces más, hasta que un día, de forma repentina, los falangistas dejaron de hacer acto de presencia en la escuela y nadie, a partir de entonces, les forzó a repetir aquel eslogan cuyo significado aquellos niños no llegaron nunca a entender. Tuvieron que pasar algunos años hasta que Eduard comprendió que fue el vuelco súbito en los combates por las calles de la ciudad del Volga y la victoria final del Ejército Rojo lo que ahuyentó a los fascistas del patio de su colegio. A partir de entonces, comenzó su obsesión por dicha batalla. Quiso leer y coleccionar cuanto se hubiera escrito sobre aquella contienda, heroica e inhumana a partes iguales. Entre sus allegados se hicieron famosas sus excursiones dominicales a las paradas de libros de segunda mano del mercado de Sant Antoni de Barcelona, donde compraba cualquier obra sobre Stalingrado, aunque ya la tuviese en su casa. He conocido a pocas personas que hayan hecho de una simple anécdota de la infancia el motto del resto de su vida. Porque en esa afición se escondían muchos de los valores que le marcaron el camino como abogado y militante del PSC-PSOE: su admiración por las conquistas sociales del pueblo, su compromiso con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos y su rechazo a cualquier forma de dictadura, desde el franquismo al stalinismo.
 
El punto álgido de nuestra amistad llegó en septiembre de 2011 con el viaje que Eduard organizó a Moscú y Volgogrado, ciudad esta última donde Oksana nos haría de anfitriona, traductora y cicerone. Le acompañamos su amigo y ateneísta Enric Crusat, su nieto Ivo Recoder y yo. Fueron once jornadas apasionantes, frenéticas y agotadoras. Tras unos días en la capital rusa, a modo de preámbulo, un tren nocturno nos llevó a Volgogrado en un interminable trayecto que duró diecinueve horas. Allí visitamos la mítica colina del Mamáyev Kurgán, el museo Pamyat en los almacenes Univermag —el búnquer donde el mariscal Friedrich Paulus tenía su cuartel general—, el museo Panorama con su magnífico diorama en el piso superior, la gigantesca estatua de Lenin en la riba del río Volga y los trabajos de exhumación de soldados muertos durante la batalla (aún hoy en día se siguen desenterrando cadáveres). También estuvimos en la sede de la Asociación de veteranos Stalingrado, en la legendaria casa Pávlov, junto a la harinera que continúa mostrando las marcas de los cientos de proyectiles que impactaron contra su fachada. Y todo ello culminado con comidas, cenas y tertulias en compañía de la maravillosa Oksana Fedosova, que sacó tiempo para nosotros de donde no lo tenía. Poder hablar y saludar a los viejos combatientes que lucharon contra el nazismo fue un privilegio y un honor.
 
Aquella experiencia fue tan extraordinaria que estaba claro que lo que viniese a continuación nunca podría superarla. Significó la cumbre de todo lo hablado y vivido durante los últimos cinco años. Y esta fue precisamente la frase textual que le dije mientras nos fotografiábamos junto a la tumba del mariscal y Héroe de la Unión Soviética Vasili Chuikov en lo alto del Mamáyev Kurgán: «Esta foto es la culminación de nuestra amistad». Él me dio la razón. Eduard y yo éramos de mundos diferentes y teníamos personalidades y entornos profesionales y familiares muy distintos. Vivíamos, además, en ciudades separadas por el mar. Es por todo ello que a la vuelta de nuestro periplo, un domingo 18 de septiembre de 2011 a eso de las cinco de la tarde, nos dijimos adiós en el aeropuerto de Barcelona y nunca más nos volvimos a ver. Hubo alguna llamada telefónica en los meses posteriores, pero aquí acabó todo. El destino hizo que nos conociéramos a raíz de nuestros respectivos viajes a Rusia, y un último viaje a Rusia propició que nuestra relación se viese interrumpida para siempre.
 
Hace aproximadamente nueve meses una amiga me hizo llegar un whatsapp en el que me decía que estaba asistiendo a un curso de escritura en el Ateneu Barcelonès y que había oido que Eduard Moreno aún seguía por allí con sus tertulias y conferencias de siempre. Saber de él de esa forma casual me alegró muchísimo. Le pedí que lo saludara de mi parte y, aunque ella lo intentó, jamás llegaron a coincidir por los pasillos de aquel edificio ancestral junto a Las Ramblas de Barcelona. Una necrológica leída hace tan solo unos días me hizo saber que mis saludos ya nunca llegarían hasta el venerable y sabio amigo que me permitió conocer y dar la mano al mismísmo sargento de la 38º Brigada motorizada del Ejército Soviético que un día 31 de enero de 1943 detuvo a punta de ametralladora al mariscal de campo Friedrich Paulus, del VI Ejército alemán.
 
