martes, 11 de julio de 2017

John Alexander Symonds, el espía Romeo del KGB que nunca fue capturado


John Alexander Symonds, nacido el 13 de julio de 1935 en la jurisdicción de Peterborough (Condado de Northamptonshire, Inglaterra), es un antiguo oficial de la Policía Metropolitana de Londres y ex agente del KGB.

Tras servir durante tres años en el Regimiento Real de Artillería del Ejército británico, Symonds entró a formar parte de Scotland Yard en 1956, alcanzando el grado de detective sargento en el Departamento de Investigación Criminal. En 1969, después de haber sido oficial durante quince años, él y dos policías más fueron acusados de corrupción, tras la publicación de un reportaje periodístico sobre casos de soborno. Puesto en libertad condicional en 1972, ese mismo año decidió abandonar Inglaterra y trasladarse a vivir al norte de África. Más tarde declararía que se había visto implicado en aquel caso de cohecho con falsedades y engaños, y que había tenido que huir del país bajo amenazas de muerte, por querer exponer ante los tribunales «la corrupción endémica y sistémica que había dentro de la Policía Metropolitana» en aquella época.

En Marruecos, Symonds trabajó como mercenario haciendo uso de su experiencia policial y militar para entrenar tropas africanas en el uso del Obús 25-pdr, una pieza de artillería obsoleta para los estándares del Ejército británico que había sido vendida como excedente a varios países del continente. Fue en ese período cuando el KGB lo reclutó.

Entre 1972 y 1980 se convirtió en el "agente Romeo" con el nombre en clave de Skot (o Scot), entrenado por sus jefes soviéticos para seducir a trabajadoras de las embajadas occidentales con el objetivo de sonsacarles información secreta. En 1981 regresó a Inglaterra.

En los años ochenta, Symonds reveló a la policía y a los servicios de seguridad británicos su labor como espía, pero su confesión fue rechazada por considerarse «una fantasía». Incluso llegó a aparecer en los diarios Daily Express (1985) y News on Sunday (1987) como noticia de portada. Solo tras la deserción del mayor Vasili Mitrokhin en 1992 y la subsiguiente publicación en 1999 del controvertido "Archivo Mitrokhin", en el que Symonds aparecía descrito como agente de la Unión Soviética, su confesión cobró credibilidad.

John Alexander Symonds nunca fue procesado por ningún delito de espionaje, ni tampoco fue interrogado por el MI5 o el Servicio Secreto Británico. En 1984 la Fiscalía pública británica (la oficina del Director of Public Prosecutions) le concedió inmunidad judicial a cambio de su colaboración en las investigaciones sobre los casos de corrupción policial, la llamada "Operación Countryman".

Una década más tarde, la publicación de los materiales de Mitrokhin sobre el KGB obligó a poner en marcha una investigación parlamentaria del Comité de Inteligencia y Seguridad de Gran Bretaña. Su informe final reveló la falta de interés de los servicios de seguridad en el "Caso Symonds": «El Comité considera que se produjo un fallo de procedimiento muy grave al no remitir este asunto, a mediados de 1993, a los Oficiales de Justicia de la Corona. Nos preocupa que se requirieran más de nueve meses para que se realizase una consulta a dicha Oficina, después de que Symonds fuese identificado como un espía en el borrador del libro [de Mitrokhin]. Consideramos que debería haber sido entrevistado, por lo menos por los servicios de inteligencia y de archivos históricos».

'Espía Romeo': la película

La compañía Prodigy Pictures estuvo pre-produciendo durante un tiempo una película basada en la autobiografía de John Symonds. Aunque existe un guión completado y se han barajado los nombres de Daniel Craig y Jude Law en los papeles protagonistas, en septiembre de 2013 el proyecto continuaba paralizado.

