El pasado lunes 9 de mayo, festividad del Día de la Victoria en Rusia, un envejecido y debilitado Mijaíl Gorbachov, cogido de la mano de uno de sus guardaespaldas, hizo acto de presencia en la plaza Roja de Moscú durante el desfile militar con motivo del 71º aniversario de la derrota nazi a manos del Ejército Rojo. El que fuera primer y último Presidente de la Unión Soviética -entre marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991- y séptimo y penúltimo Secretario General del Comité Central del PCUS -dejó el cargo cinco días antes de la abolición del Partido Comunista en agosto de 1991-, no quiso perderse las celebraciones de la que es, hoy por hoy, la fiesta más importante de Rusia.
Mijaíl Serguéyevich nació en Stávropol (ciudad denominada Voroshílovsk entre 1935 y 1943) el 2 de marzo de 1931. Tenía, pues, diez años cuando la Alemania nazi invadió la URSS y catorce recién cumplidos cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. De hecho, esta localidad del Cáucaso permaneció ocupada por el Ejército Alemán entre agosto de 1942 y enero de 1943, poco antes de la decisiva victoria soviética en Stalingrado. Gorbachov es, por tanto, uno de los cada vez más escasos testigos directos de aquellos hechos dramáticos. Entre 1985 y 1991, ya como mandatario del país, presidió siete desfiles anuales del Den Pobedy desde el centro de la tribuna del Mausoleo de Lenin, acompañado por sus camaradas del politburó.
Transcurrido más de un cuarto de siglo desde aquella época que parece aún más lejana, Gorbachov asistió a la parada de este año sentado discretamente en una de las gradas metálicas montadas para la ocasión junto a la tumba del fundador del Partido Comunista de la Unión Soviética, tapada -como viene siendo habitual en estas fechas- por un aparatoso decorado. Todo lo que durante esa hora y media pasó por la cabeza del antiguo Gensek (acrónimo de General'nyy sekretar') resulta difícil de imaginar para la mayoría de las personas con unas vidas más discretas y rutinarias, fascinados por lo que Iliá Ehrenburg llamó "el enigma de los destinos ajenos". Porque Gorbachov forma parte de uno de esos puntos de inflexión de la historia que hacen girar el rumbo de las cosas. Venerado y vilipendiado a partes iguales por defensores y detractores de su Perestroika, el destino le llevó a vivir en primera línea aquello que Lenin describió acertadamente como "años en los que las décadas se precipitan", después de "décadas en las que no pasa nada". De entre las fotos tomadas este día en las que aparece junto al resto del público, llama poderosamente la atención aquella en la que se le ve pasando frente a la tumba de Konstantín Chernenko en el cementerio del Kremlin, su predecesor en la Secretaría General a quien sucedió en el cargo hace más de treinta años. Todo ello en un país, un gobierno, un Partido y una forma de entender la sociedad que ya no existen, por lo menos tal como los sintió Gorbachov en su juventud y madurez. Historia viva con muchos lustros a sus espaldas y una salud, por lo que se intuye, muy desgastada.
Mijaíl Serguéyevich nació en Stávropol (ciudad denominada Voroshílovsk entre 1935 y 1943) el 2 de marzo de 1931. Tenía, pues, diez años cuando la Alemania nazi invadió la URSS y catorce recién cumplidos cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. De hecho, esta localidad del Cáucaso permaneció ocupada por el Ejército Alemán entre agosto de 1942 y enero de 1943, poco antes de la decisiva victoria soviética en Stalingrado. Gorbachov es, por tanto, uno de los cada vez más escasos testigos directos de aquellos hechos dramáticos. Entre 1985 y 1991, ya como mandatario del país, presidió siete desfiles anuales del Den Pobedy desde el centro de la tribuna del Mausoleo de Lenin, acompañado por sus camaradas del politburó.
Transcurrido más de un cuarto de siglo desde aquella época que parece aún más lejana, Gorbachov asistió a la parada de este año sentado discretamente en una de las gradas metálicas montadas para la ocasión junto a la tumba del fundador del Partido Comunista de la Unión Soviética, tapada -como viene siendo habitual en estas fechas- por un aparatoso decorado. Todo lo que durante esa hora y media pasó por la cabeza del antiguo Gensek (acrónimo de General'nyy sekretar') resulta difícil de imaginar para la mayoría de las personas con unas vidas más discretas y rutinarias, fascinados por lo que Iliá Ehrenburg llamó "el enigma de los destinos ajenos". Porque Gorbachov forma parte de uno de esos puntos de inflexión de la historia que hacen girar el rumbo de las cosas. Venerado y vilipendiado a partes iguales por defensores y detractores de su Perestroika, el destino le llevó a vivir en primera línea aquello que Lenin describió acertadamente como "años en los que las décadas se precipitan", después de "décadas en las que no pasa nada". De entre las fotos tomadas este día en las que aparece junto al resto del público, llama poderosamente la atención aquella en la que se le ve pasando frente a la tumba de Konstantín Chernenko en el cementerio del Kremlin, su predecesor en la Secretaría General a quien sucedió en el cargo hace más de treinta años. Todo ello en un país, un gobierno, un Partido y una forma de entender la sociedad que ya no existen, por lo menos tal como los sintió Gorbachov en su juventud y madurez. Historia viva con muchos lustros a sus espaldas y una salud, por lo que se intuye, muy desgastada.
Otra de las caras conocidas que este 9 de mayo pasó por la plaza Roja es la del cineasta norteamericano Oliver Stone, director de las películas "Platoon" y "Wall Street" entre otras muchas. Famoso por su rebeldía y su actitud iconoclasta hacia muchos símbolos de su país, el lunes presenció los actos del Día de la Victoria gracias a una de las exclusivas invitaciones enviadas desde el gobierno ruso. Poca gente recuerda ya que a comienzos de 1996, coincidiendo con la ceremonia de entrega de los Premios Oscar, Stone anunció públicamente que se encontraba en aquel momento en la localidad de La Realidad, en Chiapas (México), para entrevistarse con el subcomandante Marcos, uno de los muchos enemigos ideológicos que los EE.UU. se han forjado a lo largo de su historia. La presencia de Oliver Stone en la plaza Roja, aunque relevante por la importancia de su figura pública, no ha llamado excesivamente la atención en estos tiempos de nueva Guerra Fría entre Occidente y Rusia. Tiempos en los que ya nada es como antes, ni siquiera como lo fue hace tan solo veinticinco años, siete meses antes de la desaparición de la URSS.
Mayakovski
Mayakovski
(Fuentes: http://www.gettyimages.es/ y http://finance.yahoo.com/)
Y que todavía se permita el lujo de ir a estos eventos este miserable traidor al marxismo-leninismo es el colmo, que todavía tenga guardaespaldas es alucinante, un individuo como este tenia que estar proscrito de Rusia, pero claro, no tenemos que olvidarnos de que la Rusia de ahora es el sueño real de este repugnante individuo.
ResponderEliminarCuántas muertes innecesarias por su banalidad e incapacidad.
ResponderEliminarla historia de la humanidad no le olvidara. Patética y fracasada persona.