Descansa en pau, amic Eduard. Los que nos quedamos aquí no dejaremos que lo sucedido en Stalingrado caiga en el olvido. Es lo que tu querías. 
 
Mayakovski
 

martes, 14 de marzo de 2017

Paulus y yo: En memoria de Piotr Vasílievich Alkhutov


La editorial La Esfera de los libros acaba de reeditar la traducción al castellano de las memorias de Friedrich (von) Paulus, el mariscal de la Wehrmacht a las órdenes de Hitler que en 1942 intentó conquistar Stalingrado. Dichas memorias, en realidad un compendio de textos recopilados por Walter Goerlitz y prologados por su hijo Ernst Alexander Paulus, se titulan, precisamente, “Stalingrado y yo”. La noticia de esta publicación me ha llevado a recordar la cadena de hechos casuales que hace algo más de cinco años me permitieron visitar el que fuera el centro de mando de Paulus en el sótano de unas tiendas del actual Volgogrado, en Rusia, y conocer personalmente a uno de sus captores, un legendario y respetado veterano del Ejército Rojo.

Todo comenzó en la primavera de 2005, año en que se conmemoraba el sexagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Con motivo de esa efeméride, la librería de unos grandes almacenes de mi ciudad sacó a la venta un pack especial de dos libros y un DVD sobre aquel episodio bélico. Eran “Berlín. La caída: 1945” y “Stalingrado”, ambos del historiador y ex oficial del Ejército británico Antony Beevor, y un documental de corta duración y mensaje pacifista elaborado justo después de la contienda y reeditado para la ocasión. Sobre una humilde mesita, en un rincón de la tienda, los responsables de la librería colocaron esos tres objetos con la intención de homenajear el final de la guerra y probablemente para quitarse de encima un excedente de libros. Solo algunos bibliófilos y amantes de la historia como yo caímos en la cuenta de su existencia y los compramos.
 
Nunca antes había leído una obra perteneciente a este género literario, ni me atraía especialmente lo relacionado con las tácticas de guerra. Pero dio la casualidad que un par de meses atrás había visitado Berlín y aquella experiencia, unida a mis recuerdos de juventud, en plena Guerra Fría, provocaron en mi interior una súbita regresión hacia antiguos intereses que marcaron mis años de adolescencia. En 2005 internet era todavía un fenómeno relativamente incipiente en el que no existían, por lo menos tal como los conocemos hoy en día, ni los traductores virtuales, ni los mapas vía satélite, ni muchas de las miles de páginas web que podemos visitar en la actualidad de forma fluida. Es por este motivo que la lectura de aquellos libros, que hacían referencia a lugares del pasado que aún existían, supuso para mí un descubrimiento que me cambió la vida. Comencé a sentir lo que Walter Benjamin denominaba «la pasión por buscar e intentar entender el sentido de la historia a partir de sus producciones más pequeñas, incluso a partir de sus ruinas».
 
Después de dos viajes consecutivos a Rusia −en 2006 y 2007−, concretamente a las ciudades de Moscú, Volgogrado y San Petersburgo, entablé amistad con un experto en la batalla de Stalingrado, el abogado y urbanista catalán Eduard Moreno Ibáñez. Nos conocimos a través del foro de la página web casarusia.com, de muy grato recuerdo para mí. Fue él quien me dio el espaldarazo definitivo que me permitió acceder al universo histórico y simbólico de la “madre de todas las batallas”. Por aquella época asistí a varias conferencias suyas en el Ateneu Barcelonès y en una de ellas, en el mes de junio de 2009, fui presentado al matrimonio Fedosov, una pareja de profesores universitarios de Volgogrado −la ciudad llamada Stalingrado entre 1925 y 1961− que se encontraban de visita en Barcelona para participar en unas jornadas dedicadas a la historia y cultura de los cosacos del Don. Desgraciadamente a Yuri Fedosov sólo pude conocerlo y disfrutar de su compañía a lo largo de esos pocos días en los que estuvo de viaje con su mujer, compartiendo una cena y algún que otro paseo hasta el hotel donde se alojaban. Falleció al año siguiente, de forma repentina, mientras daba una clase de antropología en su facultad. Aún conservo la botella de vodka que me regaló en aquella ocasión.