(Traducción del artículo en inglés de Wikipedia https://en.wikipedia.org/wiki/John_Alexander_Symonds)


Symonds sintetiza de la siguiente forma su decisión de convertirse en espía: 

«Me dije: ‘Únete al KGB y vete a ver mundo’. Aquello sonaba de primera. Recorrí un montón de países haciendo todos esos trabajos, fue una época maravillosa. Estuve en los mejores hoteles, visité las mejores playas, tuve acceso a hermosas mujeres, a comida sin límite, a champagne, a todo el caviar que quería. Fue extraordinario. Esa es mi experiencia en el KGB. No me arrepiento ni lo más mínimo de ello...»


En su libro 'Romeo Spy' (2010), expone en detalle su experiencia como agente del KGB. Sobre sus primeros contactos con "mujeres objetivo", Symonds recuerda:

(Págs. 88-89) «Mientras me preparaba para viajar a Moscú, fui a ver al 'rezident' del KGB [espía soviético residente en el extranjero durante largos períodos] en Dar-es-Salaam [Tanzania], quien me pidió que entrara en contacto con una mujer estadounidense que salía a la playa todos los días para recolectar conchas, y que estaba casada con el representante local de Pan Am. Según el 'rezident', su marido era sospechoso de ser un oficial de la CIA que trabajaba bajo cubierta no oficial, y mi tarea era hacerme su amigo y descubrir cuánto pudiera sobre su verdadero trabajo.

Con objeto de hacer el encuentro lo más plausible posible, tomé prestado un libro de Luckhurst [un conocido suyo] sobre conchas marinas, publicado por la compañía petrolera. Así tuve la excusa perfecta para fingir ser otro coleccionista y encontrarme con ella. Según lo planeado, a la tarde siguiente me puse a caminar por la playa hasta que vi a la mujer con una cesta de mimbre buscando ejemplares útiles en la arena. En cuestión de minutos ya estábamos charlando, y aunque mi conocimiento sobre el tema se agotó muy pronto, continuamos caminando juntos durante un buen rato. Ella me riñó delicadamente por usar una bolsa de plástico para transportar las conchas, porque algunas contenían toxinas peligrosas y sus puntas podían perforar fácilmente el plástico y dañar mi piel. Al parecer, ese era un peligro común para los recolectores en el trópico, pero ella se mostraba indiferente a mi falta de profesionalidad. Parecía que mi frágil disfraz como aficionado había funcionado, pues a continuación me invitó a su casa para beber algo. Con la intención de realizar mi tarea con calma, rechacé la invitación, aunque la llevé al día siguiente a almorzar a un restaurante de la playa. Después volvimos a su casa, donde me llevó a la habitación de matrimonio para mostrarme su colección. Resultó obvio que ella estaba interesada en algo más que en mi brillante conversación porque a los pocos segundos ya estábamos retozando sobre la cama, rasgándonos la ropa mútuamente y disfrutando de un sexo apasionado. Al caer la tarde, cuando la dejé durmiendo dándole un suave beso en la mejilla, salí silenciosamente de la casa, sin saber aún nada sobre las ocupaciones de su marido. Tenía la intención de pasar a la segunda fase de mi misión al día siguiente, pero los acontecimientos me sobrepasaron».



La formación sexual de los agentes Romeo del KGB era extremadamente escrupulosa. Este es el recuerdo que guarda John Symonds de aquella etapa:

(Págs. 108-115) «En las circunstancias adecuadas, un hombre bien arreglado y presentable podía acceder a importantes secretos usando mujeres vulnerables como instrumentos. [Markus] Wolf había demostrado que la estrategia era eficaz y el KGB estaba buscando candidatos adecuados. Entonces aparecí yo. Tal como me explicó Nick [nombre en clave de Víktor Gueorguiévich Budanov, su contacto en el KGB] no debía desarrollar ninguna relación a largo plazo con mis mujeres-objetivo, sino más bien hacer simples reconocimientos, suavizarlas para otros, aproximándome a ellas únicamente para ver si, llegado el caso, se comportarían de forma obediente. Después de haberme acostado con esas mujeres y de haber determinado el alcance de su acceso a información de interés para el KGB, debía pasar a otra cosa. Según Nick, había un número no escaso de candidatas esperando mis atenciones.

