lunes, 13 de julio de 2015

La estatua de Félix Dzerzhinski podría volver en breve a la plaza Lubyanka


Publicado: 10.07.2015 10:36 | Actualizado: 11.07.2015 10:40

Entre la espada y la cruz; y la hoz y el martillo

Moscú decidirá en un referéndum el próximo mes de septiembre si la estatua de Félix Dzerzhinski, un revolucionario comunista que fundó la policía secreta bolchevique, se debe restaurar en su emplazamiento original. 

ÁNGEL FERRERO

MOSCÚ.- El protagonista de Los disparos del cazador de Rafael Chirbes describe la vida de una persona como alguien que, a medio camino, trata de arrancarse la piel para dejar paso a otra nueva, sólo para descubrir que no puede y que los jirones le quedan colgando, golpeándole las piernas mientras trata de seguir adelante. Lo que vale para las personas podría decirse que también vale para los países.

El pasado 24 de junio, el Consejo Municipal de Moscú (Mosgorduma) aprobó la convocatoria, para el próximo 13 de septiembre, de un referendo para restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en su emplazamiento original, frente a la sede de los servicios secretos en la plaza Lubianka. La iniciativa, que para llevarse a cabo necesita recoger 146.000 firmas, parte del grupo comunista, que también presentó propuestas para otros dos referendos sobre los problemas del sistema educativo y de salud de la capital que, sin embargo, no fueron aprobados. Según declaró al periódico Gazeta el presidente del grupo parlamentario del Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF), la celebración del referendo es incluso más importante que su resultado final, pues abre la vía a nuevas formas de participación ciudadana. 

“¿Considera necesario restaurar la estatua de Félix Dzerzhinski en la plaza Lubianka?”. A esta pregunta deberán probablemente responder los moscovitas dentro de un par meses. El KPRF ya ha comenzado la campaña en su página web con el lema “¡Una voluntad de hierro, una Rusia más fuerte!”. A pesar de que los politólogos dudan de que el KPRF sea capaz de recoger, con el verano de por medio, las firmas necesarias para la convocatoria de la consulta, la luz verde de la Mosgorduma ha desatado un nuevo debate sobre el siempre espinoso asunto de la memoria histórica en Rusia.

Del creador de la Cheka...

La figura de Félix Dzerzhinski (1877-1926) siempre ha estado rodeada de polémica en Rusia. De origen polaco y aristocrático, estuvo vinculado a varias organizaciones y partidos socialistas hasta que en 1917 se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia-bolchevique (POSDR-b) tras su liberación de la prisión de Butyrka, a la que llegó tras pasar por varias cárceles zaristas en las que cumplió una dura condena impuesta en 1912. Su capacidad organizativa durante los años de clandestinidad hizo que el Consejo de Comisarios del Pueblo eligiese en 1917 a Dzerzhinski para organizar el Comité de Emergencia —más conocido por su acrónimo, Cheka—, posteriormente objeto de sucesivas reestructuraciones a lo largo de su historia.

Cheka —cuyo nombre completo era Comité de Emergencia de toda Rusia para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje— se inspiraba en los principios del Comité de Salud Pública de la I República francesa, cuyo cometido era proteger las conquistas sociales de la revolución de cualquier intento de restauración conservadora, recurriendo a métodos expeditivos si así lo consideraba necesario. No se trataba de un organismo independiente: su actividad estaba supeditada al Consejo de Comisarios y particularmente a los Comisariados de Justicia y Asuntos internos. Para formar parte de él había que cumplir la divisa acuñada por el propio Dzerzhinski: “Un chequista debe tener el corazón ardiente, la cabeza fría y las manos limpias”.

No obstante, el fracaso de la revolución en Europa, la guerra civil en Rusia y la intervención aliada contra el Gobierno soviético condujeron a la decisión de ampliar el poder de este organismo y, con él, alimentar buena parte de sus defectos posteriores. En sus memorias, Victor Serge ofrece un buen resumen de este cambio cuando escribe que “el Partido se esforzó por que la encabezasen hombres incorruptibles como el antiguo preso Dzerzhinski, un idealista sincero, despiadado pero caballeroso, con el perfil demacrado de un inquisidor: frente alta, nariz huesuda, perilla despeinada y una expresión de cansancio y austeridad. Pero el partido tenía pocos hombres de esta madera y muchas Chekas. Creo que la formación de las Chekas fue uno de los peores y más impermisibles errores que los líderes bolcheviques cometieron en 1918, cuando las conspiraciones, los bloqueos y las intervenciones les hicieron perder la cabeza”.

