Antonio Muñoz Molina es un
extraordinario escritor que goza de gran prestigio institucional en
nuestro país. No en vano es académico de la RAE y ha ganado el
Premio Príncipe de Asturias, además de otros muchos galardones
otorgados en estas últimas décadas. Actualmente da clases
en una universidad de Nueva York, donde reside por temporadas con su
esposa, la también escritora Elvira Lindo. No cabe duda de que las
cosas le han ido muy bien en el ámbito profesional y que pertenece,
sin ánimo de parecer retórico, a la exclusiva casta del 11% de
escritores españoles que puede vivir de sus publicaciones.
Muñoz Molina flirteó de
joven con el comunismo, un hecho en absoluto excepcional entre la
juventud antifranquista de aquella época. En su artículo La
voz de Marina Tsvietáieva, publicado el pasado 13 de febrero en
Babelia, el suplemento literario de El País, el novelista andaluz
afirma que las noticias que en el pasado le llegaban desde la URSS
"alimentaron" su idealista imaginación. Hasta que, según
confiesa, la realidad acabó abriéndole los ojos. En el artículo
mencionado sobre la escritora rusa, y en referencia a la Unión
Soviética y a la Revolución de 1917, utiliza los términos "fragor
genocida", "épica tramposa de John Reed", "horror
sin orillas", "tiranía", "cataclismo que lo
devoró todo", "régimen sanguinario de burocracia y
horror", "calamidad", "matarifes máximos",
"abismo de sufrimiento y desastre", "crímenes de
Lenin y Stalin", "destrucción y desquiciamiento",
"catálogo de ruinas" y un largo etcétera de
calificativos, a cual más apocalíptico, para describir aquellos
acontecimientos. Frente a este sorprendente vuelco ideológico, muy
frecuente a lo largo de estos últimos años entre el colectivo de intelectuales
españoles, cabe hacer algunas reflexiones. Si la Revolución
Francesa es alabada por los demócratas de todo el mundo como
antecedente de lo que vino después, ¿Por qué se reniega siempre de
la Revolución Rusa? ¿No rodaron cabezas en Francia? ¿De verdad no
hubo nada más en Rusia que sangre y odio? ¿Es que la ruptura con
la autocracia zarista no tuvo ningún aspecto positivo? ¿Y no lo
tuvo tampoco la alfabetización masiva de millones de ciudadanos,
dominados hasta aquel entonces por la ignorancia y la superstición
fomentadas por la iglesia? ¿No es la revolución, en un contexto de
manipulación ideológica, una expresión más de la voluntad de una
parte del pueblo?
Más allá de las respuestas
políticas y sociológicas a estos interrogantes, seguramente
imposibles de resumir en unos pocos párrafos, está el aspecto
psicológico de semejantes metamorfosis mentales. ¿Cómo se puede pasar
del blanco al negro con tanta facilidad? ¿Qué mecanismo cognitivo
provoca el abandono radical de una visión deseada del mundo en base
a una experiencia fallida? ¿Es frustración, cansancio o
pragmatismo? ¿O se trata simplemente de un mero problema
existencial, acentuado con la llegada de la madurez? A Muñoz Molina
no le ha temblado el pulso a la hora de dar la mano a monarcas y políticos representantes del orden social actual.
Muchos de ellos amigos de dirigentes nada democráticos en países
donde se flagela, literalmente, a sus opositores y se esclaviza a los
trabajadores que construyen rascacielos. Desde su cómoda poltrona de académico y profesor
universitario se define como socialdemócrata, que es lo
mismo que decir que no es de izquierdas ni de derechas, simplemente
un partidario de la versión soft del capitalismo occidental,
enarbolando siempre bien alta la bandera con la inscripción "soy demócrata (y nada más)". Para él,
todo lo que pueda suceder después de las elecciones que se celebran cada cuatro años es pura perversión bolchevique. Resulta sencillo acercarse a un
poder aparentemente inocuo cuando el trabajo sucio (la explotación
laboral, las guerras, la represión) lo llevan a cabo los de fuera.
Como dijo Henry Kissinger sobre Pinochet: "Es un hijo de puta,
pero es nuestro hijo de puta". A Kissinger le dieron el Premio
Nobel de la Paz. Y a Muñoz Molina, por ser un obediente defensor del
"todo está bien tal como está", la dirección del
Instituto Cervantes.
La realidad, como las
personas, es compleja, subjetiva, poliédrica, caleidoscópica y
asimétrica. Vomitar en un artículo un compendio de adjetivos muy
bien escritos y abanderar el "todismo" maniqueista para
posicionarse en la casilla más conveniente del tablero social no es
propio de un escritor inteligente como Antonio Muñoz Molina. Un gran
escritor al que continuaré leyendo sin ninguna duda.
Mayakovski
Mayakovski
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