Mis encuentros con Nina [Ebert, una alemana que conoció en el Mar Negro] habían demostrado que yo era absolutamente inexperto sexualmente y que tenía poca idea sobre técnicas sofisticadas, y menos aún sobre preliminares, así que el KGB decidió cambiar la situación.

Una atractiva y rubia guía de turismo llamada Katinka, a quien conocí casualmente en el bar del hotel, se ofreció a llevarme al famoso Zoo de Moscú. Después de aquello, comenzamos a salir con regularidad viajando en metro y visitando todas las atracciones turísticas de la ciudad. Era una rusa típica, rubia con ojos azules y aterciopelados, hermosas mejillas, buen cuerpo y un inglés razonable. Tenía lo que podríamos llamar 'piel inglesa', clara y transparente como el alabastro, maravillosa al tacto. Sus rosadas mejillas se sonrojaban de forma natural y tenía el aspecto de aquellas muchachas campesinas de largas piernas, provenientes de la zona del Volga y de origen alemán.

Un día, finalmente, Katinka acabó en mi habitación después de la cena. En nuestra segunda noche juntos comenzó a darme clases sobre modales en el dormitorio, como si la primera hubiese sido una especie de evaluación. En realidad, eso era precisamente lo que había sido, aunque tuve la impresión, por un par de observaciones que hizo, de haber visto mi actuación con Nina en la cama. Esto sólo podía haber ocurrido si nuestras citas habían sido grabadas, así que vi corroborada mi sospecha de que en la habitación del hotel que había compartido en Berlín con la joven alemana había cámaras.

Mi acercamiento ortodoxo y reprimido al sexo, que en mi juventud había consistido básicamente en unos cuantos toqueteos detrás del club de rugby, nunca se había extendido hasta el sexo oral. Mi nueva maestra me reveló que en el acto de hacer el amor a una mujer debería haber algo más que saltar sobre ella y alcanzar el clímax lo más rápidamente posible. Durante los siguientes días, después de haber asistido a numerosas conferencias sobre escritura secreta, comunicaciones y otras técnicas y métodos del mundo del espionaje [los 'Tradecraft'], me tomó de la mano en la habitación del hotel y me dio una 'clase manual' muy práctica sobre cómo llevar a una mujer al orgasmo y ayudarla a experimentar múltiples clímax. Era tan hábil que tardé algún tiempo en darme cuenta de que era un oficial del KGB, y que estaba realizando una tarea para mejorar mi rendimiento, aunque con evidente entusiasmo. Consideraba el sexo como un arte y me educaba para comprender y apreciar las necesidades físicas de las mujeres. Su sutileza y tacto eran tan considerados que en aquel instante no caí en la cuenta de que ningún extranjero podía entretener a un soviético en la habitación de su hotel sin el consentimiento o la planificación activa de mis amigos del KGB. Estos contactos estaban estrictamente prohibidos y había empleados en cada piso de los hoteles asegurando que se cumplían las reglas. Por norma, durante la Guerra Fría cualquier visita de un ruso local a un piso reservado a visitantes extranjeros debía ser autorizado por los servicios secretos soviéticos.


En nuestra primera noche juntos habíamos disfrutado mucho del sexo y Katinka pareció completamente satisfecha con mi actuación, aunque en retrospectiva ahora me doy cuenta de que había hecho muy poco esfuerzo en los preliminares, pues en nuestra segunda noche ella me preguntó "si había un incendio en el edificio". "¿Cuál es la urgencia? ¿Por qué precipitarse?" En esta ocasión, ella comenzó tomando el control de la situación y, aunque encontré esto un poco desconcertante, recordé la versión burlesca del consejo dado al príncipe Alberto antes de acostarse con Victoria: "Don’t diddle without a fiddle, fiddle before you diddle, and the more you fiddle the better you diddle" [este 'Doggerel', un poema sarcástico con ritmo y rima irregulares, sería traducible aproximadamente por "No folles sin manipular, manipula antes de follar; cuanto más manipules, mejor follarás"].