Tres textos fundamentales sobre la batalla de Stalingrado: el de Antony Beevor (Ed. Crítica, 2005), el de William Craig (Ed. RBA, 2006) y el de Stephen Walsh (Ed. Libsa, 2002)

Dos años después, en septiembre de 2011, Moreno organizó un viaje a Volgogrado centrado en todo lo relativo a la batalla de Stalingrado, una expedición cultural que se convirtió en una vivencia decisiva para mí. Le acompañamos Enric Crusat de Abaria, ateneista como él, su nieto Ivo Recoder y yo mismo. Con Oksana Fedosova, la viuda de Yuri, como cicerone y traductora, en seis días frenéticos recorrimos los lugares más emblemáticos relacionados con la Segunda Guerra Mundial. Aún hoy en día, cumplidos casi tres cuartos de siglo desde aquellos acontecimientos, las plazas y calles de la antigua Stalingrado continúan supurando patriotismo, nostalgia, comunismo, guerra y heroicidad. Sin embargo, hay dos visitas que destacaron por encima de las demás. Son las que hicimos al Club de Veteranos “Stalingrado”, cuya sede está situada en los sótanos de la legendaria Casa de Pávlov, y al Museo Pamyat (“Memoria”), en la planta subterránea de los Almacenes Univermag, lugar donde se instaló en 1942 el puesto de mando del 6º Ejército alemán comandado por Paulus. Construidos en 1938, en la actualidad esos almacenes comerciales siguen funcionando como tales, aunque en un formato moderno y de titularidad privada.

Los Almacenes Univermag de Stalingrado (Volgogrado) fotografiados en 1943 y 2011 (la fotografía de la derecha es del autor del blog)

En los seis años que habían transcurrido desde que me topé con aquellos libros sobre las dos grandes batallas del siglo XX, la figura de Friedrich Paulus −el "von" fue un añadido suyo− había vagado a mi alrededor de una forma casi difusa, adquiriendo corporeidad a medida que leía más sobre él. A la obra de Beevor sobre Stalingrado habían sucedido la de William Craig, considerada más rigurosa, y la de Stephen Walsh. En el artículo publicado en El País sobre la reedición de esa recopilación de textos personales, titulado “El regreso del mariscal Von Paulus”, su autor, Jacinto Antón, calificaba al militar alemán de «guapo, elegante, estirado, agrio, adusto, de nula empatía, indeciso, pretencioso y cargante». Sin embargo, su biografía me provocó desde el primer momento una mezcla extraña de compasión, perplejidad y admiración. Rechazado inicialmente por la Marina imperial debido a su origen pequeñoburgués, sobrevivió en Stalingrado a una serie de circunstancias que superaron lo humanamente soportable –el cerco soviético, una disentería atroz que lo dejó en los huesos, la traición de Hitler al no acudir al rescate de su ejército–, viviendo sus últimos años como un ciudadano más de la República Democrática Alemana, el pequeño país comunista fundado en 1949 por los enemigos del III Reich. Con estas sensaciones en la mochila, la mañana del 12 de septiembre de 2011, la primera que pasábamos en Volgogrado después de diecinueve horas en un tren nocturno procedente de Moscú, me encontré de repente frente al pequeño y austero cubículo subterráneo donde Paulus intentó infructuosamente no perder la guerra, debatiéndose entre luchar hasta el final, rendirse o pegarse un tiro. En aquellos días, la historia de la humanidad se decidió para siempre en un margen de maniobra de apenas doscientos metros junto al río Volga. Casi me pareció ver al fantasma del mariscal observándome desde alguno de los pasillos tenebrosos del Museo Pamyat, entre suplicante y relajado, conociendo, cómo sabría tras ser detenido, el final de aquel desastre. En aquel instante me di cuenta que lo que había comenzado en 2005 en la planta baja de unos grandes almacenes de mi ciudad, culminaba aquel día en un lugar similar, aunque en Rusia y una planta más abajo, más cerca del infierno.