El problema para los rusos hoy es que por una parte está Felix Dzerzhinski, el personaje histórico, y Félix Dzerzhinski, el símbolo de los extensos servicios secretos, por la otra. En condición de tal, su estatua —una obra de Yevgueni Vuchetich, instalada en la plaza Lubianka en 1958— fue derribada por un grupo de manifestantes el 22 de agosto de 1991, un día después de que finalizase el fracasado golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Posteriormente, el monumento fue trasladado al llamado Muzeón, en Park Kultury, donde se formó un improvisado cementerio de desmanteladas estatuas soviéticas. En el año 2014 la estatua fue renovada y se retiraron las pintadas que los manifestantes escribieron en el pedestal veintitrés años atrás.

El resultado de un referendo como el que podría celebrarse en septiembre es impredecible. Según un sondeo del Centro de investigación de la opinión pública (VTsIOM) en diciembre de 2013, el 45% de los encuestados se mostraba a favor del retorno del monumento a la plaza Lubianka, mientras que el 25% se oponía. Pero Moscú Rojo, el órgano del Partido Comunista en la capital, elevaba recientemente ese porcentaje hasta un 58% de los residentes en Moscú y un 45% de los rusos en todo el país a favor de que el monumento a Dzerzhinski vuelva a su emplazamiento original. Los costes de la restauración de la estatua no están contemplados en el presupuesto municipal para 2016-2017.

… al fundador del Kiev de Rus

El recurrente debate sobre el restablecimiento del monumento a Dzerzhinski coincide con otro más nuevo, pero en el que se mezclan los mismos ingredientes. La construcción de una enorme estatua dedicada al príncipe Vladímir (958-1015) es el otro foco de la polémica político-cultural de estos últimos meses.

La iniciativa parte de una sociedad histórica, que planea erigir una estatua de 24 metros de altura de Vladímir sujetando una enorme cruz. En el momento de escribir estas líneas aún se desconoce el lugar donde se instalará finalmente el monumento. El lugar inicial era Vorobye Gori —las colinas próximas al estadio Luzhnikí— y la fecha, el 15 de julio, coincidiendo con el aniversario de los mil años de la muerte de Vladímir. Sin embargo, decenas de miles de moscovitas firmaron hace semanas una petición rechazando su instalación en aquel lugar, alegando que sus dimensiones alterarían el paisaje de la zona, relegando a un segundo plano al icónico edificio de la Universidad Estatal de Moscú (MGU).

Además de motivos estéticos, hay, por descontado, otros de tipo político. El monumento ha sido modelado por el escultor Salavat Sherbakov, autor, entre otras, de las esculturas en la capital dedicadas al zar Alejandro I y Piotr Stolipin —el primer ministro zarista que impulsó un amplio programa de reformas a comienzos de siglo XX—, por lo que se le considera copartícipe de la restauración ideológica de determinadas figuras del pensamiento conservador. “Puede que haya discusiones sobre el papel histórico de Iván el Terrible o Iósif Stalin o incluso Pedro el Grande, pero en el caso del príncipe Vladímir se trata sin duda de una figura positiva”, ha dicho Sherbakov a la prensa, “es como George Washington para los americanos, todos los países tienen sus figuras históricas y hay que respetarlas”.

Puede que, como dice Sherbakov, la de Vladímir sea una figura poco cuestionada, pero actualmente se la disputan por igual Rusia y Ucrania, lo que no facilita las cosas a la iniciativa. El presidente ucraniano, Petró Poroshenko, firmó recientemente un decreto por el cual en este año se conmemorará el aniversario de la muerte del “fundador del Rus-Ucrania”. Un retrato de Vladímir —en ucraniano: Volodimir— aparece en el reverso del billete de 1 grivna, la divisa nacional ucraniana, y el escudo del país no es sino una versión del sello de Vladímir.