Una vez hubo comenzado el coito, Katinka me urgió de nuevo a ir despacio y a no apresurarme en llegar al clímax. En un momento en que comencé a galopar sobre ella, me dio un pequeño pellizco en el pene, consiguiendo el efecto que deseaba pero sin hacerme perder la erección. El coito sería largo, insistió ella, si hacía el esfuerzo mental y desviaba mis pensamientos brevemente.

En nuestra tercera y cuarta noche cumplí con los estrictos estándares de Katinka, consiguiendo que en la última alcanzara un clímax auténtico. Así aprendí a reconocer un orgasmo de verdad, en contraste con los fingimientos tan a menudo interpretados por las mujeres.

Antes de mi encuentro con Katinka, mi actitud hacia las relaciones sexuales había sido muy pedestre y, tal como iba a descubrir muy pronto, completamente egoísta. Asumí que era una cuestión de buenos modales asegurar que la mujer alcanzara al menos un orgasmo antes de que el hombre tuviese el suyo. También me di cuenta de que hay muchas maneras distintas de llevarlas al clímax, ya que cada persona es diferente. Sin embargo, si uno no dispone del tiempo suficiente para poder experimentar, la solución pasa por crear la atmósfera adecuada y luego ejercer sus habilidades con el cunnilingus. En pocas palabras, muy pocas mujeres pueden resistirse a un suave masaje con la lengua en el clítoris. Llegar a esta fase, sin embargo, también requiere su técnica.

Bajo la tutela de Katinka interioricé el llamado "arte de la seducción", unas destrezas que, en un primer momento, implicaban un leve coqueteo, mucho contacto visual y unos apretones de manos delicados, para luego continuar con un beso casual en cualquier zona del cuerpo con la piel desnuda. Katinka me habló de la sensibilidad en las extremidades superiores de las mujeres, de modo que incluso un suave y prolongado roce de los labios en un antebrazo, cuando surgía la oportunidad, podía disparar las hormonas. Aunque yo estaba más acostumbrado a los manoseos detrás de los arbustos y a pelearme con los cierres de los sujetadores, pronto comprendí que una aproximación gradual y no amenazante resultaba mucho más estimulante para la mujer. Resultó que, aunque hasta ahora no había apreciado plenamente las ventajas de la estrategia de Katinka, ésta tenía sentido y se complementaba con algunos de mis instintos naturales. Desde temprana edad me habían enseñado a ponerme de pie cuando una dama entraba en la habitación y mi uso inconsciente de los buenos modales siempre causaba una impresión favorable, sobre todo en las mujeres extranjeras que tienden a valorar que los hombres les abran las puertas o que las inviten a pasar en primer lugar. Cuando serví en la Policía Metropolitana de Londres no me olvidé nunca de estas normas básicas de educación, incluso en los asuntos policiales más turbios. En cualquier circunstancia era capaz de cumplir con lo que se espera del comportamiento de un caballero.


Como había estado demasiado ocupado, avergonzado o inhibido para leer el Kama sutra, Masters & Johnson o cualquier otra obra sobre comportamiento sexual, Katinka tuvo que darme un maravilloso curso sobre anatomía femenina. Descubrí lo que eran las "zonas erógenas" y que durante los preliminares hay que recorrerlas en un estricto orden: primero las orejas, después el cuello y finalmente el resto del cuerpo. Bajo su dirección aprendí que existía realmente un fenómeno como el "orgasmo de pezón", un tipo de clímax que muchas mujeres pueden experimentar con la simple succión y la manipulación suave de un pezón erecto. Por supuesto, esto no ocurre con todo el mundo. Yo había notado, por ejemplo, que las africanas tienen muy poca sensibilidad en sus pezones. Pero que otras mujeres sólo pueden llegar al clímax con la ayuda de un continuo, y a veces no tan suave, pellizco en la punta de sus mamas, tal como descubrí el año en que estuve en Sudáfrica, "torturando" a una bibliotecaria estadounidense de treinta y tantos años destinada en un centro cultural patrocinado por la Agencia para el Desarrollo Internacional. Tras exigirme una noche que tratase sus pezones con rudeza, al día siguiente se presentó en mi hotel con los pechos magullados, para pedirme que los masajeara y acariciase hasta retornarles su sensibilidad habitual. Esta no era mi idea de dar o recibir placer o gratificación sexual, pero hice el sacrificio. Todo lo que me había dicho mi muy talentosa instructora resultó ser cierto, incluyendo la información esotérica que en aquel momento pensé que se había inventado.

