La
edición digital
de la revista Fotogramas publicó este
pasado mes de junio una
colección
de montajes
fotográficos en
los que comparaba los rostros
de actores y actrices del mundo del cine
con los de
celebridades de la historia universal.
Entre ellas,
Vladímir Putin y Lev Trotski. Y lo cierto es que el parecido entre
estos líderes políticos rusos y
los actores norteamericanos Macaulay Culkin
y Andrew Garfield es, como reza una famosa
sección de esta
revista, más que razonable. Dejando
de lado productos
fallidos y
claramente tergiversados
como Admiral (Andrey Kravchuk, 2008), el cine ruso
no se prodiga demasiado en biopics
exportables al resto del mundo sobre
personajes que hayan
protagonizado capítulos trascendentales de la historia de su país.
Películas biográficas, asequibles
a nuestros parámetros culturales, que no
contengan los
típicos prejuicios,
lugares comunes y
maniqueísmos impuestos por la complacencia
pro-occidental de
los directores o por el tradicional
filtro de las
productoras. Un filtro
que acaba siempre entelando el resultado
artístico final de estos productos.
La
figura de Trotski ha sido objeto de numerosos
documentales
sobre su actividad revolucionaria
en Rusia y su posterior asesinato en México.
También ha aparecido en largometrajes históricos interpretado
por actores de la talla de Geoffrey Rush (Frida,
2002), Stuart Richman (Reds,
1981) o Richard
Burton (The
Assassination of Trotsky, 1972).
La base de datos IMDb
tiene contabilizados un total de veintiséis producciones
internacionales,
incluyendo TV
movies,
con
Trotski
entre
sus
personajes
protagonistas.
La última es, curiosamente, una biografía sobre
sus
últimos
años en
el
exilio
dirigida
por el español Antonio Chavarrías (El
elegido, 2016). Precisamente por el interés que suscita su
ejecución a manos de Ramón Mercader, es por lo que se hace
imprescindible una nueva revisión de su vida que contemple desde los
años en los que residió en
Nueva York, antes
de la Revolución de Octubre, hasta
su paso por el menchevismo y el
papel
clave que
tuvo como
creador
y organizador
del Ejército Rojo. La
semblanza
entre Garfield
y
Trotski
-el
mismo peinado y ese mentón y nariz casi idénticos- ayudarían sin
duda a
trasladarnos hasta las entrañas mismas
del
personaje. Sin olvidar que muchos de los lugares donde llevó a cabo
su actividad política continúan existiendo hoy
en día.
Por
ejemplo, las 'galerías comerciales del centro' en la plaza Roja de Moscú, construidas
por
Roman I. Klein a
finales del siglo XIX substituyendo
a
las
que había diseñado Joseph
Bové tras el incendio de la
ciudad en
1812.
En
ese lugar
Trotski instaló la Segunda Casa del Comité Militar Revolucionario
que él mismo dirigió. Dichas galerías se encuentran
entre
las calles Ilinka y Varvarka, frente a la Catedral de San Basilio.
Justo
al lado de las
famosas 'galerías comerciales superiores', construidas en la misma
época por
Vladímir Shújov y
llamadas GUM
en
tiempos soviéticos.
Por
desgracia, el despacho de Trotski desapareció hace algunos
años, víctima de una restauración integral
de
todo el edificio que
no respetó este espacio.
¿Y qué decir de Putin? Hace años que el mundo entero espera la publicación de una biografía veraz y rigurosa sobre el líder ruso del siglo XXI. Una obra que vaya más allá de las críticas feroces que arrojan sobre él sus detractores y de las visiones endiosadas de sus apologetas. Que aclare capítulos deformados de su vida y leyendas urbanas que no han hecho más que engrandecer el mito creado alrededor de su figura. ¿Es cierto, como afirma el periodista Daniel Utrilla, que en su juventud fue un aburrido y oscuro burócrata del KGB muy lejos de la imagen idealizada del espía de la Guerra Fría? ¿Es verdad que, tras el colapso de la URSS, ejerció de taxista durante unos meses en San Petersburgo, tal como lo cuenta Emmanuel Carrère en su obra Limónov (Anagrama, 2013)? De ser cierto este hecho, por otra parte bastante surrealista, sin duda resultó determinante para generar en él la necesidad de llegar hasta la cima del poder y arrasar con todo aquello que supuso su humillación profesional. Un elemento argumental que en manos de un buen guionista produciría una obra cinematográfica de incalculable calidad. Esta adaptación a la pantalla de la vida de Putin tendría en Macaulay Culkin, convenientemente tratado de sus adicciones, a su doble perfecto. Ese labio inferior carnoso y esos párpados caídos transmitirían toda la fuerza de una mirada que, dicen, resulta inolvidable para todos aquellos que la han tenido a pocos centímetros de su cara. La mirada de un personaje fundamental en la historia contemporánea.
Las 'galerías comerciales del centro', sede de la Segunda Casa del Comité Revolucionario Militar, fotografiadas en la actualidad y durante el desfile del 1º de Mayo de 1967, cuando su fachada servía de aparador de la propaganda soviética
(Fuentes:https://ru.wikipedia.org/wiki/Заглавная_страница y www.pastvu.com)
(Fuentes:https://ru.wikipedia.org/wiki/Заглавная_страница y www.pastvu.com)
¿Y qué decir de Putin? Hace años que el mundo entero espera la publicación de una biografía veraz y rigurosa sobre el líder ruso del siglo XXI. Una obra que vaya más allá de las críticas feroces que arrojan sobre él sus detractores y de las visiones endiosadas de sus apologetas. Que aclare capítulos deformados de su vida y leyendas urbanas que no han hecho más que engrandecer el mito creado alrededor de su figura. ¿Es cierto, como afirma el periodista Daniel Utrilla, que en su juventud fue un aburrido y oscuro burócrata del KGB muy lejos de la imagen idealizada del espía de la Guerra Fría? ¿Es verdad que, tras el colapso de la URSS, ejerció de taxista durante unos meses en San Petersburgo, tal como lo cuenta Emmanuel Carrère en su obra Limónov (Anagrama, 2013)? De ser cierto este hecho, por otra parte bastante surrealista, sin duda resultó determinante para generar en él la necesidad de llegar hasta la cima del poder y arrasar con todo aquello que supuso su humillación profesional. Un elemento argumental que en manos de un buen guionista produciría una obra cinematográfica de incalculable calidad. Esta adaptación a la pantalla de la vida de Putin tendría en Macaulay Culkin, convenientemente tratado de sus adicciones, a su doble perfecto. Ese labio inferior carnoso y esos párpados caídos transmitirían toda la fuerza de una mirada que, dicen, resulta inolvidable para todos aquellos que la han tenido a pocos centímetros de su cara. La mirada de un personaje fundamental en la historia contemporánea.
Mayakovski
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