Recreación de la oficina de Paulus en el mismo espacio donde vivió el mariscal, en el sótano de los Almacenes Univermag (Museo Pamyat), tal como se la encontraron los soldados soviéticos el 31 de enero de 1943. En 2011, ese muñeco que aparece en la imagen, que supuestamente representaba al oficial alemán, se accionaba automáticamente poniéndose de pie cuando un visitante del museo se colocaba frente a la entrada de la habitación. Tiempo después fue suprimido. La fotografía es del autor del blog

Cinco días más tarde, el último de nuestra estancia en la ciudad, fuimos de visita al Club de Veteranos “Stalingrado”, con cuyos miembros habíamos concertado una entrevista. Una delegación de ex combatientes, capitaneada por el incombustible coronel Vladímir Semiónovich Turov, nos recibió en su sede en la Casa de Pávlov, el edificio de apartamentos –reconstruido tras la guerra– donde en 1942 el pelotón al mando del suboficial Yákov Pávlov resistió de forma numantina el asedio de las tropas alemanas. Uno de los objetivos de aquel viaje era grabar en vídeo los relatos de cuantos testigos de la batalla pudiésemos encontrar. Después de una arenga de Turov frente a un enorme retrato de Stalin, aquellos veteranos soviéticos, uniformados o trajeados pero con todas sus condecoraciones luciendo en sus pecheras, fueron desfilando uno tras otro frente a la cámara de Eduard Moreno para dejar testimonio de sus experiencias en la batalla.
 
Acabado el encuentro, fue el mismo Moreno quien, haciendo gala de una extraordinaria memoria visual, relacionó a uno de ellos con un cuadro que habíamos visto días atrás en el Museo Pamyat. En efecto, aquel anciano serio y prudente, de cabellos plateados, elegante en su traje gris y extremadamente atento a todo cuanto se dijo durante la reunión, era Piotr Vasílievich Alkhutov (o Aljutov), sargento de la 38º Brigada motorizada que el 31 de enero de 1943, a las tres de la tarde, descendió junto a doce miembros de su unidad, comandados por el jefe del Estado Mayor Iván Andréyevich Laskin y el teniente mayor Fiódor Mijáilovich Ilchenko, hasta el centro de operaciones del 6º Ejército alemán en el sótano de los Almacenes Univermag, cuyos oficiales ya se habían rendido. Con tan solo 19 años de edad, era el miembro más joven de aquel grupo de soldados y fue el que hizo la primera guardia como centinela frente a la oficina de Paulus, con el mariscal recluido en su interior. Participó así mismo en la reparación de su vehículo privado, averiado durante los combates, que fue usado por los soviéticos para conducir al alemán hasta el lugar donde debía permanecer arrestado, primero en la comandancia del 64º Ejército y luego en la del Frente del Don. Sin saberlo, aquella mañana le habíamos dado la mano a una parte de la historia viva de la batalla de Stalingrado, una leyenda equiparable al francotirador Záitsev o al mismo Pávlov. No he tenido acceso a la transcripción entera de la entrevista que se le hizo ese día, pero sí recuerdo como nuestra traductora mencionó «el estado lamentable en que se encontraba Paulus tras su rendición». Un comentario que me marcó especialmente porque aquel ex soldado de excelente memoria mostró compasión recordando al ser humano decrépito que aquel día tuvo frente a él, y no al odiado mariscal de campo al servicio de Hitler.


Fotografía del encuentro en el Club de Veteranos "Stalingrado" entre los ex combatientes del Ejército Rojo y el grupo de personas que ese día, el 17 de septiembre de 2011, les hicimos una visita para entrevistarlos. Piotr V. Alkhutov (Петре Васильевиче Алхутове) es el segundo comenzando por la izquierda. En la segunda imagen, el mismo Alkhutov aparece retratado en el cuadro del centro en una de las salas del Museo Pamyat, acompañado por otros miembros de la 38º Brigada motorizada. Esta casualidad fue la clave para comprender la relevancia del personaje que habíamos conocido aquella mañana. Ambas fotografías son del autor del blog