Katinka me explicó que el busto femenino es una parte del cuerpo hiper-sensible al tacto y que a las mujeres les gusta una maniobra gradual en zig-zag antes de que la lengua encuentre finalmente su objetivo. Combinada con una muestra de admiración por sus pechos, esta táctica elimina cualquier aprensión y crea confianza. Una forma de evitar que una mujer logre un orgasmo es minar su seguridad en sí misma, ya que el proceso es tanto mental como físico. Las mujeres pasan mucho tiempo interrogándose sobre sus propios senos y comparándolos con los de sus amigas, así que unas pocas palabras de fascinación, apenas murmuradas, consiguen un gran efecto en ellas. Pronto llegué a la conclusión de que, con un poco de estímulo, la mayoría de las mujeres están muy interesadas en mostrar sus cuerpos y jugar con una audiencia agradecida. Mi única tarea durante la etapa inicial, tal como me explicó Katinka, era inculcar lentamente esa creencia en mi pareja y ganarme su determinación. Todas las mujeres tienen zonas erógenas particulares y, en las circunstancias adecuadas, suelen estar dispuestas a explicar lo que realmente las enciende, aunque la timidez y las inhibiciones sociales a menudo impiden que se comunique esta información vital. Estos puntos secretos, por lo general sólo discutidos en las revistas femeninas, a menudo se dan a conocer a los hombres musulmanes, especialmente en Pakistán, a una edad temprana. 

Sobre el tema del sexo oral, yo en aquel entonces era un completo ignorante. Sinceramente, no había tenido nunca ninguna experiencia en lo de bajar tan abajo en el cuerpo de una mujer. Según Katinka, esta era la parte realmente crucial a la hora de hacer el amor y se requerían, además, las mismas tácticas que en el resto del proceso. Se trataba de dar besos lentos y divertidos en la barriga y en el interior de los muslos de nuestra pareja, lamiendo y besando gradualmente el camino hasta las bragas. Luego, de forma burlona y tentadora, había que tirar de la ropa interior de una manera casi imperceptible, dejando a continuación que la lengua acariciase el borde de los labios vaginales, sin apenas tocarlos, mientras que simultáneamente se masajeaba uno de los pezones con los dedos pulgar e índice.

La parte realmente delicada de mi entrenamiento se refería a la manipulación del clítoris, esa zona misteriosa en la anatomía femenina de la que había sido un completo desconocedor hasta la instrucción de Katinka. Puede ser que algunas mujeres tengan un "Punto G" en la pared de su vagina, pero no hay garantía de que las relaciones sexuales ordinarias lo estimulen o incluso tengan algún impacto sobre él. Sin embargo, no hay ninguna duda sobre el poderoso efecto de una lengua chupando y golpeando ligeramente sobre y alrededor del clítoris. Sólo unos instantes con esta maniobra harán que los labios de la vulva se hinchen y ese será un buen momento para sondear la propia vagina, ya sea con un dedo o con la lengua. Al cabo de un minuto la atención debe regresar de nuevo al clítoris, ahora extremadamente sensible. Un movimiento circular y rítmico de la lengua dará paso a los pequeños temblores o vibraciones que sugieren un orgasmo inminente. El empuje definitivo se puede lograr ya sea introduciendo muy suavemente un diente, o con la lengua tocando ligeramente la punta de ese órgano carnoso, ahora extendido».

(Continuará)


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