Que tanto Kiev como Moscú reclamen para sí a Vladímir tiene lógica. Tras haber tomado la ciudad de Quersoneso, el príncipe Vladímir, señor del Kiev de Rus, se casó con Ana Porfirogéneta, hija del emperador de Bizancio. Para que esta unión fuese legal, Vladímir abandonó el paganismo eslavo, se hizo bautizar en Crimea y adoptó el cristianismo ortodoxo en el año 988, convirtiendo esta religión, que luego mandó a sus súbditos adoptar, en uno de los pilares de Rus. Muchos rusos consideran este hecho el comienzo del primer Estado ruso y exactamente lo mismo piensan no pocos ucranianos.

Sin embargo, numerosos historiadores cuestionan tanto la interpretación rusa como la ucraniana, puesto que el Kiev de Rus no puede considerarse, en ningún caso, como un Estado moderno. Borís Kagarlitsky va más allá al desafiar las interpretaciones de historiadores occidentalistas y eslavófilos al afirmar que “desde mediados del siglo XIX, los historiadores liberales han visto en la adopción del rito oriental del cristianismo una desdicha suprema para Rusia, puesto que en materia de religión significó que el país se estableció en oposición a Occidente”. Sin embargo, escribe Kagarlitsky, “la verdad es que en tiempos del príncipe Vladímir la escisión entre iglesias orientales y occidentales aún no era completa o definitiva”. “El efecto del bautismo, incluso si fue por el rito bizantino, no fue contraponer Rus a Europa occidental, sino, por el contrario, acercarlo”, ya que Bizancio actuaba como puente entre Occidente y Oriente, escribe Kagarlitsky en Empire Of The Periphery (Pluto Press, 2008). Para el marxista ruso, la consolidación del Kiev de Rus se debió, sobre todo, a la necesidad de establecer un mayor orden social en un territorio en el que se cruzaban múltiples rutas comerciales.

Sea como fuere, estos debates históricos, políticos y culturales nunca son fáciles en Rusia. De momento, el último se encuentra entre la cruz y la espada y la hoz y el martillo. Los jirones de piel siguen, como siempre, golpeándole las piernas, pero Rusia avanza.

Público 11/07/2015

martes, 7 de julio de 2015

La Editorial Progreso en el bulevar Zubovskiy

La Editorial Progreso fue fundada en 1931 con el nombre "Editorial de los Trabajadores Extranjeros en la URSS". Su propósito era la difusión internacional de textos soviéticos, traducidos a diferentes idiomas, sobre marxismo-leninismo, ciencias sociales y otras disciplinas académicas. En 1939 fue rebautizada oficialmente como "Editorial de Literatura Extranjera" y a partir de 1963, tras una reorganización interna, comenzó a ser conocida por el nombre que la hizo popular: Progreso. En 1977 la sede se trasladó a su actual ubicación, un edificio de oficinas en el bulevar Zubovskiy. Cuatro años más tarde, en el quincuagésimo aniversario de su fundación, un decreto del Presídium del Soviet Supremo de la URSS le concedió la Orden de la Bandera Roja. En 1982 la entidad quedó estructurada en dos divisiones: la "Rainbow", dedicada a la literatura de ficción, y la "Progreso" (propiamente dicha) destinada a publicaciones científicas e ideológicas. La calidad material de los ejemplares publicados por esta editorial era muy alta, con encuadernaciones sólidas y resistentes aunque con unas presentaciones bastante austeras, muy en la línea del mercado de consumo soviético. Los precios, por otra parte, eran extremadamente asequibles. En el interior de cada libro el editor jefe pedía al lector que remitiese su opinión o sugerencia sobre la traducción de la obra a las oficinas de Moscú, indicando la dirección postal del edificio del bulevar Zubovskiy. Una característica, esta última, que marcó una época en el mundo editorial y que dejó huella en muchos de sus lectores.

Tras la desaparición de la URSS, la editorial se privatizó y su sección de publicaciones políticas destinadas al extranjero fue desmantelada. Actualmente edita libros de todo tipo para consumo interno, desde obras clásicas hasta best seller, tanto rusos como foráneos. Aunque su denominación sigue siendo la misma y continúa ubicada en el mismo lugar, la Editorial Progreso ya no tiene ni la trascendencia ni el aura mística del pasado, cuando comprar un libro de este sello era un gesto casi revolucionario. 

