El pasado 4 de mayo falleció en Barcelona el abogado y escritor Eduard Moreno Ibáñez, especialista en derecho urbanístico, miembro y tertuliano del Ateneu Barcelonès y gran experto en la batalla de Stalingrado. Había nacido en Freila (Granada) y tenia 92 años de edad.
Mi amistad con él fue breve pero intensa, llena de un entusiasmo casi juvenil. Nos conocimos a través de internet en septiembre de 2006, un par de semanas después de mi primera visita a Rusia. Un viaje que incluyó una breve incursión de tres días en la ciudad de Volgogrado, denominación de Stalingrado a partir de 1961. Por esas fechas él y dos ateneístas amigos suyos tenían previsto viajar a esa misma ciudad movidos por un interés histórico. Buscando información en diferentes páginas web, Eduard dio por casualidad con el foro de casarusia.com, antiguo punto de encuentro virtual de amantes de todo lo ruso y lugar donde yo había publicado mis impresiones sobre la visita que acababa de realizar por los escenarios de llamada "madre de todas las batallas", un enfrentamiento bélico que decidió el destino de la humanidad. Porque fue en las calles de aquella población junto al río Volga donde los soviéticos consiguieron detener la invasión alemana ordenada por Hitler. Ocurrió en enero de 1943 y fue el principio del fin del III Reich.
Tras su regreso de Rusia iniciamos una relación de amistad que se extendió de forma ininterrumpida a lo largo de los siguientes cinco años. En ocasiones, nuestras conversaciones telefónicas se llegaron a prolongar durante más de una hora, y siempre hablando de lo mismo: la URSS y la Gran Guerra Patria, es decir, la Segunda Guerra Mundial. Todavía recuerdo la voz de Carme, su mujer, sonando de fondo insistiéndole en que me dejase descansar un rato después de tanto detalle sobre tanques T-34 y movimientos de pinza. Aquella amistad incluyó algunos viajes a Barcelona para acudir a sus conferencias en el Ateneu Barcelonès y mi participación en 2009 en las Jornadas Don-Volga que él mismo organizó y a las que asistieron Yuri Fedosov y Oksana Fedosova, un matrimonio de profesores de la Universidad de Volgogrado que dieron varias charlas sobre la cultura en el Cáucaso. Mi relación con Oksana, viuda de Yuri desde 2010, ha perdurado hasta hoy.
Lo que más me impactó de Eduard fue la historia que lo había llevado a estudiar la batalla de Stalingrado de una manera casi obsesiva. En el invierno de 1942, cuando era un niño de tan solo diez años y cursaba estudios primarios en un colegio de Badalona, un grupo de falangistas hizo formar en el patio a todos los alumnos y les obligo a repetir, a voz en cuello y de forma sincopada, la frase: «¡Hemos tomado Stalingrado! ¡Hemos tomado Stalingrado!». Aquella escena se repitió unas cuantas veces más, hasta que un día, de forma repentina, los falangistas dejaron de hacer acto de presencia en la escuela y nadie, a partir de entonces, les forzó a repetir aquel eslogan cuyo significado aquellos niños no llegaron nunca a entender. Tuvieron que pasar algunos años hasta que Eduard comprendió que fue el vuelco súbito en los combates por las calles de la ciudad del Volga y la victoria final del Ejército Rojo lo que ahuyentó a los fascistas del patio de su colegio. A partir de entonces, comenzó su obsesión por dicha batalla. Quiso leer y coleccionar cuanto se hubiera escrito sobre aquella contienda, heroica e inhumana a partes iguales. Entre sus allegados se hicieron famosas sus excursiones dominicales a las paradas de libros de segunda mano del mercado de Sant Antoni de Barcelona, donde compraba cualquier obra sobre Stalingrado, aunque ya la tuviese en su casa. He conocido a pocas personas que hayan hecho de una simple anécdota de la infancia el motto del resto de su vida. Porque en esa afición se escondían muchos de los valores que le marcaron el camino como abogado y militante del PSC-PSOE: su admiración por las conquistas sociales del pueblo, su compromiso con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos y su rechazo a cualquier forma de dictadura, desde el franquismo al stalinismo.
El punto álgido de nuestra amistad llegó en septiembre de 2011 con el viaje que Eduard organizó a Moscú y Volgogrado, ciudad esta última donde Oksana nos haría de anfitriona, traductora y cicerone. Le acompañamos su amigo y ateneísta Enric Crusat, su nieto Ivo Recoder y yo. Fueron once jornadas apasionantes, frenéticas y agotadoras. Tras unos días en la capital rusa, a modo de preámbulo, un tren nocturno nos llevó a Volgogrado en un interminable trayecto de diecinueve horas. Allí visitamos la mítica colina del Mamáyev Kurgán, el museo Pamyat en los almacenes Univermag (el búnquer donde el mariscal Friedrich Paulus tenía su cuartel general), el museo Panorama de la batalla de Stalingrado, la gigantesca estatua de Lenin en la riba del río Volga, los trabajos de exhumación de soldados muertos durante la batalla (aún hoy en día se siguen desenterrando cadáveres), la Asociación de veteranos en la casa Pávlov y un largo etcétera culminado con comidas, cenas y tertulias con la maravillosa Oksana Fedosova, que sacó tiempo para nosotros de donde no lo tenía. Poder hablar y saludar a los viejos combatientes que lucharon contra el nazismo fue un privilegio y un honor.
Aquella experiencia fue tan extraordinaria que estaba claro que lo que viniese a continuación nunca podría superarla. Significó la cumbre de todo lo hablado y vivido durante los últimos cinco años. Y esta fue precisamente la frase textual que le dije mientras nos fotografiábamos junto a la tumba del mariscal y Héroe de la Unión Soviética Vasili Chuikov en lo alto del Mamáyev Kurgán: «Esta foto es la culminación de nuestra amistad». Él me dio la razón. Eduard y yo éramos de mundos diferentes y teníamos personalidades y entornos profesionales y familiares muy distintos. Vivíamos, además, en ciudades separadas por el mar. Es por todo ello que a la vuelta de nuestro periplo, un domingo 18 de septiembre de 2011 a eso de las cinco de la tarde, nos dijimos adiós en el aeropuerto de Barcelona y nunca más nos volvimos a ver. Hubo alguna llamada teléfonica en los meses posteriores, pero aquí acabó todo. El destino hizo que nos conociéramos a raíz de nuestros respectivos viajes a Rusia, y un último viaje a Rusia propició que nuestra relación se viese interrumpida para siempre.
Hace aproximadamente nueve meses una amiga me hizo llegar un whatsapp en el que me decía que estaba asistiendo a un curso de escritura en el Ateneu Barcelonès y que había oido que Eduard Moreno aún seguía por allí con sus tertulias y conferencias de siempre. Saber de él de esa forma casual me alegró muchísimo. Le pedí que lo saludara de mi parte y, aunque ella lo intentó, jamás llegaron a coincidir por los pasillos de aquel edificio ancestral junto a Las Ramblas de Barcelona. Una necrológica leída hace tan solo unos días me hizo saber que mis saludos ya nunca llegarían hasta el venerable y sabio amigo que me permitió conocer y dar la mano al mismísmo sargento de la 38º Brigada motorizada del Ejército Soviético que un día 31 de enero de 1943 detuvo a punta de ametralladora al mariscal de campo Friedrich Paulus, del VI Ejército alemán.
Descansa en pau, amic Eduard. Los que nos quedamos aquí no dejaremos que lo sucedido en Stalingrado caiga en el olvido. Es lo que tu querías.
Mayakovski