Cuando hace algunos días leí por casualidad el mencionado artículo de El País relativo a las memorias de Paulus, decidí buscar algún documento en internet que hablase sobre todos aquellos ancianos que de forma tan atenta y desinteresada nos recibieron hace cinco años en su club. Fue entonces cuando supe que, lamentablemente, Alkhutov había fallecido el pasado 7 de noviembre de 2016 a los 93 años de edad. La desaparición de este veterano, un héroe entre sus conciudadanos su fallecimiento fue noticia en la televisión local–, pero un absoluto desconocido para el resto de la humanidad, me llenó de tristeza. Nacido el 2 de septiembre de 1923 en el distrito Sredneakhtubinsky de Tsaritsyn (Stalingrado a partir de 1925), trabajaba en una granja agrícola cuando en julio de 1942 fue llamado a filas por el Ejército Rojo, habiendo podido ir a la escuela durante tan solo siete años. Después de la batalla de Stalingrado entró a formar parte de la 7ª Brigada de la guardia y del 5º Ejército de tanques, combatiendo en Ucrania –participó en el decisivo cerco de Korsun-Cherkassy–, Kursk, Polonia y Alemania. Su intervención en la guerra finalizó el 10 de mayo de 1945 en la batalla de Breslavia. Desmovilizado en 1949, se convirtió en policía de transporte del servicio ferroviario de Stalingrado, siendo ascendido en los años sesenta a subinspector de investigación criminal. A sus condecoraciones como combatiente en la Gran Guerra Patria –Orden de la Estrella Roja, Medalla por la Defensa de Stalingrado, Medalla por la victoria sobre Alemania–, hay que añadir la Znak Pocheta (Placa de Honor) que obtuvo como policía gracias a su tarea escrupulosa y a las ochenta detenciones, algunas de peligrosos delincuentes, que acumuló a lo largo su carrera. Más adelante se dedicó a transmitir su experiencia como investigador criminal a futuros policías de transporte de todo el país.
 
Con su muerte, Alkhutov se lleva consigo unas vivencias irrepetibles que con el paso del tiempo se irán diluyendo poco a poco en el recuerdo colectivo de aquellos hechos, quedando para la posteridad el frío recuento enciclopédico de lo que sucedió en ese lugar del Cáucaso entre 1942 y 1943. Piotr Vasílievich fue enterrado con honores militares en el cementerio Dimitrov de Volgogrado, con salvas y el himno soviético sonando junto a su tumba. El británico David Frimpong, director de marketing de la asociación Stalingrad Heritage para la preservación del legado de la batalla, estuvo presente en la ceremonia.

Mayakovski




Imágenes del funeral de Alkhutov en el cementerio Dimitrov de Volgogrado, celebrado el 11 de noviembre de 2016. Son capturas del reportaje emitido por la televisión local Volgograd-TRV



Piotr Vasílievich junto a su esposa, fotografiados en su domicilio familiar unos meses antes de su fallecimiento



 

En la Escuela de Secundaria número 54 de Volgogrado existe una aula dedicada exclusivamente a la batalla de Stalingrado. En esta exposición permanente aparecen muchas fotografías de Piotr V. Alkhutov, algunas de ellas donadas por él mismo. Las imágenes anteriores son, respectivamente: 1) Un panel explicativo de la batalla de Stalingrado, 2) Alkhutov en los años 70 con jóvenes del regimiento 255, 3) Alkhutov junto a la llama eterna en los años 80, 4) Su gorro reglamentario cuando combatió en Stalingrado y 5) La Insignia de la Guardia que lució en esa misma época

Foto oficial con su uniforme de policía de transporte, aproximadamente en la década de 1960

Un grupo de soldados de la 38º Brigada motorizada fotografiados en 1943 en las proximidades de los Almacenes Univermag de Stalingrado

Retrato de Piotr V. Alkhutov, obra de los pintores Fiódor Novikov y Elena Novikova. Toda la serie, dedicada al regimiento inmortal de Stalingrado, se encuentra expuesta actualmente en el Teatro de Volgogrado


Dos instantes del encuentro celebrado en el Club de Veteranos "Stalingrado" el 17 de septiembre de 2011. En ambas imágenes aparece Piotr V. Alkhutov. Las fotografías son del autor del blog







Tras su reconstrucción después de la guerra, los Almacenes Univermag dejaron de hacer esquina en la manzana de casas a la cual pertenecían. La célebre fachada semicilíndrica donde durante unos meses pend la bandera nazi se encuentra oculta desde entonces tras el hotel Intourist, que es el que ahora hace esquina en la calle Mira (de la Paz). Para acceder al Museo Pamyat hay que entrar en los grandes almacenes por la plaza de los Combatientes Caídos y descender por unas escalinatas hasta la planta subterránea. Existe una salida por una puerta trasera junto a la antigua fachada. Excepto las dos primeras, el resto de fotografías son del autor del blog





La sede del Club de Veteranos "Stalingrado" se encuentra ubicada en la mítica Casa de Pávlov, en uno de los sótanos del número 39 de la calle Soviétskaya. Se trata de un lugar emblemático situado cerca de la harinera en ruinas, del Museo-Panorama y detrás de una estatua de V.I. Lenin en una gran avenida que lleva su nombre