A lo largo de su historia se llegaron a traducir textos hasta un total de 51 idiomas diferentes. En 2011, otra editorial rusa, Siglo Autógrafo, reeditó los títulos soviéticos más conocidos de Progreso, en conmemoración del 80º aniversario de su creación.

 La sede de la Editorial Progreso se encuentra ubicada desde 1977 en el número 17 del bulevar Zubovskiy (punto rojo), en el Anillo de los Jardines. Está cerca del puente Krimskiy, de la Nueva Galería Tretiakov y del Parque Gorki, al otro lado del río Moscova

 El edificio se halla entre el número 15 (a la izquierda de la imagen, ocupado por pisos señoriales de comienzos del siglo XX) y el número 25 del bulevar Zubovskiy (a la derecha, antes de la esquina, un bloque modernista de la misma época coronado hoy en día por un letrero publicitario). Por lo tanto, la finca de la Editorial Progreso ocupa los números 17, 19, 21 y 23 de la avenida, aunque su localización postal es el número 17. En tiempos soviéticos las cartas también se podían dirigir al número 21




 El edificio de la Editorial Progreso fue diseñado por el arquitecto ucraniano Yevgueni Nikoláyevich Stamo (1912-1987) y construido entre 1976 y 1977. Se trata de un ortoedro de hormigón y vidrio que sigue las pautas del estilo Funcionalista con influencias del Racionalismo. La fachada está recubierta por un "costillar" metálico que impide la entrada de luz y ruido por las ventanas. En la planta baja, rodeada por columnas de granito negro, estuvo instalada en el pasado la mayor librería en lengua extranjera de toda la Unión Soviética. Coronando la parte derecha del edificio sobresale un paralelepípedo ortogonal donde se ubica una sala de conferencias inaugurada en 1979

 Perspectiva del bulevar Zubovskiy en dirección hacia el puente Krimskiy


 En el número 25 del bulevar, a la derecha del edificio de la editorial, hay un bloque de apartamentos diseñado a principios del siglo XX por el arquitecto modernista Fiódor Nikítich Kolbe y construido en 1911. Entre 1913 y 1918 vivió en este lugar el filósofo, poeta simbolista, traductor, dramaturgo y crítico literario Viacheslav Ivanov. El bloque siguiente es una réplica casi exacta de una parte del edificio de Stamo pero que nada tiene que ver con la Editorial Progreso (es un edificio de Aduanas perteneciente a la Administración Rusa). Todo el conjunto genera el efecto de que la construcción racional-funcionalista "atenaza" y "comprime" el edificio Art Nouveau de Kolbe. En la planta baja de esta casa se encuentra el Club Rasputín, tristemente conocido por haber sido el lugar donde unos políticos mallorquines disfrutaron en 2004 de una noche de fiesta a cargo de las arcas públicas españolas

 Fotografía de 1935, aproximadamente, con los edificios situados en los números 13, 15 y 25 del bulevar Zubovskiy (de izquierda a derecha). En el "hueco" de en medio están los terrenos de las casas y palacetes donde en 1977 se construirá el edificio de la Editorial Progreso. En este lugar hubo a principios del siglo XX un orfanato dedicado a niños discapacitados psíquicos y motores llamado "Reina del Cielo". Después de la Revolución de 1917 se reconvirtió en el Instituto de Educación Social

 En esta fotografía de 1941 se observa el arco de entrada en el número 15 del bulevar Zubovskiy, junto a las casas que más adelante serán demolidas y donde se construirá la moderna sede la editorial

 Esta fotografía, tomada durante las celebraciones del Festival de la Juventud de 1957, permite observar el "hueco", entre los número 15 y 25 del bulevar, desde otro punto de vista

 Fotografía de los años ochenta de los bajos del edificio de la Editorial Progreso, con la gigantesca librería de títulos en lenguas extranjeras adornada con guirnaldas y toldos. Se leen con claridad varios letreros con la inscripción Прогресс (Progress). En la actualidad estos locales se encuentran ocupados por comercios privados



 El autor del blog, en compañía de tres amigos, acudió en septiembre de 2011 a la sede de la Editorial Progreso con la intención de adquirir libros viejos publicados en la URSS que pudiesen seguir almacenados en algún rincón del edificio. Sin embargo, se encontraron únicamente con una moderna librería en la segunda planta repleta de títulos actuales (algunos pocos traducidos al español) junto a un pequeño videoclub de alquiler y venta de DVD. La joven dependienta de ese establecimiento desconocía por completo la existencia de la histórica editorial que en el pasado ocupó esas mismas dependencias. Las fotos pertenecen a la colección particular del autor del blog


 Todo sovietófilo que se precie de serlo debe poseer como mínimo un libro publicado por la Editorial Progreso. Estos dos pertenecen a la biblioteca particular del autor del blog: "Lenin. Vida y actividad" y "¿Qué es el materialismo dialéctico?" (Serie 'ABC de conocimientos socio-políticos'), publicados ambos en 1985

 El mítico logo de la Editorial Progreso: el satélite Sputnik a la izquierda y la letra P, en el alfabeto cirílico, a la derecha

 En el minuto 25 de la película La Casa Rusia (Fred Schepisi, 1990) aparece en pantalla el exterior de la sede de la Editorial Progreso, el lugar donde trabaja Yekaterina "Katya" Borísovna Orlova (papel interpretado por Michelle Pfeiffer)

miércoles, 17 de junio de 2015

Un 1º de Mayo desde los adoquines de la plaza Roja


La extravagante producción francesa de docuficción erótica titulada Sex et perestroïka (François Jouffa y Francis Leroi, 1990) contiene una escena que hoy en día se ha convertido en un tesoro de culto para cualquier filmoteca del mundo. A lo largo de dos minutos el espectador puede contemplar una perspectiva casi inédita de la plaza Roja: la que tenían los moscovitas durante los desfiles del 1º de Mayo celebrados anualmente en la Unión Soviética. Por internet circulan miles de fragmentos de antiguas emisiones televisivas con planos picados filmados durante los desfiles del Día de la Victoria (9 de mayo), el Aniversario de la Revolución (7 de noviembre) y el Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores (1 de mayo). Pero en ninguno de ellos la cámara deambulaba libremente entre los participantes en esos desfiles ofreciendo, como es el caso de este film, imágenes subjetivas rodadas a pocos metros de los manifestantes. Ni tampoco la estampa mítica de la plana mayor del Politburó, alineada sobre el Mausoleo de Lenin, vista a lo lejos desde los mismos adoquines de la plaza Roja.

En esta escena, que comienza en el minuto 22:44 de la película, Borís (papel interpretado por el periodista y codirector del film François Jouffa) mantiene una conversación en francés con Alona (Elena Massourenkova) mientras ambos desfilan por la plaza y escuchan el discurso protocolario del 1º de Mayo de 1990, el penúltimo celebrado en la URSS. El realizador galo interroga a la joven sobre los temas que estuvieron de moda durante ese lustro de apertura en la Unión Soviética: la Perestroika, la libertad, la transparencia y los cambios que se estaban produciendo en la sociedad. Colocada la cámara a bastante distancia de la muralla del Kremlin, resulta imposible distinguir en el vídeo los rostros de las personalidades que presidían el acto en el balcón del Mausoleo. Sólo se entrevén gabardinas y algún que otro sombrero, símbolo arcaico de la gerontocracia del PCUS. Es entonces cuando Borís hace la pregunta que la mayoría de nosotros hubiésemos hecho aquel día de haber estado en la plaza Roja: "Gorbachev est la?". Y sí, allí estaba Mijaíl S. Gorbachov, el hombre del momento. Resulta sorprendente la naturalidad que mostraron muchas de las personas que ese día caminaron frente a la cámara del equipo de rodaje mientras cumplían con el ritual del Día del Trabajo. Una presencia, cabe pensar, del todo inusual. Y la actitud inexpresiva de algunos otros que, con toda seguridad, estaban colocados estratégicamente en la plaza para controlar la situación.




La fiesta del 1º de Mayo ("Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores") se celebró anualmente en la URSS, con carácter oficial, entre 1918 y 1991. Incluía rituales como el desfile popular en la plaza Roja. Curiosamente, la de 1917 fue la primera manifestación obrera que se pudo celebrar libremente en Rusia un 1 de mayo, medio año antes de la Revolución de Octubre. Dicha fiesta había sido institucionalizada a nivel internacional en 1889 en recuerdo de la Revuelta de Haymarket, unos hechos que tuvieron lugar en Chicago durante unas manifestaciones reivindicativas a favor de la jornada laboral de ocho horas. Las protestas, entre el 1 y el 4 de mayo de 1886, fueron duramente reprimidas por la policía y cinco trabajadores norteamericanos acabaron siendo juzgados injustamente y ejecutados, mientras que otros tres cumplieron pena de prisión (son los llamados "Mártires de Chicago"). EE.UU., Reino Unido, Canadá y Andorra no celebran esta efeméride.

El desfile del 1º de Mayo de 1990 estuvo presidido (de izquierda a derecha en la segunda fotografía) por Guennadi I. Yanáyev (Presidente de la Unión Central de Sindicatos de la URSS), Gavriil K. Popov (alcalde de Moscú), Mijaíl S. Gorbachov y Nikolái I. Rizhkov (Presidente del Consejo de Ministros de la URSS). Además, estuvieron presentes (tercera imagen y a continuación de los personajes anteriores) Anatoly I. Lukyanov (Presidente del Soviet Supremo de la URSS), Yuri Masliukov (Viceprimer ministro y jefe del Comité de Planificación), Yegor K. Ligachyov (miembro del Politburó) y otras personalidades de la élite soviética. Ese día había sido autorizada la participación en el desfile de la incipiente oposición a las autoridades de la URSS, formada por anarquistas, monárquicos, liberales, socialdemócratas, seguidores de Yeltsin y miembros del grupo "Memorial". Tal dosis de permisividad, después de años de férreo control, tuvo como consecuencia una sonora pitada de veinte minutos de duración contra la plana mayor del Politburó que finalizó con la vergonzosa retirada de Gorbachov de lo alto del Mausoleo de Lenin. Era el principio del fin.


El corresponsal de TVE, Luis A. Rivas, explicó desde Moscú lo que había sucedido en la plaza Roja ese Día del Trabajo de infausto recuerdo para los comunistas soviéticos. Unos acontecimientos insólitos que comenzaron a sacudir los cimientos de la URSS, bastante maltrechos por los problemas políticos y económicos que arrastraba el país. Al año siguiente, el acceso a la celebración del 1º de Mayo en la plaza Roja se restringió mediante invitaciones expedidas por los sindicatos. No hubo retratos de Marx y Lenin colgados de los edificios de la plaza. Sin embargo, ello no sirvió para evitar que Gorbachov sufriera un nuevo desplante, esta vez de sus camaradas Yeltsin y Popov. Ni para impedir que un grupo de trabajadores protestase por la subida que estaban experimentando los precios de los productos básicos. Ocho meses después, el 25 de diciembre de 1991, la URSS dejaba de existir. En 1992 ya no hubo desfile del Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores.


El 1 de mayo de 1993 la antigua fiesta oficial del Día del Trabajo se convirtió espontáneamente en una manifestación popular contra las políticas neoliberales de Borís Yeltsin. Una barrera colocada en el camino de los manifestantes provocó graves disturbios que acabaron con un policía fallecido y numerosos heridos. Lo que no había sucedido en 1917, cuando se incubaba la revolución bolchevique, ocurría ahora con la llegada de la pseudodemocracia yeltsinista. Desde esa fecha hasta 2014, la fiesta del 1º de Mayo, llamada ahora "Día de la Primavera y el Trabajo", ha sido simplemente un día festivo más en el calendario ruso. Algunos lo han estado celebrando cada año de forma lúdica y otros como un día reivindicativo de naturaleza política e ideológica, sobre todo entre antiguos comunistas y nostálgicos de la URSS. En 2014 el gobierno de Vladímir Putin volvió a instaurar oficialmente el desfile del 1º de Mayo. El más concurrido es, por supuesto, el de la plaza Roja de Moscú, que ahora tiene un carácter más nacionalista, sobre todo a raíz del conflicto ruso-ucraniano y de los nuevos desencuentros geopolíticos con Occidente. Es innegable que, de una forma u otra, la historia se repite.